JESSICA LANGE EN VALLADOLID
[Nota de Prensa] La Sala Municipal de Exposiciones de san Benito de Valladolid presenta a partir del día 30 de Agosto, la exposición “Suites, series y secuencias” en la que puede verse más de un centenar de fotografías realizadas por la actriz JESSICA LANGE.
La exposición reúne este centenar de fotografías (de las cuales 12 son hojas de contactos, y 22 son imágenes presentadas en primicia en Valladolid) tomadas durante estos últimos veinte años, y se articula en dos series: “Things I See” y “Mexico, On scene”
Jessica Lange nació en Minnesotta, en 1949. Ganadora de dos premios Oscar, estudió Bellas Artes en la Universidad de Minnesota antes de marcharse a París. Se casó con el fotógrafo Francisco Grande, hijo del científico español Francisco Grande Covián y durante un tiempo vivió en España. Regresó a Nueva York en 1973 y recibió clases de interpretación mientras trabajaba como camarera y modelo. En 1976, el productor Dino De Laurentiis la contrató para protagonizar el remake de King Kong, película con la cual comenzó y casi terminó su carrera, debido a las duras críticas que recibió. Sin embargo, tras su actuación en el remake de Bob Rafelson de The Postman Always Rings Twice (El cartero siempre llama dos veces) en 1981, las críticas cambiaron totalmente. Su actuación en su siguiente película, Frances (1982), en la cual retrató a la actriz Frances Farmer, fue muy alabada y le valió para ganar una nominación al Óscar a la mejor actriz. Aquel año recibió otra nominación, como mejor actriz de reparto, por la comedia Tootsie (1982), protagonizada por Dustin Hoffman, y finalmente ganó la estatuilla.
En 1985 en la película Sweet Dreams, la actriz da vida a la cantante Patsy Cline que falleció en un accidente aéreo a los 31 años de edad.
Durante los años 1980 y 1990 siguió realizando buenas interpretaciones, en películas como La caja de música (1989) de Costa-Gavras, El cabo del miedo (1991) de Martin Scorsese, La noche y la ciudad (1992), Rob Roy (1995), Heredarás la tierra (1997) y Titus (1999), llegando a ganar el Óscar a la mejor actriz en 1994, por su actuación en Blue Sky. En 1992, debutó en Broadway al lado de Alec Baldwin, en la adaptación de Tennessee Williams de Un tranvía llamado deseo y en 2009 en Nueva York con una adaptación de La plaza del diamante, la novela de Mercé Rodoreda.
Desde el comienzo del siglo XXI su carrera cinematográfica ha estado más centrada en papeles secundarios o en películas más minoritarias como Nación Prozac (2001), Big Fish (2003) de Tim Burton, Llamando a las puertas del cielo (2005), o El viaje de nuestra vida (2006). También destaca su participación en series y películas para la televisión: fue nominada al Globo de Oro y al Emmy a la mejor actriz por su actuación en Normal (2003). Sybil (2007) es otra película para la televisión por la que fue nominada a la mejor actriz esta vez en los premios Prism. En 2013 aparecerá en la película Teresa Raquin, donde interpretará a la tía de Elizabeth Olsen.
Ganó su primer Emmy en 2009 por Grey Gardens a la mejor actriz principal de una miniserie y es de nuevo nominada a ese mismo premio en los Globos de Oro. Desde 2011 trabaja para la serie de televisión American Horror Story donde su actuación ha sido reconocida con un Globo de Oro a la mejor actriz secundaria.
FOTÓGRAFA
En 2008, Lange publicó su propia colección de fotografías en blanco y negro, titulada 50 Photographs (powerHouse Books) con la presentanción especial realizada por Patti Smith.[1] Una exposición de su trabajo, junto con una serie de sus películas, se llevó acabo en el museo internacional de cine y fotografía más antiguo el George Eastman House. Después de esta Jessica Lange recibió el primer George Eastman House Honors Award en 2009.[] En 2010, publicó su segunda colección de fotografitas, titulada In Mexico.
Pero fue inicio dentro del mundo de la fotografía fue en 1967, cuando Jessica Lange obtiene una beca de la Universidad de Minnesota para estudiar fotografía. Más adelante, a comienzos de los años noventa, Sam Shepard le regala una Leica M6), que Jessica Lange retomando entonces su actividad fotográfica.
Toma sus imágenes en el transcurso de sus viajes y deambulaciones: Estados Unidos, Francia, Finlandia e Italia son algunos de los países que recorre, aunque demuestra una especial predilección por México, “por sus luces y sus grandes noches”, como ella misma señala.
La exposición presentada en Valladolid se articula en dos series: “Things I See” y “Mexico, On scene”
Things I see -
-“What are these pictures, I ask?
