Blogia
Antón Castro

SOBRE 'EL VIENTO, EL NIÑO Y EL MIEDO'

Foto de Aloma Rodríguez.

 

Esta tarde, miércoles, 3 de abril, a las 20.00, en la librería Los Portadores de Sueños (calle Blancas) se presenta mi libro ‘El niño, el viento y el miedo’ (Nalvay), ilustrado por Javier Hernández, un rosarino afincado en Siétamo. Estas son las respuestas a algunas preguntas que me ha planteado la editorial, que tiene su sede en Almudévar.

 

UN DIÁLOGO CON ANTÓN CASTRO

 

¿Qué es ‘El niño, el viento y el miedo’?

De entrada, diría que es un libro de cuentos, fantásticos, misteriosos, cotidianos, de terror y oníricos, que transcurre en Galicia, en un territorio que tiende a la leyenda. Sucede en una zona próxima a A Coruña, en un pueblo diminuto, de una docena de casas, donde puede suceder cualquier cosa. Por las noches el viento muerde los aleros y la gente se reúne, en torno al fuego, a contar relatos de miedo, de aparecidos, de fantasmas, de vampiros, de caballos salvajes o de gallinas que ponen huevos de oro en la falda del monte. Es un libro un tanto familiar, con un protagonista, con su madre y su hermano y algunos vecinos a los que les suceden cosas todo el rato. El bosque está próximo y el mar también, y de ambos espacios proceden historias casi inverosímiles, como la de una mujer que aparece con un espejo y una navaja barbera, como la de la comadreja sanguinaria, como la del caballero medieval que reaparece flotando en el lago por la tarde, Atanís de Val, etc. Es un libro de viajes, de espacios, de sueños y sorpresas.

 

¿Por qué ha sentido la necesidad de escribir el volumen?

He escrito este libro casi por azar. El escritor Ignacio Sanz me invitó a participar en el Festival de Narración Oral de Segovia hace cinco o seis años. Quería que contase algunos de mis cuentos aragoneses: no sé por qué me senté al ordenador y me salió este libro que tiene algo de autobiografía de una infancia que, vista ahora, más de 40 años después, parece una pura invención. Esencialmente, todos los personajes existen o han existido y de vez en cuando penetran en mis pesadillas y en mis mejores recuerdos. Conté el libro en la casa de Andrés Laguna y fue una experiencia estupenda. Tenía tanto miedo como el protagonista del libro.

 

¿Cómo está escrito ‘El niño, el viento y el miedo’?

Creo que con fluidez, con un ritmo rápido y con un aire oral. Como suele suceder cuando se mira la infancia descubrimos hechos prodigiosos, detalles, matices de la vida, del sueño y del espanto. Algunas historias son demasiado terribles, tal vez, pero así las recuerdo. Así las vivía. Ya entonces, más que el cine, nos gustaban los cuentos y un fenómeno nuevo: la televisión. La ‘Sesión de noche’ ya forma parte para mí de la leyenda. En ese difuso autorretrato que elaboro hay un poco de todo: sensaciones, sustos, terrores, presencias inesperadas, como los ratones a medianoche, incluso hay un equipo de fútbol, el Peñarol de Baladouro, compuesto por jugadores que pertenecían a los gremios locales, entre ellos Boedo, al que llamaban ‘El bombardero patizambo’. Volvía a casa por un angosto sendero que avanzaba al lado de una finca de maíz: el viento estremecía las hojas y yo contagiaba todo mi horror a mi madre. Pero creo que jamás me olvidaré ni del maíz, de las películas y sus besos, ni de la noche constelada, ni de mis ganas de hablar y hablar para olvidarme del pánico. Quien canta sus males espanta.

 

¿Dónde sucede ‘El niño, el viento y el miedo’?

El libro sucede en los lugares de mi niñez. Y en los lugares de la imaginación que han ido sedimentando con los años. Las criaturas andaban por allí: Pura del Quejigal, Polo del Vilar, María do Nacho,  Mercedes y Antonio, Generoso Barreiro Viñán, que creó un negocio de panaderías en Uruguay... El libro transcurre en muchos lugares, sin duda: quizá, muy especialmente, en el corazón del bosque, a este lado del mar, o en las altivas montañas, llenas de sapos y lobos.

 

¿Cuándo transcurren los relatos?

Suceden algo más allá de la inmediata posguerra. Entre 1964 y 1968. Y la vez tiene una atmósfera intemporal. De conseja. De lugar inverosímil. De pura invención. Hay algunas referencias temporales, sin duda, algunas series de televisión, algunos hábitos, pero el tiempo aquí se desdibuja como la materia inaprensible de los sueños.

¿Cuál es el cuento con el que más se identifica?

Quizá el que más veces he oído o me he contado es la historia de un mal ojo que tantas veces me contó mi madre y me aseguró que era verdadero. Hablo de ‘La cabeza de ternero y el mal vecino’. Así lo viví: como una verdad absoluta e impactante que define un poco la sociología del campo en otros tiempos. En realidad era un cuento de envidia y mirar atravesado que tenía su mejor escenario en el fuego del hogar. Pero el cuento donde me siento más cómodo quizá se ajuste más al tono de ‘Mi tío de América’. Podría haberlo empezado de otro modo: “Yo tuve una armónica de Montevideo”.

¿Cómo definiría los dibujos de Javi Hernández?

Son muy narrativos y muy especiales. Están llenos de evocación y de sugerencias. Posee una mano espléndida, y aquí ha trabajado a su gusto. Ha desarrollado el libro en colaboración con los editores y creo que ha hecho un magnífico trabajo, lleno de detalles, de sutileza, de intuiciones. Es expresivo, lírico y cuenta muy bien, buscando siempre su propio discurso, su forma de contar visualmente. Me encanta su trabajo y le da al libro una dimensión. Me siento muy feliz por esta colaboración que se ha desarrollado con libertad, respeto y mucha confianza.

1 comentario

JESUS -

Este verano, por fin, fuimos a Zaragoza con algo de tiempo, suficiente para visitar por primera vez los Portadores de Sueños, y comprar entre otras cosas, el libro del niño "gabache",... Lo acabamos de leer en esta tarde en la que parece va a llover y hace algo más de viento de lo habitual,... Es precioso, no se me ocurre otra palabra, y con todo, creo, lo más aterrador debió ser subir al tractor para dejar todo aquello...

Recuerdos