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Antón Castro

FRANCISCO URIZ: UN DIÁLOGO

FRANCISCO URIZ: UN DIÁLOGO

[Francisco Uriz cumple hoy 80 años y lo celebra por todo lo alto: con la publicación de su libro ’Poesía reunida’ (Libros del Innombrable). hace un par de semanas publiqué esta entrevista, con pequeñas variaciones, en Heraldo de Aragón. La traigo aquí a modo de conmemoración y de felicitación para Paco y sus amigos. La foto es de mi compañera Esther Casas, en sus tiempos en Heraldo.]

 

"MI RELACIÓN CON LOS ESCRITORES

NÓRDICOS HA SIDO MARAVILLOSA"

 

Francisco Uriz (Zaragoza, 1932) vive en una casa llena de libros, de música y arte. Y de fotos de familia: de su hijo Juan, de sus cuatro nietas, del álbum disperso de una existencia casi itinerante. Su mujer Marina Torres, traductora de lenguas nórdicas como él, pone el orden. Sobre una mesa de cristal del amplio y soleado comedor se ve una foto de los años 60 o 70 con ambos en medio de una manifestación. He aquí varias de las razones de la vida de Uriz, o las claves para forjar un retrato: es un hombre esencialmente político, que dedicó un poemario a Vietnam, militó durante años en el Partido Comunista de España desde Suecia, y es un traductor de todos los géneros (ha traducido más de 150 autores, hasta cartas a los brigadistas), pero sobre todo de poesía. Ha ganado en dos ocasiones el Premio Nacional de Traducción: en 1996 y este año. Estos días sale a la calle su ‘Poesía reunida’, más de 600 páginas que publica uno de sus lectores más amados: Raúl Herrero, de Libros del Innombrable, con quien ha colaborado en más de veinte publicaciones. En ese sello ha publicado, entre otros, a Gunnar Ekelöff, Marta Tikkanen o Jörn Donner, el escritor finlandés con quien descubrió el cine de Ingmar Bergman. Otro amigo esencial e inolvidable de Paco Uriz es el recientemente fallecido José Luis Borau.

-¿Empezamos por él?

-José Luis fue un amigo muy entrañable. Siempre lo llevo dentro. En los tiempos de la Universidad, los dos cursábamos Derecho y luego nos reuníamos con los amigos, con Pepe Pérez Gállego y Román Escolano, entre otros. Íbamos y veníamos por el bulevar de Independencia: nuestra charla era cine y literatura, literatura y cine. Siempre así. Borau era una persona admirable, deslumbrante, querido por todos. Lo sabía todo y nos contaba historias de cineastas, de escritores. Era un avanzado de la época. Él se fue a Madrid y yo a Suecia...

¿Cuándo volvieron a verse?

Más de veinte años después, en 1976. Él acababa de estrenar ‘Furtivos’ y a mí me encargaron que organizase una Semana del Cine Español en Suecia. Pensé en los clásicos: Bardem, Berlanga, Gutiérrez Aragón, y entre ellos también estaba Borau. Me trasladé a Madrid, y un día le llamé y le dije: “Señor Borau, soy Francisco Uriz, nos conocimos hace veinte años”. Y él, desde el otro lado del teléfono, me dijo con esa voz afectuosa y quizá un poco bruta, expansiva: “Pacooo, coño, amigo”. Y me riñó, claro, por haberme puesto tan ceremonioso. “¿Cómo iba a olvidarme de ti?”. La Semana de cine se convirtió en un mes de cine español en Suecia.

¿Tuvieron algún otro contacto?

Volvimos a contactar con motivo de su película ‘La sabina’. Un día me llamó Borau para decirme que había pensado en contratar a Harriet Anderson para la película. Yo, no sé por qué, siempre pensé que hablábamos de Bibi Anderson. Las dos habían sido compañeras de Ingmar Bergman. Accedí a Harriet, la mujer preciosa y joven de ‘Un verano con Mónica’, porque era la compañera de un gran amigo mío: Jörg Donner. Crítico de cine, productor, director, novelista. Años atrás yo había ido a Finlandia tras una mujer; allí conocí a Donner, nos hicimos amigos y recuerdo que una vez vimos todo el cine de Ingmar Bergman, cuando solo era conocido como dramaturgo. Lo vimos solos los dos y tomamos muchas notas. Y discutíamos. Donner escribió un libro sobre  Bergman, que he traducido para Libros del Innombrable; y yo no he escrito nada con mis notas. Luego he traducido muchas cosas de Bergman: sus memorias, ‘La linterna mágica’, por ejemplo.

