CABALLERO BONALD: PREMIO CERVANTES
DIÁLOGO CON JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD
[Rescate de una entrevista que le hice en el hotel Orús de Zaragoza, hace unos años,en compañía de Fernando Sanmartín. A Caballero Bonald acaban de darle el premio Cervantes.]
-Decía García Márquez que él de repente lee “La metamorfosis” de Kafka y se dice: “Si se puede escribir así, quiero ser escritor”. ¿Le sucedió algo semejante con algún libro?
-Sí, de pronto descubrí en la pequeña biblioteca familiar, en la casa de Jerez, una biografía de Espronceda de Narciso Alonso Cortés, un historiador de la literatura de Valladolid ya prácticamente olvidado. Me quedé deslumbrado por el personaje, no por la poesía. Era un hombre que había hecho de todo: murió con 34 años y había luchado en las barricadas de París, había fundado una sociedad secreta, había estado preso, exiliado por su republicanismo exacerbado, había sido diputado, guardia de corps, había trabajado en la Delegación española en La Haya, etc. Y además, por si todo esto fuera poco, se marchó con una muchacha de la que estaba enamorado desde que era una niña, Teresa Mancha, la había conocido en Lisboa, y tuvieron una hija. Y así hasta que Teresa un día se fue de su lado porque las relaciones se fueron enconando, envenenando, y un día Espronceda, que ya es el prototipo del romanticismo, paseando por la calle Santa Isabel de Madrid, se asoma a una ventana donde había un velatorio y descubrió que la muerta era su amante, y escribió su “Canto a Teresa”, que, por otra parte, es magnífico. Ahora va a aparecer en la colección Omega un libro mío sobre Espronceda.
-Y entonces este libro y este personaje fueron el detonante.
-Sí. Yo quería ser como Espronceda, pero no como el poeta, sino como el personaje. Quería imitarle, pero como era imposible emularle en tantas y tan maravillosas facetas y hazañas, lo que hice fue emularle en las dos que tenía más a mano que era escribir poesía, cosa que me ha durado hasta hoy, y llevar una vida licenciosa, que en aquellos años con la asignación semanal se limitaba a llegar algún día tarde a casa.
-Pero también quiso ser marino, ¿no?
-Antes que nada. Y esa afición procedía de mis lecturas de Emilio Salgari y Jack London. “El lobo de mar” de Jack London me dejó hechizado también. El lobo Larssen, aquel personaje magnífico. Y yo quería realmente ser un aventurero también. Y la única posibilidad que tenía a mano era hacerme marino, pero luego, como casi todos los muchachos de mi edad de la posguerra, yo enfermé del pecho, tuve que reposar y ya no estaba en condiciones físicas de ser marino y lo cambié por Filosofía y Letras en Sevilla, que fue como equivocarme de otra manera.
-¿Tuvo Caballero Bonald hasta el año 62 vocación de poeta solamente?
-Sí. Fundamentalmente mis primeros pasos y mis ambiciones en el mundo de la literatura era la poesía y ser poeta. Pero cuando me fui a Colombia, empezaron a intensificarse mis recuerdos de Jerez, era la época del realismo social, y yo quise escribir una novela donde realmente se reflejara mi experiencia personal en ese mundo las viñas y las bodegas de Jerez que tenía muy cerca por razones familiares también y que era un tema que se compadecía muy bien con la intención de denuncia...
-Se refiere al libro “Dos días de setiembre”.
-Sí. Escribí esta novela acordándome de lo que había vivido. A partir de ahí casi todo lo que yo he hecho en literatura es porque me acordaba de lo que había vivido. Siempre he pensado que si no tuviese memoria no podría escribir.
-Hablando de recuerdos y de memoria, en el primer tomo de sus memorias había un capítulo magistral, el dedicado a los “acostados” de su familia.
-Ese fue el arranque. Yo me dije: “Voy a escribir mis memorias” porque me acordé de pronto de esos miembros de mi familia, Bonald, había tres o cuatro o cinco acostados. Pensé que era un tema literario interesante y que podía ser el arranque de unas memorias. Luego no fue el arranque, pero sí fue el motivo: el recuerdo de esos episodios familiares de los “acostados” fue el incentivo que me movió.
-¿Vivían en su casa?