-Oh, things I see.”
“Things I see”, responde ella, como una letanía, un leitmotiv, casi un canturreo que se lanza tras una interjección y va rodando solo, sin necesidad de más impulso.
Las fotografías de Jessica Lange no necesitan cargarse de frases inútiles.
“Punto y línea sobre plano” son los elementos fundamentales de su escritura visual. Su léxico y su sintaxis se reducen a concordancias temporales, como ecuaciones elementales que expresan lo imperceptible.
Y si Kandinsky enunciaba el punto como la forma más concisa del tiempo y la línea como su continuidad, estas imágenes en devenir, que se sitúan a la vuelta de apenas una centésima de segundo, no dependen sino del “instante decisivo”; de su “instante decisivo”, sin concesiones, sin arrepentimientos. La poesía no se caza, hay que esperarla, ya que, en caso contrario, se toma sus rodeos, juega al escondite o nos burla cambiando de rumbo. Es por lo tanto gracias a esta fracción, a esta ciega inflexión en el tiempo de espera, que sobreviene la imagen.
Rusia, Finlandia, Minnesota, Italia y Nueva York no son más que pre-textos que se enuncian y anuncian antes de la imagen. Ahí están, ante sus ojos, poco importa su longitud y latitud, el mes o el año, sólo dicen lo que es, en su permanencia.
Las fotografías de Jessica Lange son escollos sin más pretensiones que hacer visible el movimiento de la vida. Esta frase de Stieglizt, ineluctable: “El arte es lo que da cuenta de la vida y la vida, o lo que la significa, se halla en todas partes”. Jessica, en sus recorridos, se ha encontrado con ella, aquí y allá, en lo sencillo, en lo común, en la ceguera.
Esa joven y su rostro de otro tiempo, que alza los ojos hacia el cielo, como trazando una línea invisible hacia otro lugar, nos devuelve a una suerte de trilogía, de trinidad.
El interior de una capilla, bañada por esa luz lechosa típica de los países nórdicos, invadida por un denso silencio, que se estremece en ese mismo instante por la discreta presencia de un individuo, sentado al fondo, solo. Es el eco de Muchacha leyendo una carta de Johannes Vermeer (1657).
O también como los dos niños suspendidos en una barrera, balanceándose como notas musicales que tararean sobre una partitura. Los blancos y negros están en equilibrio. Todo está ahí.
México, On scene
Y, de repente, el negro inunda la imagen, el grano estalla, las líneas se difuminan, le tela de la pantalla se tensa.
México. ¡Que comience el espectáculo!
Furtiva, delicada, discreta, Jessica Lange entra en escena, está presente en la historia que nos cuenta, lanzándose cuerpo a cuerpo con la realidad; puesto que se trata de eso y no de otra cosa: del cuerpo. Ya no está en la espera, ni en la distancia; se instala en una continuidad, la de una narración, de una película.
Para empezar, dibuja y delimita los espacios que atraviesa; se sitúa dentro de los mismos pero manteniéndose a la vez separada. Separada del otro, en primer lugar, por ese deseo de soledad en el que se envuelve; separada también de las miradas que no se cruzan, que se rompen en los espejos, que se esconden detrás de una cortina de lluvia, o bien de las miradas de los enamorados, perdidos y ebrios, que se cuentan, mirándose a los ojos.
Jessica Lange no se sitúa en la sombra, ni en lo invisible, sino que se queda en lo no visto. Está ahí.
Y, si el espacio se encierra en sí mismo, el tiempo y la luz también.
México revive en la hora del crepúsculo, en la penumbra, entre chien et loup, en ese lapso en el que la realidad aplanada bajo una luz demasiado blanca, retoma aliento e exulta.
Los enamorados se reencuentran ante la iglesia de Santo Domingo, el baile en la plaza del Zócalo inicia rondas sin fin, al son de las trompetas y de los tamboriles. El circo anuncia sus desfiles.
Es de noche, los cuerpos se confunden, se enlazan, se lanzan, o se abandonan, como coreografías dirigidas por una mano invisible. Ella es quien las orquesta. Por sus propios movimientos, invoca su coincidencia, y surge la imagen. Jessica Lange desvela lo que se escapa y hace subir a la superficie de la noche, la luz de la sombra, como un pintor las formas de su modelo.
La profundidad de los negros, los blancos que restallan en el aire como latigazos, las materias voluptuosas, sensuales, flotantes, el olor de la noche que cae, el alboroto de las músicas populares. Más que una serie de fotografías, México es un paseo por el diario de impresiones de Jessica Lange.
La exposición que formará parte del programa de la SEMINCI, permanecerá abierta hasta el 4 de noviembre
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