Sabemos que Borau contrató a Harriet Andersson.

Sí. Y no solo eso: el propio Donner fue coproductor: aportó dinero, a la propia Harriet y algunos técnicos de fotografía y sonido. Sin embargo, la película fue destrozada en su estreno en Suecia: Donner tenía demasiados enemigos en Suecia. Era y es un hombre con personalidad, autoritario, que dice las cosas directamente, y solían recordarles a los suecos: “Los pactos están para cumplirlos”. Donner fue muy importante en mi vida por otras cosas: él me regaló un libro de Pablo Neruda de la editorial Losada y me puso en contacto, a través de su compañera de entonces, la escritora Sun Axelsson, con Artur Lundqvist...

A Sun Axelssson también la ha traducido su esposa Marina Torres en Zaragoza: los poemas de ‘Arena’.

Era una mujer menuda y rubia, de gran personalidad. Tenía una complicada historia: había sido amante de Nicanor Parra. Se la llevó a Chile y ella descubrió que el poeta ya estaba casado. Allí la acogió y la protegió su hermana Violeta Parra, tradujo a Pablo Neruda al sueco...

¿Quién fue Artur Lundkvist?

Un personaje capital de la Academia Sueca al que le fascinaba el español, nuestros escritores, y era poeta. Yo he traducido su lírica: ‘Textos para la nieve’. Era un enamorado de la poesía española y latinoamericana: un día se enteró de mi existencia y me propuso que hiciéramos juntos una antología poética de hispanoamericanos al sueco. Estaban César Vallejo, Borges, Huidobro... Me dijo los autores que había escogido, me pasó sus libros, me dijo qué selección había hecho él y me dijo que hiciera yo la mía. Fue muy generoso y apenas hizo correcciones a mi trabajo. Titulamos la selección ‘Cóndor y colibrí’ (1962). Luego tradujimos al sueco a Pablo Neruda, a los poetas españoles contemporáneos y recuerdo que también hicimos una versión de ‘Así que pasen cinco años’ de García Lorca.

Era una hermosa manera de empezar...

Desde luego, aunque luego yo lo que he hecho es traducir, en concreto, lenguas nórdicas al castellano. Un día le dije a Lundkvist que tenía fijación por Aragón: había escrito de Luis Buñuel, había publicado una novela sobre Goya y ahora trabajaba con un aragonés, de Zaragoza. Se rio...

¿Cómo fue su relación con los escritores suecos?

Maravillosa. Con los suecos y con los nórdicos en general. Ellos están muy agradecidos por nuestro empeño: no es lo mismo escribir para ocho millones que para 300 o 400. Antes de volcarme de manera exhaustiva en autores concretos, hice antologías de literatura sueca para España y Cuba, y de literatura nórdica en general. Y eso siempre lo agradecían mucho.

¿Siente predilección por alguno en concreto?

Desde luego. Incluso por aquellos a los que no conocí: por ejemplo Gunnar Ekelöff. He publicado varios libros suyos, entre ellos aquí en Zaragoza su antología ‘Non serviam’. No lo fui a conocer por timidez y porque tenía fama de difícil. Conocí a su viuda y me ayudó muchísimo: es una mujer excepcional. Ekelöff está considerado el poeta sueco más importante del siglo XX.

Demos un pequeño giro. ¿Siempre le ha interesado la política?

Mucho. En España, en Suecia, allá donde iba, pero Suecia fue decisiva en mi  vida por la aportación política. Veníamos del franquismo. En 1963, tras entrar en contacto con los brigadistas internacionales suecos, nos sumamos al Partido Comunista. Marina, mi mujer, y yo. A la Guerra Civil española vinieron a combatir 500 suecos y murieron más de 200; los que volvieron fueron represaliados por el régimen sueco no en un campo de concentración pero sí los dejaron en una especie de refugio o ghetto. Poco a poco se fueron incorporando a la vida normal, pero nosotros supimos donde se reunían, empezamos a ir, vencimos suspicacias (vieron que no todos los españoles eran fascistas; les traducíamos sus cartas) y nos aceptaron y nos contaban muchas cosas. Con ellos, participamos en una campaña, en vano, para salvar a Julián Grimau, por ejemplo. Permanecimos en el partido hasta 1980.

Uno de los grandes proyectos de su vida fue la fundación de la Casa del Traductor.