-Algunos sí. Dos vivían en mi casa: mi abuelo materno y mi tía Isabel. Mi abuelo se levantaba un día a la semana, iba a llevarnos a tomar dulces a una confitería y a hacer todo lo que nos prohibía: beber en las mangas de riego, subir por un pretil peligroso. Aquella era una escapada maravillosa de los jueves que salíamos con el abuelo Rafael Bonald. Y luego estaba mi tía Isabel que estaba siempre en la cama, y además había otro tío y un primo. Menos mi primo, que también se llama Rafael Bonald; de pronto, un día los otros tres murieron en la cama.
-En cualquier caso, estos personajes por su pintoresquismo le dan una materia literaria muy sugerente.
-Insisto: la memoria es el factor desencadenante de lo que yo escribo. Luego, con las deformaciones e inventos propios de todo proceso creador, pero el punto de partida es la memoria. Y esos familiares eran un don para el escritor.
-La memoria estaba muy presente en “Dos días de setiembre”, que narraba un enfrentamiento entre los terratenientes y los campesinos, pero años después escribió una novela si quiere más experimental, que fue “Agata ojo de gato”, de la cual siempre dice que es su favorita.
-Sigue siéndolo. Me siento muy expresado en esa novela. Creo que hice lo que yo quería, cosa que es muy difícil en literatura acabar un texto y decir: “No lo escribiría de otra manera”. Y eso sólo me ha ocurrido con algunos poemas y con “Agata ojo de gato”. Creo que es la manifestación de un mito, el mito de la “mater terra”, de la tierra madre que castiga a todo aquel que pretende ultrajarla, y me inventé esa historia medio legendaria, pero que tiene las raíces en la realidad del Coto de Doñana.
-Usted creó una suerte de realismo mágico pasado por Andalucía.
-Entiendo lo que quiere decir, pero ese es un término que no me gusta mucho porque es un híbrido de Sandokán y Galicia, o de la novela picaresca y el cuento de hadas, pero en todo caso pienso que “Ágata” tiene un intento de sustituir la historia por sus presuntas equivalencias mitológicas, pero siempre manteniendo esa realidad que responde a la historia verídica del coto de Doñana. Además con ese libro me ocurrió, y eso sí que era mágico no por el método literario sino por sus consecuencias, que conocí a personajes después de haber escrito la novela que eran un reflejo fiel de los que yo me había inventado y eso es muy inquietante y muy apasionante. Conocer en la vida real a personajes de ficción, tuyos, propios, provoca entusiasmo e inquietud.
-Antes de seguir adelante en este viaje por su obra, querría recordar que en esa época usted ya había estado en la cárcel, ya había frecuentado la amistad de Dionisio Ridruejo y se había manifestado antifranquista.
-Yo trabajé al lado del Partido Comunista como todos nosotros en aquel momento. No tuve carnet, pero trabajé con el PC porque era el único partido que realmente tenía presencia en la vida clandestina antifranquista. Primero me desperté a través de Dionisio Ridruejo, fue una persona a la que yo quise mucho, era un hombre limpio de corazón, con una evolución personal auténtica. Era fascinante, era seductor. A través de él, y con otros amigos como Moreno Galván, Juan Benet, Fernando Baeza, Pepín Vidal Beneyto, que luego no tuvieron ninguna relevancia política, pero para mí fue como el foco de donde arrancó mi actitud política antifranquista.
-¿Cómo resumiríamos su incorporación al grupo de los 50?
-Yo no creo en “La Generación de los 50”, pero sí en un grupo de amigos con muchas diferencias literarias evidentes. Lo que sí nos unía era muchas cosas en común: éramos noctámbulos, desobedientes, insumisos y luego la actitud antifranquista, que nos unía a todos. El grupo dentro de la generación ha tenido una importancia cada vez más notoria en la evolución de la poesía española y además creo que había algunos miembros de esa generación –como podía ser Barral o Gil de Biedma- que eran realmente unos hombres cultos, petulantes (ya sabe: la insolencia de los eruditos) y luego unos críticos de la cultura, sobre todo Gil de Biedma en su libro “Al pie de la letra”. Me parece un libro espléndido: crítica de la vida y de la cultura. Y además eran personas que hablaban tres o cuatro idiomas. Yo creo que del grupo con el que tengo más afinidades es con José Ángel Valente por el lenguaje. Como a él, nunca me ha gustado la poesía obvia, explícita, directa, la narratividad que ahora está muy en boga. Esa poesía no me interesa. Me gusta el riesgo de trabajar con el lenguaje y en eso Valente ha sido un maestro. Como lo fue también en cierto modo Barral.
