JESÚS MONCADA: RETRATO LITERARIO
Jesús Moncada (1941-2005) quiso ser un orfebre del lenguaje, un contador de historias, un coleccionista de voces, un fabricante incesante de criaturas y de sucesos. Por eso se dedicó solo a las letras: a la ficción y a la traducción. Para él el mejor encargo era una traducción: de Alejandro Dumas, de Roger Martin du Gard, de clásicos eróticos y galantes del siglo XIX, que en buena medida era el siglo de escritores en los que reconocía: Balzac, Flaubert, Stendhal. También se reconocería en Lampedusa, Yourcenar, Cunqueiro, Pla, García Márquez o Alejo Carpentier. Moncada traducía porque eso le permitía extender su vocabulario, ensayar frases y metáforas que luego le servían para armar sus narraciones: los cuentos de ‘El café de la Granota’, ‘Historias de la mano izquierda’ o sus novelas: ‘Camino de sirga’, esa obra maestra que es el núcleo desde el que se expande su universo, ‘La galería de las estatuas’ o ‘Estremecida memoria’. Firmaba sus traducciones con una especie de seudónimos que tenían algo de broma: Cornelius Pi, Máximus Mínimus. Moncada escribía en un mequinzano universal: en un catalán depuradísimo y propio que excede los contenidos de cualquier diccionario. Había una voz antigua que le volcaba en el cerebro y en el corazón la música, el olor, el relámpago de todas las evocaciones, la exactitud y el vértigo de vivir.
Jesús Moncada nació en Mequinenza en 1941 y estudió en el Colegio de Santo Tomás, de la familia Labordeta, en Torrelloba / Zaragoza. Con nueve años ya había imitado a Julio Verne y su novela ‘Cinco semanas en globo’. Allí conoció la oratoria y la poesía musical de Rosendo Tello; conoció a Miguel Labordeta, que le dio su primer premio por un cuento; poco después contactó con Edmón Vallès, y más tarde con Pere Calders, en Montaner y Simón. También quería ser pintor, y expuso su obra vanguardista, de matices expresionistas y surrealistas; una obra que, en ocasiones, también se aproximaba hacia los bestiarios y el tenebrismo de Goya. Lo dejó y se centró en la literatura, y en la recreación de una pérdida: las historias del pueblo viejo de Mequinenza. Historias de amor y de tabernas, de mineros, de navegantes y sus laúdes, historias anudadas con humor, ironía, con fabulosas excursiones de la imaginación y con un sentido intemporal. Historias que explican el mundo, la memoria, la necesidad de abordar la historia con un punto de desafuero y de invención. Moncada, que amaba las estilográficas y los perros, fue un creador de mitos y como algunos de sus maestros sigilosos, Llorenc Villalonga o Miguel Torga, escribía con un sentido telúrico y poético incomparable, con esa caligrafía esencial que brota del alma, de la conciencia y de la voluntad de desplegar la palabra como un abanico y como un refugio. Su obra, traducida a una veintena de lenguas, es una crónica, un legado narrativo portentoso y una elegía. Mequinenza ocupa un lugar de honor al lado de Castroforte de Baralla de Torrente, de Miranda de Cunqueiro, del condado de Jefferson de Faulkner, de la Santa María de Onetti, de la Lisboa de Saramago y Tabucchi, y del Macondo de García Márquez. Él también creó una geografía imaginaria en la enciclopedia de la literatura.
[Ayer, en la mesa redonda de Valderrobres, Chusé Aragüés anunció que 2012 es para Prames como “un año Moncada”. El sello que dirige ha publicado ‘Jesús Moncada: el universo visual. Lápiz, tinta y óleo’, con textos de Pedro Pablo Azpeitia, y publicará una edición ilustrada por el propio Moncada de ‘Estremecida memoria’ y recuperará la fotografía de su padre, ‘El vell’, y del propio Jesús. El primero hizo retratos de la gente, del paisanaje, y Jesús detalles, recuerdos, estampas que quedaban de lo que había sido el Poble Vell.]
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