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Antón Castro

BERNARDO SÁNCHEZ CUENTA A BORAU

BERNARDO SÁNCHEZ CUENTA A BORAU

Borau, el travieso

 

José Luis Borau (Zaragoza, 1929-Madrid, 2012) es uno de los personajes más poliédricos y sabios de la cultura español del último medio siglo. Un personaje que lo hizo casi todo sin voluntad ni vocación de exhaustividad. Le han dedicado biografías Agustín Sánchez Vidal, Carlos Heredero y Luis Martínez de Mingo, entre otros, y él mismo ha escrito a lo largo y a lo ancho de cine, de pintura, de la impregnación del séptimo arte en las palabras de la vida, y ha hecho una literatura valiosa y personal, oblicuamente autobiográfica, que le hizo merecedor del premio Tigre Juan y del Premio de las Letras Aragonesas.

Bernardo Sánchez Salas (Logroño, 1961), otro caballero del cine, estudioso de la figura de su paisano Rafael Azcona, le ha dedicado un libro muy personal: ‘La vida no da para más’ (Ediciones Pigmalión), que se presentó el pasado miércoles en el Aula Magna del Paraninfo, dentro del ciclo ‘La buena estrella’. Es un libro-crónica: un libro que se empieza a redactar en 2007 y que se alimenta de citas, de llamadas telefónicas, de cuestionarios y, también, de una mirada a esas más de 560 cajas –quizá más de 3.000 en realidad- que constituyen ese fondo de armario vital y creativo de un hombre que era “solícito y refunfuñón”, tal como lo define Soledad Puértolas, un personaje barojiano que sostenía que “jugar es una de las cosas más importantes de la vida”. Borau y Sánchez se citaron en Logroño, en Huesca, en Madrid, y el escritor riojano recoge como ha podido “los muchos y diversos Borau que andan por ahí”.

La fascinación por el personaje se remonta, o podría remontarse, a un 6 de noviembre de 1964 cuando Bernardo vio en el gallinero del Teatro Bretón de los Herreros la película ‘Brandy’, el western de Borau, que seguía a su primer proyecto, ‘En el río’, que contiene tantas claves. ‘La vida no da para más’ es una frase literal del actor, director (fue premio Goya por ‘Leo’), productor, guionista, historiador y crítico (empezó en HERALDO) de cine, escritor y unos cuantos empeños más que falleció inmediatamente después de la presentación de este volumen en la SGAE. Bernardo Sánchez recoge varias definiciones y autorretratos del autor de ‘Furtivos’ o ‘El amigo de invierno’. Recuerda que Borau solía decir que la vida es un buñuelo con nada en su interior, o que “la mejor película es aquella en la que no ves nada”. Borau “hubiera preferido ser un tercer hombre, un extraño de sí mismo” y que es “un mudéjar del cine español”, “un proscrito de sí mismo y académico del resto”, y recuerda que empezó así un cuento: “No soy mi tipo”. Otra confesión: “Soy displicente en el terreno de las ideas y afectivo en todo lo demás”.

En páginas sucesivas, Bernardo Sánchez Salas, que estudió en Zaragoza, explica cómo Borau descubrió y cómo vivió el cine en las salas y la mecedora (“la mecedora es el potro de mis sueños”) de su casa, donde se dedicaba a montar y remontar las películas y a recordar a sus amadas Madeleine Carroll, Sylvia Sidney o Deanna (Diana) Durbin, a la que escribió a Hollywood. Recuerda su pasión por Guillermo, los libros que compraba, e incluso dice que barajó titular su libro ‘Borau el travieso’. O ‘Borau, el hombre de la ribera’. Revela que fue un gran jugador de póker, que admiraba mucho al pintor Francis Bacon, y nos guía, con erudición y conocimiento, por las claves de sus películas y de sus libros de narrativa. Por ejemplo, en este volumen lleno de espléndidas fotografías y de detalles entrañables, hay uno muy bonito: recuerda que al joven Borau el portero del cine Doré o Dorado le regaló el programa de mano de ‘Nobleza baturra’. O que Borau le confesaba que “me conozco los muebles del cine español”. Su película favorita era ‘Pasión de los fuertes’ de John Ford, lo cual no deja de ser lógico en un “épico medroso” como él.

Hay una anécdota que revela la personalidad de José Luis Borau, lo mirado o imprevisible que podía llegar a ser. Acude al Museo Reina Sofía y sufre una caída. Y cuenta así su reacción: «¿Y qué me pongo a gritar yo ahora? ¿¡Socorro!? Pensé que no, que estaba muy visto gritar ¡Socorro!, que eso lo grita todo el mundo. Fijaos cómo me salió una especie de deformación profesional. Además, como era el día en que cerraba el museo tampoco me habría escuchado ningún visitante». Así era Borau, “un furtivo de su satisfacción, de sus emociones, de su obra, de su persona”.

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