-Ha dicho que su libro de poesía que más le gusta es “Laberinto de fortuna”.
-Lo dije pero creo que ella no lo diría ahora. Uno casi se queda siempre con lo último y lo último es “Diario de Argónida”. Yo soy un poeta muy discontinuo, irregular e intermitente, entre mi último y mi penúltimo libro pasaron más de diez años. No me importa. Yo pierdo la fe en la poesía con frecuencia. Y si pierdo la fe, no voy a empezar a escribirla de una forma mecánica. A mí me interesa mucho este libro, que es un homenaje a Juan de Mena, que instauró una lengua poética en medio de un castellano todavía incierto, y esta instauración de un lenguaje yo también intento hacerlo en “Laberinto de fortuna” porque es un libro que depende del lenguaje, del léxico, y es un libro donde demuestro que la poesía también es un procedimiento. Es un hecho lingüístico. Un acto de lenguaje.
-Es curioso porque le hemos leído declaraciones en las que se revela muy crítico con eso que ha dado en llamarse “la poesía de la experiencia”.
-Odio las pláticas de familia o rencillas de poca monta entre poetas. Y a mí la poesía de la experiencia, suponiendo que eso signifique algo, si se limita a la narratividad, a la poesía obvia y explícita, no estoy de acuerdo con eso. Y que es eso de “la poesía de la diferencia”.
-También en su poesía se ha experimentado un cambio curioso: empieza siendo un poeta social, y sin dejar de ser eso, mezcla esa exuberancia, ese lenguaje barroco con un lenguaje muy cotidiano y con todo el poso de la memoria y de la cultura sin llegar a ser culturalista.
-Mis primeros libros eran una poesía psicológicamente envarada. Me despojé de esos influjos que venían de la adjetivación de Neruda y Aleixandre, Cernuda, de eso me fui liberando, y creo que mi barroquismo no consistía de ninguna manera en la acumulación de bellos términos para llenar un vacío o bien en la complicación léxica o sintáctica de una forma gratuita sino en la búsqueda de esa palabra, de ese adjetivo ineludible, insustituible para definir el pensamiento o mi propio pensamiento. Lo que yo quería contar. En este sentido sí soy barroco, pero para mí el barroco es una aproximación expresiva a la realidad.
-Yo soy muy lento. Las prisas en literatura son como la actividad de la carcoma: a mayor velocidad más pronto sobreviene el derrumbamiento. Y ahora noto que los jóvenes terminan de escribir un libro y empiezan otro corriendo, les salga bien o mal, lo que quieren es publicar mucho y con muy poco espacio entre uno y otro. Hay que tomarse un respiro.
-Publica un libro en 1981 una novela deliciosa: “Toda la noche oyeron pasar pájaros”, el título lo tomó del diario de Colón.
-Sí, de la transcripción de Bartolomé de las Casas, en la antevíspera del descubrimiento. Es un libro que me satisface: es complejo. La mecánica del libro quizá sea intrincado a veces pero cree un mundo atractivo que proviene en muchos aspectos de William Faulkner. Para mí Faulkner, el narrador norteamericano del sur, ha sido un maestro. Creo que ese libro es faulkneriano y supone un episodio destacable dentro de mi narrativa que es escasa. Por que el siguiente...
-“En la casa del padre”, Premio Internacional de novela Plaza & Janés...
-Retomo la crítica social, me gusta menos. Mientras lo escribía me estaba aburriendo y eso es gravísimo. Porque pensé que esa historia necesitaba mil páginas y que no tenía ya ganas de escribir mil páginas. Lo aligeré. No me gusta mucho.
-Lo que es impresionante es lo que cuenta en “Campo de Agramante”, quizá su mejor novela.
