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Antón Castro

MANUEL RICO: DOS POEMAS

DOS POEMAS DE MANUEL RICO DE ‘FUGITIVA CIUDAD’

[Le he cogido, por múltiples razones, mucho cariño a Manuel Rico, novelista, poeta, ensayista y crítico, y director de las colecciones de poesía de Bartleby. Acaba de publicar en Hiperión el libro ‘Fugitiva ciudad’, que mereció el premio Miguel Hernández de poesía. Me ha gustado mucho el libro; le pido a Manuel algunos poemas. Le he pedido en concreto estos dos, para no abusar: este homenaje a Manuel Vázquez Montalbán, que era un más que estimable poeta, amén de muchas otras cosas, un defensor de la cultura popular, y un poema de amor. Y aquí están para los lectores y los amigos dos composiciones de un libro muy trabajado de Manuel. Palabras de Manuel.]

 

 

 

 

Recuerdo del poeta. El primer encuentro

 

                          A Manolo Vázquez Montalbán, que regresó a Bangkok

 

 

Fue en el Palace. No es fácil recordar

la ropa que llevabas. Sí tu estatura frágil,

tus ojos nunca azules, tu prestancia

poco convencional: bajo y sentimental,

amigo y memorioso, tenaz y periférico,

tierno y muy mala leche, también firme

cual la mirada amarga que en días vulnerables

nació en los autobuses que llevaban

de la ciudad burguesa a la desposeída.

 

Venías de la luz estrecha del Raval

al lector de poemas que fui siempre,

al joven que aguardaba,

en un Palace de espejos que reflejan distancias y carencias,

con ese temblor puro

que la proximidad del mito ablanda o desactiva.

 

Hoy me dicen que has muerto. Que en Bangkok

el viajero que huye fue inquilino

de todas las huidas y todos los espantos.

 

Con la noticia, como un baldón de fiebre y de memoria,

volvió el amigo que fue parte

de la ciudad sobrante y fronteriza.

 

El que escribió vengando la vida de los dioses

para trocarse en dios muy asequible.

 

El que no tuvo miedo aunque cruzara

su corazón el miedo del noi menesteroso

de la familia del sur y sin herencia.

 

Y regresó una noche de otoño en Barcelona:

la que aventó la niebla de antes de conocerte,

la que me dio tus claves, tus miedos, tus fantasmas.

 

Y entonces, durante aquellas horas

de whiskies imprudentes para tu corazón herido,

la sucia luz del barrio de tu infancia

se hizo mi propia luz y la noticia

de un padre desnortado y roto dibujó

mi orfandad de fieltro y de taberna,

la historia desolada de los padres

que vivieron muy poco, que jamás fueron jóvenes.

 

 

 

 

*

 

 

HOY TE MIRO y te sueño

de piel acariciable y medias negras,

de puta primeriza y sexo ineducado,

de habitación pequeña y colcha sin embozo,

de agridulce sonrisa y noche triste.

 

Tal vez porque el recuerdo pinte

a un mujer muy joven, esculpida

con la voz quebradiza junto a mesas ocultas

de perdidos cafés frente a innombrados parques

cercados por el ocre en la puerta de octubre,

te sueño de esa guisa y me estremezco

al oír tu pasado: la madera

del banco donde, a veces, nos hablaba

la soledad. La noticia del agua acariciando

puertos que te acogieron mientras leías

relatos de Cortázar o confusos informes

prescribiendo utopías y huelgas generales, la barraca

muriéndose en la tarde de un diciembre de hielo

mientras yo disparaba a inseguros muñecos

en un carrusel de invierno, justo al borde

de la ciudad que despertaba

de la más larga noche.

 

Pero hoy te miro. Los años

no te desdibujan ni te vencen.

Te han llenado de vida y de señales.

hablan de mí también, de nuestra historia

de perezas y dudas, de fiebres y de olvido,

de entregas algo fútiles

mas siempre generosas, casi ciegas

de juventud incandescente.

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