GALIARDO: RETRATO DE LUIS ALEGRE
Recibo, a las tres de la mañana, esta nota de Luis Alegre que viene acompañada de un maravilloso artículo-retrato. Dice: “Ayer viernes murió Juan Luis Galiardo, una de las personas más increíbles que he conocido. Hace un año y medio escribí esto sobre él, donde tú apareces. Te lo envío como una manera de recordar aquella comida estupenda y de aliviar mi pena. Un besazo”
EL PARACAÍDAS DE JOHN GALLI
Por Luis ALEGRE
Es mediodía en la calle Libertad de Zaragoza. Juan Luis Galiardo irrumpe en “Vinos Nicolás”, la cantina de Hermógenes y Carolina. Viene hacia mí con los brazos extendidos y yo le recibo como se merece, de rodillas. Juan Luis se ríe, me levanta, me abraza y dice: “No sé si voy a poder soportar tanta emoción”. Le presento a Paula, la chispeante camarera chilena. Se dan un beso y, casi sin mediar palabra, el actor se pone a bailar con ella. Enfrente de la cantina, en la bodega del restaurante, hemos quedado con Anabel Mateo, su jefa de prensa, y Antón Castro. Juan Luis ha venido a Zaragoza a representar “El avaro” de Molière en el Teatro Principal y Antón le va a hacer una entrevista. La comida dura dos horas. Se pasan volando. El volcán Galiardo es mucho volcán.
Entre la gente de la farándula, Juan Luis Galiardo es toda una leyenda. Tiene fama de gran actor pero, también, de excesivo, torrencial, histrión, intenso, arrollador, tierno y loco. Se cuentan alrededor de él un montón de historias increíbles que son verdad. Y Juan Luis casi nunca decepciona. Acostumbra a estar a la altura de su leyenda.
A su lado, el delirio brota con una facilidad asombrosa. No está nada dotado para pasar desapercibido. Un día, yo estaba con él en un cine de Tudela, en un coloquio con los espectadores. Galiardo hablaba sentado en una mesa, sobre el escenario. Entonces, una mujer del público se levantó y se dirigió a la salida. Al verla, Galiardo dejó el micrófono, bajó del escenario y se puso a correr detrás de ella: “Pero señora, ¿dónde va?, vuelva¡¡¡”.
Juan Luis ha cumplido este año los 70. Él podría decir que tiene 60 y todo el mundo le creería. Sin embargo, le gusta presumir de que están a punto de caerle los 71. Continúa fuerte, poderoso. Entre sus logros, figura uno muy curioso: el campeonato de España de natación para mayores de 60 años. Estos días, en Zaragoza, ha ido a nadar todas las tardes.
Jamás pensó en llegar a la edad que tiene. Tal vez por eso arrastra esa alegría incontenible. Juan Luis creía que iba a morir joven. Vivía todo con tal ansiedad y tanta pasión que tenía claro que pronto acabaría destruido.
“Tú te has reinventado”, le dice Antón Castro. Esa es una de sus grandezas. En los años 60 y 70 Juan Luis fue el galán de referencia. Trabajó con Carlos Saura o Sofía Loren. Luego, huyó a México y se hartó de interpretar cine y telenovelas de baja estofa. En mi agenda del móvil lo tengo como “John Galli”, el seudónimo con el que aparecía en los repartos de películas de serie Z. A mediados de los 80 regresó a España y, arropado por gente como Mercero, Giménez Rico, Matji, García Sánchez, Azcona, Gutiérrez Aragón o Fernando León, se consolidó como un grande de la interpretación.
Una de las personas decisivas para él ha sido Manuel Trujillo, un psiquiatra. Juan Luis lo señala como el responsable de haber salvado el pellejo durante sus crisis y depresiones. Sus conflictos consigo mismo estallaron muy pronto. Había sido un niño feliz. Mitificaba a su padre y adoraba a su madre, a la que recuerda como el colmo de la ternura. Pero su mamá murió cuando él tenía 15 años y todo se vino abajo. Se le desató un profundo rencor hacia el mundo y, también, hacia su padre, quien, sin su madre, se le apareció como un ser pequeño, débil, despreciable.