-Ese es divertido, creo yo. Además ahí reaparece otra vez la memoria porque la novela es la memoria de algo que me pasó a mí. Yo tuve un conato de isquemia, que es una especie de insuficiencia circulatoria cerebral, y entonces me ocurrían cosas extrañas. Se me alteró la sensibilidad: tenía confusiones entre la realidad y el sueño, recuerdos falsos, que es una cosa bastante inquietante, es como si te miras en un espejo y no te reconoces, lo que tampoco es cómodo. Y me convertí en un personaje literario y pensé que era un personaje para una novela mía. La novela de mi memoria otra vez. Todas son novelas de mi memoria. Hasta la poesía. Y en este tipo de cosas pienso que si tú escarbas en la realidad, te encuentras siempre con la fantasía. La fantasía siempre está ahí detrás con una fuerza superior a la realidad. Yo cuento en las memorias una cosas que me tiene obsesionado y va a ser el arranque de algo: hace muchos años visitando el museo de arte de Cataluña había allí un panel de Jaume Huguet, un pintor catalán del siglo XIV, y representaba a un grupo de gente que estaba oyendo a otro que leía un libro de horas en un atril. Y entre ese grupo de gente había un personaje que se parecía a mí muchísimo.Yo me di cuenta de que era mi retrato, me ampliaron el retrato y tenìa en la sien derecha una mancha, una rosácea. Es de nacimiento. También lo tenía este personaje, y nunca más volví por el museo. Me preguntaron: “¿Por qué no has vuelto?” “Porque estoy seguro que el personaje ha envejecido tanto como yo”. Creo que llegaría encontrándome con un personaje que se sigue pareciendo a mí de viejo. O algo todavía peor: que se ha mudado a otro cuadro.
-Lo que tenía ese libro de “Campo de Agramante” era la fuerza del paisaje, las marismas, la fascinación que tiene usted por Andalucía, por el color, por la luz, por la vegetación.
-Me gusta mucho describir paisajes. Trasladar el tono y el carácter del paisaje a la escritura. Eso siempre me ha preocupado, quizá también porque tengo una gran atracción por la pintura. He hecho trabajos de pintor, dibujo con frecuencia. No es que sea un pintor frustrado. Es que soy un pintor muy poco conocido.
-Por ejemplo, hay en usted algo así como la configuración de un mito de Andalucía.
-Sí. Eso es deliberado. He intentado crear como los grandes novelistas con su lugar nativo esa imagen de una presunta mitología andaluza haciendo hincapié en aspectos de la tradición, de la superstición, de las culturas residuales que todavía permanecen, ciertas zonas rurales de Andalucía. Eso me preocupa. He querido reconstruir o inventarme una mitología andaluza. Además no salgo yo de esa zona... ¿Por qué no salgo de esa zona geográfica? Porque es el lugar del mundo que conozco mejor pero sobre todo porque fue ahí donde verifiqué mis primeras tentativas de intervenir en la realidad y donde, sobre todo, descubrí el mundo. El lugar donde se descubre el mundo ya es para siempre el compendio simbólico del mundo. El mundo, como se ha dicho tantas veces, está en el lugar donde vives, ahí está todo.
-Entonces, debemos deducir que usted se siente afín a autores como Miguel Torga, García Márquez, Juan Carlos Onetti, Faulkner...
-Esas son personas a las que leo con mucho gusto y han sido maestros míos. Como Onetti, como Juan Rulfo, con el que estuve en varias ocasiones. Una vez le preguntaron si tenía algún trabajo entre manos, y él decía que no tenía tiempo, que estaba dedicado a la antropología cultural y que salía por los paisajes del país a realizar trabajos de campo. Y que no tenía tiempo de inventarse historias literarias. También solía decir que se había muerto su tío Macario, el vendedor de ataúdes, y que era él quien le daba las historias. “Desde su muerte, me he quedado en blanco”, dijo.
-¿Cuál ha sido el escritor que más le ha impresionado?
-Personalmente yo creo que Pablo Neruda. No tampoco. García Márquez, lo conocí cuando no era famoso en Colombia. No lo sé. Mantuve correspondencia con Cernuda, ocho cartas, vinculadas algunas de ellas a cuando yo trabajaba de subdirector de “Papeles de Son Armadáns”. Como personas no podría decir, no puedo hablar de escritores que me hayan dejado una impresión memorable, su obra sí.
-¿Su escritor preferido?