En cierto modo nació en una comida en Casa Emilio. Allí conocí a mucha gente vinculada a ‘El día de Aragón’, en un momento en que estábamos buscando casa. Vicente Sánchez, empresario, gran amigo y uno de los personajes más entusiastas que conozco, un personaje-esponja, nos habló de Tarazona y de un chalé. Me inspiré en Elmar Tophoven, un alemán que había creado una Casa del Traductor: decía que los traductores debían tener un sitio para reunirse, para hablar, para trabajar.  Con otra compañera traductora, francesa, Françoise Campo-Timal, en Arlés, hablamos de ello. Y allí hablamos de la importancia que había tenido el Rey Juan Carlos I en la fundación de la Casa del Traductor de Alemania: en uno de sus discursos, elogió la labor del traductor y Elmar Tophoven lo supo usar muy bien.

¿Cuál es el balance de la Casa del Traductor?

Bueno. Muy bueno. Se convirtió en una factoría de palabras y de profesionales. Contamos con muchos apoyos decisivos: el alcalde Moreno Lapeña, Juan José Vázquez, jefe de área de la Diputación de Zaragoza, Juan Manuel Velasco, Director General del Ministerio de Cultura, que nos ayudó mientras estuvo en el cargo. Y el Gobierno de Aragón, sobre todo en la época de Pilar de la Vega. Y por supuesto ha sido muy importante el apoyo de la Comunidad Europea: allí se eliminaban burocracias y facilitaban el trabajo.

¿Qué hacían en la Casa del Traductor?

En la Casa del Traductor hemos hechos muchas publicaciones, revistas, hemos publicado a escritores y hemos defendido el estatuto del traductor, algo por lo que venía luchando desde hacía mucho tiempo Esther Benítez. La gente venía y se marchaba encantada. Y aún me lo recuerdan. Y le dábamos prestigio a Tarazona. Ahí hemos traducido a mucha gente, entre ellos un futuro premio Nobel como Seamus Heaney. Vino una vez Bernardo Atxaga y no se lo podía creer. Nosotros contribuíamos a la difusión de la cultural española y aragonesa en el mundo y al revés: el mundo entraba en Aragón a través de la traducción. Fueron diez años estupendos. Pero aquí es muy difícil combatir con la burocracia y con el caciquismo: la gente no cree en los proyectos y las autoridades decían que te daban a ti la subvención, por “ser tú quien eres”. Eso desgasta mucho.

¿Y ahora?

Cumplo 80 y sigo trabajando. Estudio, leo, escribo, recorto prensa. Uno de mis próximos trabajos será Ekelöff de nuevo, que ilustrará Natalio Bayo.

 

 

DE OLOF PALME, DE LA POLÍTICA Y EL FÚTBOL 

La vida de Francisco Uriz es tan caudalosa como inagotable. Ha viajado mucho, ha emprendido aventuras con Peter Weiss en busca de los hospitales de los brigadistas, ha traducido no solo poesía, sino novela y teatro, especialmente de August Strindberg. Y uno de sus mejores recuerdos está vinculado a Olof Palme, el primer ministro sueco que fue abatido. De repente decidió emprender un viaje por Latinoamérica, México y Nicaragua, entre otros países, y le pidió a Uriz que fuera con él. Le haría de intérprete, de compañero, le daría sus opiniones sobre política e incluso le sugería matices de estrategia política. “Olof Palme era un hombre valiente, solidario, comprometido, que también tuvo que enfrentarse a la burocracia. Yo lo había invitado para la revista ‘Tiempo’ y se acordaba. Decía sus discursos en español y a veces los corregíamos en los últimos momentos. Creía en al valor de la solidaridad, creía en la democracia, y humanamente me ha dejado una huella imborrable. He traducido una selección de sus artículos, y ahí se ve quién y cómo era: Olof Palme encarnaba la vivencia apasionada de una verdad política”.

Otro de los asuntos claves de Paco Uriz es el fútbol: le ha dedicado un libro completo, ‘El rectángulo de hierba’ y dos antologías. “En realidad se inspira en el libro ‘¡Un círculo de hielo’ de Jan Erin Vold, que es un enamorado del patinaje. El fútbol no me ha dado nada especial, pero lo disfruto. Sobre todo lo que me apasiona es el juego, el acto de jugar, y ahora todo eso se ha derrumbado”.

Paco Uriz se confiesa poco ordenado. Incluso como traductor. “No resisto la comparación con Marina. Ella es metódica, lee el libro antes, lo subraya, lo analiza, y luego trabaja y apenas corrige nada. Yo voy traduciendo casi por intuición, poco a poco. Y luego corrijo y le doy sentido al conjunto”. Así, con calma y entusiasmo, con horas y horas y pasión por la poesía, por la palabra, en suma, ha traducido a más de 150 autores y varios miles de páginas.

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