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Antón Castro

ROBERT HUGHES HA MUERTO

[Mi hijo Daniel me dice que ha muerto el historiador del arte y escritor australiano Robert Hughes, un personaje realmente fascinante. Recupero este artículo que le dediqué con motivo de la edición española de su libro sobre Goya.]

El punto de partida de la biografía de interpretación “Goya”, de Robert Hughes (Sidney, 1938), tiene algo de inquietante narración de corte fantástico. Autor de libros como “Barcelona”, “El impacto de lo nuevo” o “Visiones de América”, Hughes sufrió un terrible accidente de automóvil, “en el que casi perdí la vida”, que lo mantuvo cinco semanas en coma y muchos meses deambulando de hospital en hospital. Llegó a pasar una docena de veces por el quirófano. Goya siempre le había atraído, desde los lejanos tiempos del instituto, y además la primera obra que adquirió fue “una impresión débil y en mal estado del Capricho 43, ‘El sueño de la razón produce monstruos’, esa indescriptible y conmovedora representación del intelectual que, desplomado sobre su escritorio, es acosado por dudas y terrores nocturnos”. Como en un ejercicio de justicia poética, Goya se le aparecía en sueños durante su estado comatoso, lo perseguía y se burlaba de él, como si le estuviese exigiendo un libro. Y ahora el libro acaba de ser publicado en España por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.
Se trata de una biografía lineal, que empieza en Fuendetodos en 1746 y culmina en su doloroso exilio en Burdeos, en 1828. Hughes confiesa que “había albergado esperanzas de ‘capturar’ a Goya con mi escritura” y ahora, en esa travesía del subconsciente, era el artista quien lo provocaba. En el capítulo inicial, “Goya por accidente”, explica Hughes sus teorías y sus conclusiones. Califica al artista aragonés como “un artista moderno” y lo dice porque “constituye una figura bisagra: es el último representante de lo que ya fue, y el primero de lo que estaba a punto de venir, el último de los grandes maestros y el primer moderno”. Goya era un hombre del viejo mundo, debido a “su evidente fascinación por la brujería y su fijación por las antiguas supersticiones”. De inmediato, al compararlo con otros creadores como Delacroix o Ingres, estima que “Goya era diferente: no podía ver ni experimentar nada sin formarse una opinión sobre ello, y esa opinión se manifiesta en su obra, a menudo de la manera más apasionada. En eso consistía parte de su modernidad y otra de las razones por las que aún resulta cercano pese al tiempo que nos separa”.
Robert Hughes ahonda en algunas características del artista aragonés. Subraya que “Goya fue uno de los pocos grandes pintores del dolor físico, las crueldades y las humillaciones corporales”, y eso se percibe claramente en las “pinturas negras” y en los “Desastres de la guerra”, a los que define así: “Esos grabados estremecedores en los que el pintor da fe de los inenarrables y cruentos sucesos de la sublevación española contra la invasión napoleónica: con su testimonio Goya se convirtió en el primer reportero de guerra moderno”. Pero además, Hughes lo califica como “un epicúreo convencido” y le dedica un precioso párrafo: “Sabemos que le apasionaba todo lo sensorial: el olor de una naranja o de la axila de una niña, el aroma del tabaco y el regusto del vino, el ritmo palpitante de un baile callejero, el juego de luces sobre el tafetán, el muaré, el simple algodón; el arrebol expandiéndose en el cielo de una tarde estival o el pálido brillo de la culata de nogal finamente tallada de una escopeta”. ¿No hay aquí, en cierto modo, una definición de la pintura o de un pintor exultante que entendía los secretos del placer y admiraba la desafiante o amable sexualidad de las mujeres como Pepita Tudó o Cayetana?
“Goya” también es una magnífica crónica de un país corrupto, y ese análisis tiene otro perfecto correlato: Hughes explica al pintor que intenta instalarse en la sociedad madrileña con un cuadro luminoso como “Pradera de San Isidro” de 1788, y cómo evoluciona en una suerte de catarsis o exorcismo personal hasta la “Romería de San Isidro” (182 / 1823), que pertenece ya a las “pinturas negras”. Hughes revela, por ejemplo, que Goya vivió unos meses en Roma, cuando residía en la casa de Tadeo Kuntz, con el grabador Giambattista Piranesi; recuerda la escasa pasión marital con Josefa Bayeu o, visitando la Cartuja de Aula Dei, anota que Paul y Amadée Buffet iniciaron en 1902 la restauración de los frescos de Goya, y afirma: “La mezcla del pincel de Goya con el de sus restauradores produce una extraña impresión”. Esta frase podría resumir el espíritu del libro: “Goya era un hombre muy listo y complejo, no sólo en cuanto a los temas, las técnicas y los significados de su arte, no sólo en su relación con el arte de los otros, sino en su vida cotidiana”. Goya no tenía nada que ver con esa vieja y romántica idea de que era “una especie de campesino tocado por la genialidad”.

La FICHA:

“Goya”. Robert Hughes. Traducción de Caspar Hodgkinson y Victoria Malet. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2005. 478 páginas.



ANECDOTARIO

-La obra. “Goya fue excepcionalmente productivo. Realizó setecientos cuadros, novecientos dibujos y casi trescientos grabados, dos grandes series de pintura mural y varios proyectos murales menores. En su tiempo tenía pocos contrincantes, pero ningún rival verdadero”.

-El paisaje de Fuendetodos. “En cuanto se ha visto el paisaje adusto que rodea Fuendetodos, pelado, inhóspito y castigado por el sol, con sus árboles aislados y oscuros a la luz implacable, también se advierte de dónde provienen el fondo paisajístico de los ‘Desastres de la guerra’ y, todavía más, de las pinturas negras de sus últimos años”.

-John Ruskin y el fuego. “La National Gallery británica no adquirió obras de Goya hasta 1896, y en un famoso ataque de histeria moralista el más importante crítico de arte de su tiempo, John Ruskin, quemó otra serie de los ‘Caprichos’ en su chimenea, como un gesto lo que él consideraba el símbolo de la abyección moral y mental de Goya”.

-El lema. “Parte de su credo, aún más, el mismo centro de su naturaleza como artista consistía en el ‘Nihil humanum a me alienum puto’ (Nada humano me es ajeno) de Terencio. Aquí nos encontramos con la inmensa humanidad de Goya, con un nivel de compasión, casi literalmente una empatía del sufrimiento equiparable a las de Dickens y Tolstoy”.

-La Duquesa de Alba. “Pero no hay manera de saber si Goya y la duquesa cometieron alguna locura durante esos días. Es probable que la verdad sea decepcionante: no hubo roce sexual entre los dos. Cayetana era una mujer coqueta y, comparada con la condesa de Osuna, una cabeza de chorlito. (…) Y no fue la modelo para la ‘Maja desnuda’ y la ‘Maja vestida’, lo que supone una pena desde el punto de vista del folclore cultural, pero quizá también un alivio”.

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