-Son muchos. Cervantes es un personaje que me fascina, las zonas nebulosas de su vida. Escribí un libro que se llama “Sevilla en tiempos de Cervantes”, seguí el rastro por Sevilla: aquella vida oscura de jugador, los líos familiares, la hermana de Cervantes era puta y él, según dicen, maricón, pues bendito sea Dios si escribió el Quijote.
-Le he leído lo siguiente: “Me puedo volver loco con la búsqueda de la palabra exacta”
-Sí. No sé si dije eso. En cualquier caso, corregiría la frase y diría: puedo perder la salud buscando un adjetivo. Y eso me pasa sobre todo con la poesía. Yo la poesía la hago de memoria, mientras paseo, en los momentos incluso más inoportunos, y voy elaborando el poema, si no es largo. Lo hago con la memoria, y entonces la búsqueda de ese adjetivo que yo considero que ya no se puede sustituir por ningún otro, eso me puede enloquecer, me puede quitar el sueño. Cuando me acuesto y empiezo a pensar en esa palabra... Supongo que esto para muchos escritores les parecerá una exageración y una estupidez porque hoy nadie piensa mucho en las palabras, si no que piensa en las historias. Hay escritores muy famosos ahora; leí el otro día a un escritor muy famoso que decía: “La preocupación por el lenguaje es una excusa de los que no tienen nada que contar”.
-Lo diría Arturo Pérez-Reverte, casi seguro.
-Pues sí. Y decía una cosa mucho más insultante: “Me importa una mierda el lenguaje. Eso lo dicen los que no saben qué contar o no tienen historias”.
-Acaba de hablar de la pérdida de salud. Usted ha dicho que la inspiración no existe, que es tener buena salud.
-Sí. Tener buena salud y el estado de ánimo propicio, eso es lo que es la inspiración o el estímulo previo para poder escribir sin aburrirte. Para un es escritor es muy importante no aburrirse. Cuando te aburres tienes que dejarlo. Sé que no me va a salir bien, que me va a salir una cosa artificial. Sólo escribo cuando me siento exaltado, y releo lo que estoy escribiendo.
-¿La Academia? Le han hecho varios feos.
-Una vez me retiré yo. Iba a competir con Antonio Muñoz Molina, que es amigo al que aprecio y admiro su obra, no quería competir con él. Y las otras dos veces son de esas cosas que pasan. Es un episodio superado que no volverá a repetirse porque ya he tenido alguna insinuación para que me vuelva a presentar con todas las seguridades previas que se puedan tener. He soslayado la invitación para siempre. No quiero saber nada de ese asunto. Lo único que saqué claro de aquel episodio es que un académico hizo propaganda en contra y dijo que yo era un “rojo y libertino”. Y entonces le contesté: “Hombre, lo que me desagradaría de verdad es haber dejado de serlo”.
-¿Tiene usted constancia de que fue una gran maniobra de Cela?
-Sí, claro, pero ahí hubo dos o tres que hicieron una campaña en contra. La Academia es una recompensa social y en ningún caso una meta literaria. La recompensa social no me la han dado, muchas gracias, ya me voy y no quiero saber nada de eso.
-A mí me llama la atención tanto como el poder de Cela, la falta de personalidad de los académicos en general.
-No salí por un voto. Lo más curioso es que Cela había publicado poco antes en “ABC” un artículo que se titulaba: “Umbral, Bonald, Arrabal”, y se preguntaba por qué no estábamos en la Academia y quería defenderlo a toda costa. Y que era una injusticia. Y que teníamos que estar allí ya. Luego ocurrió lo que ocurrió: ¡qué rara es la gente! Hay como una doblez en las cosas de la vida cotidiana que me dejan un poco sorprendido porque yo procuro ser consecuente con mis ideas y con lo que yo pienso. Y ser por una parte crítico, con mis amigos, en una crítica generalmente irónica, para limar asperezas, pero por otra parte soy fiel. Creo que soy fiel. En mis memorias hay mucha crítica de gente que he conocido.
-Ese elogio a la cultura del placer, del vino, del fumar, de alcohol. ¿Por qué le ha gustado tanto eso?
