PARÁBOLA DEL JARDINERO GOLDMAN*
[Ricardo Lladosa Redondo* es escritor y un animador cultural incansable. Ung ran lector. Hace algunos días estuvo en la presentación de ’Di su nombre’ de Francisco Goldman, la novela que publica Sexto Piso, donde se narra su historia de amor con Aura Estrada, la jvoen estudiante y escritora que murió en una playa de Oaxaca a los treinta años. El libro se presentó en Cálamo, y Ricardo recrea ese instante y el argumento de la novela.]
PARÁBOLA DEL JARDINERO GOLDMAN
Por Ricardo LLADOSA REDONDO*
Leí la novela Di su nombre, de Francisco Goldman convaleciente de una gripe, días antes de su presentación en la Librería Cálamo. Mientras pasaba las páginas del libro, estornudaba, me abrochaba el batín de lana, bebía zumos de naranjas… Durante varios días el mundo exterior no existió, y me introduje por completo en el libro y en la vida de sus protagonistas. No en vano, Di su nombre es el relato de una enfermedad moral: del amor que se apodera por completo de Francisco Goldman, y de la muerte de su amante, Aura Estrada, la cual le produce una larga y dolorosa convalecencia, cuya terapia es la propia novela. Casualmente, cuando terminé de leer mi gripe se había curado.
Goldman llegó a Cálamo acompañado de varias personas, entre las cuales se encontraba su editor, Eduardo Rabasa. También observé a un par de mujeres mejicanas, una de ellas muy joven, con el pelo negro brillante y sedoso. Vestía una parka de plumas hasta la rodilla, que de inmediato me recordó un pasaje de la novela: Aura (…) en Brooklyn tenía que moverse en metro (…) a través de un laberinto de (…) largos túneles que en invierno estaban helados (…) Por fin la convencí de que me dejara comprarle una de esas parkas con capucha (…) para envolverla de la cabeza a un poco más abajo de la rodilla (…) en nailon (…), inflado por las plumas de ganso.
Pero la chica mejicana desapareció entre el público y mi atención se centró en Antón Castro, que llegaba a toda prisa, vestido con traje claro y sombrero, para presentar a Goldman –su atuendo me recordó vagamente a Ramón J. Sender–. Castro tuvo el acierto de comparar Di su nombre con otra novela de duelo: El año del pensamiento mágico, de Joan Didion, autora en boga gracias a las nuevas traducciones de Javier Calvo editadas por Mondadori.
–Durante meses, tras la muerte de Aura, estuve todo el día borracho. De madrugada, mis amigos se turnaban para acudir a recogerme a los bares –afirmó Goldman–. Con esta frase condensaba su desazón por la pérdida de la mujer amada. Y es que Goldman apenas habló de sí mismo, sino de Aura: de la familia de Aura, de los pruritos literarios de Aura, de su primer encuentro con Aura, de su añoranza de Aura… Hasta tal punto, que el autor de la novela parecía desaparecer en aras de su personaje.
Goldman me sugirió la parábola de un jardinero en cuyo jardín hay un rosal con una única rosa. La riega todos los días, la abona con sobrecitos de hierro, arranca la maleza que crece a su alrededor… Una mañana, el jardinero se levanta y su rosa ya no está en el jardín. Alguien la ha cortado por el tallo durante la noche.
Lo que más me admira de Di su nombre es su estructura temporal. La novela tiene tres tiempos narrativos, los tres anclados en el pasado. Existe, en primer lugar, un momento “cero” que es el accidente en las playas de Oaxaca y la muerte de Aura en un hospital de Méjico DF. El relato abarca los cuatro años anteriores y los cuatro posteriores al accidente: los primeros, marcados por la felicidad irrecuperable de la vida conyugal; los segundos, en la soledad del duelo y del luto. La narración, elíptica, va intercalando escenas anteriores y posteriores a la muerte de Aura, avanzando y retrocediendo en el tiempo, en una suerte de ir y venir que recuerda a las olas, o a las corrientes marinas. Hasta culminar en el clímax del accidente.
–Han sido cinco años terribles –afirma Goldman–, pero ahora, ya está. Ha pasado el duelo y, afortunadamente, vuelvo a estar enamorado.
Mientras me dedicada la novela, le conté a Goldman lo mucho que me había gustado la estructura de Di su nombre y no pudo evitar sonreír. Qué bien, se regocijó, entonces a ti te voy a dibujar un ajolote. Hasta ese momento había dibujado girasoles -la flor preferida de Aura-, pero conmigo cambió la temática de sus dedicatorias. El ajolote es una especie de renacuajo autóctono de Méjico. Se exhibe en el acuario del Jardin des Plantes de Paris. Julio Cortázar le dedicó un cuento en el cual un hombre contemplaba absorto el acuario, y terminaba por convertirse en ajolote. Era el cuento preferido de Aura.
Con el ejemplar firmado, acudí a donde estaba Eduardo Rabasa y lo felicité por su labor editorial en Sexto Piso. En particular por la publicación de Los pájaros amarillos, de Kevin Powers; autor que, de no ser por su pericia, quizá se lo hubiera llevado una gran editorial. Paco Goyanes nos había servido unos cariñenas y Eduardo y yo continuamos hablando con Carmen Serrano de la recuperación de autores olvidados, en particular de El coleccionista de John Fowles, también editado por Sexto Piso.
Hasta tal punto nos metimos en conversación que, cuando nos dimos cuenta, la librería se había quedado vacía. Eran las nueve y pico de la noche y Francisco Goldman caminaba de una estantería a otra. Había encontrado un ejemplar en caja de la Trilogía de la Frontera, de Cormac Mc Carthy y estaba entusiasmado. Esto sí es buena novela, afirmó con su acento inglés, ¿Cómo se llamaba la primera parte…?. Yo le apunté: Todos los hermosos caballos. ¡Eso, muchas gracias!, respondió, y se alejó a zancadas hacia el fondo de la librería.
Entonces yo abordé a Sergio del Molino, a quien quería conocer hacía tiempo. Hablamos de las dificultades de publicar en las grandes editoriales, de cómo él lo había logrado en Mondadori. El caso es que mientras conversaba con Sergio, no puede evitar mirar de soslayo a Goldman. Seguía al fondo de la librería con la chica mejicana, la de la parka hasta las rodillas; la del pelo negro brillante y sedoso. Oí cómo le susurraba con su acento inglés: Esto sí es buena novela, debes leerla… y, acto seguido, la besaba en los labios.
Y entonces ideé el final de mi parábola: en el rosal del jardinero Goldman permanecía el tallo cortado, pero había crecido una nueva rosa.
Ricardo Lladosa, Zaragoza, febrero de 2013
*Francisco Goldman y Aura Estrada.
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