Juan Luis se abandonó a la tarea de devorar la vida, sin tener a mano ningún tipo de freno. Su casa eran los bares y los casinos de Madrid. Buscaba a su madre en todas las mujeres a las que seducía. Le resultaba fácil ligar pero cuando llegaba a la cama, lo que más le gustaba era charlar con las chicas hasta el alba. Él solo quería afecto y hacer más llevadera su insoportable soledad. Aún hoy, uno de sus reproches más cariñosos es este: “Quiéreme más”.
Cuando su padre murió, Juan Luis ya había quedado en paz con él. Era el año 69. Entonces, durante la filmación de “Fortunata y Jacinta”, sufrió uno de sus arrebatos. Juan Luis tenía que fingir pasión por Emma Penella en una escena. Y, de repente, gritó: “Cómo voy a sentir pasión por esta gorda. Que la quiten de mi vista”. Emma era la mujer de Emiliano Piedra, el productor de la película. Ese episodio fue el preludio de una depresión terrorífica. Poco después, mientras, con Charlton Heston, rodaba con un perro en la nieve dijo: “Ese perro me mira mal y me quiere matar”. Y se fue.
Juan Luis es un espectáculo porque, entre otras muchas cosas, no tiene ningún reparo en airear lo más golfo y oscuro de su pasado y en reírse de sus taras y debilidades. Con total naturalidad –y mucha gracia- habla en público de su ludopatía, de su alopecia “difusa”, de la eyaculación precoz de su juventud, de su deterioro o de sus desequilibrios. Hubo un tiempo en que decía: “Estoy loco y te lo puedo demostrar”. Y te sacaba un certificado médico que lo acreditaba.
Pero quién no está un poco loco. Ojalá todos estuviéramos tan locos como él. Ojalá a mí, por ejemplo, se me pegara algo de su sensatez y clarividencia.
En los momentos más furiosos de su ludopatía, cuando olió su ruina, Juan Luis tomó una decisión para controlar su adicción: autodenunciarse en la policía para que no le dejaran entrar en ninguna sala de juego de España. Ahora bien, si iba a San Roque, su pueblo de Cádiz, saltaba a Gibraltar para jugar en sus casinos, donde no tenían registrado su DNI. Un día, Juan Echanove casi se encana de risa mientras me contaba una anécdota de Juan Luis y el juego. Parece que Juan Luis fue a grabar con Pepe Sancho una serie a Marbella, un paraíso para cualquier jugador. Una noche, Juan Luis no pudo resistir la tentación y salió a jugar. Sabía que con su DNI no le permitirían entrar y le cogió el DNI a Pepe Sancho. Llegó a un casino y, como si nada, entregó el carné a la chica de recepción, tratando de evitar su mirada. La chica miró el carné, lo miró a él y le soltó esta bomba: “Hombre, señor Galiardo, a quién se le ocurre venir con el carné del señor Pepe Sancho, que también se ha denunciado”.
A veces Juan Luis, para relajar el drama, recuerda lo que un día le dijo su idolatrado Rafael Azcona: “Juan Luis, no te lamentes tanto. Con tus tragedias Dostoievski no hubiera escrito ni una línea”.
Hace tiempo que Juan Luis se ha sacudido de encima muchas de sus debilidades, incluidas la ludopatía y la eyaculación precoz. Qué tipo tan extraño y formidable. Resulta muy excitante la sensación de sentir que alguien te está contando exactamente lo que se le pasa por la cabeza. Yo daría cualquier cosa por poder meterme en su cerebro y estar un rato investigando las raíces de la extrema lucidez, que tan a menudo se confunde con la locura.
Juan Luis sabe muy bien cómo es el precipicio. Más de una vez lo ha mirado desde el borde. Pero ahí sigue, a sus casi 71 años, con todo su talento, su dulzura y su delirio. El otro día, en la cantina, le dijo a Hermógenes Carazo una frase de esas que retratan una vida: “A mí, al final, siempre se me abre el paracaídas”.
*En la foto, Juan Luis Galiardo con su único premio Goya por 'Adiós con el corazón'. Retrato de Andrea Comas, REUTERS.
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