-He sido muy hedonista. Pienso que esos placeres que te alegran la vida, que te hacen muy soportable las desdichas y atropellos de la historia contemporánea, yo soy un bebedor, me gusta beber, pero también por razones de desobediencia, de irritar a los bienpensantes. Y en ese sentido he buscado placeres de éstos, pequeños placeres, que te puede ofrecer la vida cotidiana, enfrentado a un mundo hostil, a un mundo en guerra, en manos de un ignorante como el señor Bush, peligroso ignorante, fanático del eje del mal. Todo eso me produce escalofrío y procuro, aparte de tomar partido, contrarrestar los malos efectos de todo eso con los buenos efectos del hedonismo.
-¿Debemos deducir que también escribe contra las ofensas de la vida?
-Sí. Eso lo copié de Cesare Pavese. La literatura es una forma de defensa contra las ofensas de la vida. Eso lo he tenido muy presente. Mis poemas siempre tienen algo de última voluntad. Yo me defiendo de algo con lo que estoy en desacuerdo. Alguna vez dije que yo escribo en legítima defensa.
-¿Se siente un radical?
-Sí, me considero un radical. Ahora que acabo de hacer un libro de Espronceda y el romanticismo, me gusta lo que tenía de insumisión, de rebelión contra una sociedad retrógada, inmovilizada por el influjo de la tradición, del neoclasicismo en el caso de Espronceda. Oponerte a eso de una forma furiosa a veces. Eso me gusta a hacerlo.
EL ASUNTO CELA Y CHARO CONDE.
Podría haber sido navegante o capitán de barco. Tiene ese porte elegante y breve de un caballero del sur transido de nobleza y de nostalgia, aunque de inmediato se percibe su gallardía, su amor por la vida y el placer. Se sabe que va y viene de los viñedos a las marismas, del caballo en la serranía o al mar melodioso del sur, y en los miradores de la noche, recortado por la luna de los maletillas, podría ser el aparecido de un largo viaje: el señor que vuelve. Tiene una existencia tan bonita que ha escrito dos tomos de memorias: “Tiempo de guerras perdidas” y “La costumbre de vivir”, que también podría haberse titulado “La costumbre de escribir” o “El oficio de conversar”. Le oímos con entusiasmo, con devoción.
-Me incomoda bastante hablar de mi propia obra. Además un escritor sabe muy poco de su propia obra. Y puede aproximarse a lo que intentó hacer pero no al hecho literario consumado. Y a veces me produce cierta sensación de impudicia.
-Me ha sorprendido en tus memorias el tratamiento del famoso tema de Charo Conde.
-Yo tenía que contarlo, aunque no quería de ninguna manera entrar en ese asunto porque es muy peliagudo y por mi parte puedo pecar de impúdico o de desvergonzado o de irreflexivo, pero tenía que contarlo porque eso se sabía. No podía soslayarlo. Pero por otra parte yo sólo quería apuntar veladamente lo que había ocurrido y eso es lo que intenté hacer incluso usando una retórica bastante nebulosa porque lo hice adrede, pero sin necesidad de eludirlo también...
-No sé si usted ha llegado a leer el libro de Umbral sobre Cela.
-He leído comentarios.
-Umbral alude en varias ocasiones al engaño, a la infidelidad de que fue objeto por parte de su mujer...
-La infidelidad de su mujer tampoco es verdad. Fue conmigo y punto. Porque parece que Umbral hablaba de que Charo como una mujer descocada, de que más o menos tenía aventuras consecutivas, y eso no es cierto. Yo no he leído el libro. Y siento una gran extrañeza ante un texto como ese que me han dicho que es injurioso contra Cela y eso me sorprende porque yo creía que Umbral, aparte de amigo, era un discípulo, aventajado, de Cela y que Umbral siempre había defendido a quien le dio el premio Cervantes, el Premio Príncipe de Asturias.
-A lo mejor arriesgo un juicio injusto, pero a mí me parece que Umbral es un hombre sin amigos y es muy calculador.
-Hace columnas magníficas, aunque luego las novelas son otra cosa. Algunos son columnas ejemplares.
-Quizá se haya planteado: si yo hago un libro de elogios, no tiene ningún interés, ni se habla de él ni se vende.
-Ese cálculo es muy posible que lo haya hecho Umbral, que es persona ambiciosa y necesitada de que su nombre esté en la cumbre de la fama y de los dimes y diretes literarios. Antes de publicar el libro, antes de morir Cela, hizo una columna muy elogiosa en torno a Marina Castaño y aquí la pone a parir.
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