MARILYN: LA CHICA DE TODOS
LA CHICA DE TODOS*
50 AÑOS DESPUÉS DE SU MUERTE MARILYN MONROE SE MANTIENE EN UN ASOMBROSO LUGAR DE HONOR DEL IMAGINARIO COLECTIVO
Por Luis ALEGRE
En la madrugada del domingo 5 de agosto se cumplieron 50 años de la muerte de Marilyn. Millones de seres humanos escriben o hablan de ella estos días. Yo quiero ser uno de ellos.
Marilyn nació un año más tarde que mi madre y murió cuando yo tenía ocho meses, a los 36 años. Un día, yo era un niño, veíamos en la tele “Niágara” y mi padre dijo: “Mira, esa es Marilyn Monroe”. Es el primer recuerdo que tengo de ella. En esa película Marilyn estaba despampanante, con aquel vestido rojo. Mi padre comentó que era rojo. La tele era en blanco y negro.
A los 18 años, nada más llegar a Zaragoza, compré un póster gigante de Marilyn, lo enmarqué y ese cuadro permaneció en mi cuarto durante 25 años. La foto es un primer plano de Marilyn en el que ríe como solo ella sabía. Esa risa es lo primero que veía nada más despertarme. Mucho tiempo después mi hermana Carmen me regaló otra preciosa foto en blanco y negro. En ella Marilyn está sentada en la butaca de un cine, al lado de Humphrey Bogart y Lauren Bacall, en el estreno de “Cómo casarse con un millonario”. Lauren sonríe y Marilyn vuelve a reír. Esa foto lleva diez años colgada justo delante de mi cama. La risa de esta mujer es una de las imágenes de mi vida.
Yo sufro con Marilyn una variante glamurosa del síndrome de Diógenes: acumulo de modo absurdo todo lo que encuentro sobre ella. Además de mi hermana, algunos amigos conocen mi fijación y la estimulan. Uno de los últimos regalos de Félix Romeo fue un libro prologado por Antonio Tabucchi que recogía poemas, notas personales y cartas de Marilyn. Se titula “Fragmentos” y es un testimonio impresionante de su extrema sensibilidad.
En las navidades de 1992 viajé a Los Ángeles por primera vez. Fui con Jorge Sanz y Gabino Diego a pasar las fiestas con David Trueba, que vivía allí mientras estudiaba en el American Film Institute. Antes de dejar la ciudad visitamos a Marilyn en el Westwood Memorial Park Cemetery. Es un lugar chiquito lleno de celebridades. En el nicho de Marilyn hay una placa dorada con esta inscripción: “Marilyn Monroe. 1926-1962”. Joe DiMaggio, la figura del béisbol que fue su segundo marido, envió a ese nicho rosas rojas dos y tres veces por semana durante 20 años. Yo había leído que nunca le faltaban flores a Marilyn y el día que fuimos había unas rosas. Mis amigos y yo nos hicimos una foto y, luego, me animaron a que le dedicara a Marilyn la copla “Te lo juro yo” mientras miraba la placa. Lo hice. Los visitantes del cementerio nos miraban un poco raro.
Hasta que llegó Marilyn ese sitio era un cementerio normal. Pero, desde entonces, se convirtió en uno de los más visitados del mundo y, tal vez, en el más caro de todos. Ahora mismo, yacer ahí puede costar 90.000 dólares. Marilyn es un negocio interminable. Su muerte nunca se aclarará porque el negocio también se alimenta de esa ambigüedad. Dicen que Hugh Hefner, el fundador de Playboy, ha comprado un trozo de tierra próximo al nicho de Marilyn para ser enterrado junto a ella. Playboy disparó a Marilyn como bomba sexual al publicar, en su primer número, aquellas fotos de Marilyn desnuda sobre un cubrecamas de terciopelo rojo. Pero si Playboy se convirtió en Playboy fue, en buena medida, por esas fotos.
En ese cementerio también se pueden visitar las tumbas de Billy Wilder y de Truman Capote. Wilder supo exprimir muy bien el poderío cómico de Marilyn y su infinito encanto erótico en “La tentación vive arriba” y “Con faldas y a lo loco”. Pero, en esta última, Marilyn desesperó a Wilder: “Al llegar a mi casa después del rodaje, me entraban ganas de pegar a mi esposa solo por el hecho de ser mujer”. Marilyn se encontraba atrapada, de nuevo, en un torbellino emocional. Su indisciplina y su despiste sacaban de quicio al director. “Soy psicológicamente incapaz de ser puntual”, admitía Marilyn. Wilder ironizó con toda su mala leche: “Mientras todo el equipo esperábamos a Marilyn no perdíamos el tiempo. Yo, sin ir más lejos, pude leer `Guerra y paz´ y `Los miserables´”. Pero Wilder era el primero que valoraba su talento. Dijo otra vez: “Existen más libros sobre Marilyn que sobre la Segunda Guerra Mundial. Hay una cierta semejanza: fue el infierno pero mereció la pena”. Truman Capote publicó sobre Marilyn un reportaje para mí definitivo: “Una adorable criatura”. De vez en cuando lo releo, por si se me pega algo. Arthur Miller, su último marido, dijo cosas muy bonitas: “Marilyn tiene más agallas que una pescadería. A su lado la gente no quiere morir. Es todo mujer; la mujer más mujer del mundo”. Marilyn decía: “A mí no me importa nada el dinero. Yo solo quiero ser maravillosa”. No cabe duda de que lo logró.
No ha existido una mujer que, durante tanto tiempo, haya calado tan hondo en el inconsciente colectivo de todo el planeta. Habrá miles de razones para explicar el fenómeno pero tal vez se nos escapen las más importantes.
Marilyn simboliza un sueño imposible: el de la belleza inmarchitable. Murió en el momento preciso para que solo fuera recordada con todo su increíble fulgor. En “¿Quién mató a Norma Jean?” Bob Dylan deslizaba la idea de que a Marilyn la matamos entre todos. Alguien tenía que alcanzar esa quimera de prolongar la belleza hasta la eternidad y ella fue la elegida. Marilyn nunca se acaba.
Marilyn debe tocar alguna tecla muy íntima y muy universal. Tal vez lo que nos conmueve profundamente de ella es que nos sentimos retratados en su fragilidad esencial y en su pánico atroz a decepcionar. El mundo exigió a Marilyn que fuera de todos, para siempre. Ella solo tuvo que morir para conseguirlo.
*Este artículo de Luis Alegre aparecía ayer en la contraportada del suplemento ‘Hoy Domingo’ de Heraldo de Aragón, que coordina Mercedes ‘Picos’ Laguna. Llevaba una caricatura de Luis Grañena, autor también de este retrato.
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