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Antón Castro

LAFARGA, DESDE HOY, EN CAROL ROJO

LAFARGA, DESDE HOY, EN CAROL ROJO

[Esta tarde, a las 20.00 horas, en la galería de Carolina Rojo, se presenta la exposición ‘Pequeño’ de Paco Lafarga. Admirador de Enrique Bunbury, sonarán canciones de ese álbum. La muestra alude a los pequeños formatos, a los dibujos: desnudos, retratos, interiores, paisajes, sueños. El mundo de Lafarga, que tiene un gran talento. Pongo aquí el texto que le he escrito. Lafarga, casado con Ana Pilar Herrero, vive en Utebo y ahí trabaja, ahí y en su estudio de Zaragoza.]

PEQUEÑO. Exposición de dibujo de Paco Lafarga. Fechas: 18 de abril al 26 de mayo

 

PACO LAFARGA

LENTITUD, BELLEZA E INTENSIDAD

 

Antón CASTRO

Hay artistas muy especiales que se enfrentan a su oficio como si estuvieran en otro mundo. Y por ello están volcados con la invención, con la manufactura, con las sensaciones, con la búsqueda. Paco Lafarga (Zaragoza, 1977) es un perfeccionista y un buscador de estados de ánimo, de revelaciones. Le gusta derramarse en pura emoción, en lentitud, en belleza y en intensidad. Para él, en la pintura o en el dibujo la vida va completamente en serio: late, se encrespa y se enmaraña entre la agonía y el éxtasis. No hay medias tintas. O quizá haya medias tintas, colores más suaves aquí y allá, tinieblas y claridades dibujadas con el puro blanco del papel, pero lo que no hay es negligencia, abandono, caídas.

Paco Lafarga se enfrenta a su oficio como si cada cuadro fuese el último, o como mínimo el penúltimo. Y eso explica su forma de trabajar  y su forma de vivir la pintura. Pintura y vida en él son casi lo mismo: dos incidentes esenciales del ser, dos accidentes íntimos del alma y sus vahídos. Uno pronto percibe lo que le gusta, lo que ama, lo que anhela: quiere que en cuanto ejecuta haya temblor, verdad, el arabesco definitivo de un corazón vapuleado por la incertidumbre. Se arriesga. Ensaya. Se entrega. Uno percibe que viene de clásicos incuestionables: de Rembrandt, claro, que quizá sea el pintor que le embruja, el pintor, el dibujante, el grabador, el creador constante de cuentos de pintura y de representaciones artísticas. El pintor subyugante. Y de Goya, y de Pradilla. Y de Velázquez, de Durero, claro, y quizá de Morandi, fíjense en esa minuciosa búsqueda de una tensión casi antigua, de los románticos y de los modernos. También tiene otros ecos: le gusta Lucian Freud, y esa piel que parece haber sido erizada por el dolor o por un tormento inconfesable de amor, sexo y locura; le gustan David Hockney y Antonio López. Ha asistido a cursos del artista manchego, ha trabajado cerca de él y ha visto las claves del maestro: la paciencia, la vocación, la sedimentación de la luz de todas las horas, la vocación que es casi ritual y posesión. Y sentido de la trascendencia. En cierto modo, a veces, en esos raptos de confusión o de felicidad ante la genialidad del pintor parsimonioso, Paco Lafarga se queda traspuesto, vencido hacia la hermosura elaborada rasgo a rasgo, trazo a trazo, con el silencio inefable.

Paco Lafarga es, ante todo, pintor. Pintor. Con todo lo que eso conlleva. Pintor figurativo. Interpreta la realidad, la crea, la compendia y la traduce a su modo. Pero ahora acaba de dar un salto. Un pequeño salto que tiene el marchamo de un gran salto. ‘Pequeño’ es la ratificación de un mundo: Lafarga ofrece una amplia selección de dibujos de diversos tamaños. Dibujos pequeños que invitan a la intimidad, dibujos medianos, algunos dibujos grandes, no demasiados. Dibujos que son el espejo de su universo en expansión. Y de sus temas: paisajes, interiores, interiores despojados o metafísicos o con un desnudo dentro, instantáneas casi hiperrealistas, bodegones, figuras en la piscina, cuerpos, paisajes abiertos que avanzan hacia el horizonte, paisajes casi abstractos y oníricos, y babuinos. Paco Lafarga trabaja por intuiciones: se deja arrastrar por percepciones inmediatas, por imágenes que intuye, que sueña, que le persiguen, como la de la niña en la piscina, como esas naturalezas que parecen grabados holandeses o esas mujeres tranquilas y confiadas que se asoman a la ventana o que muestran su trasero. Dice que no hace hiperrealismo ni pretende ser un pintor hiperrealista, aunque haya rescatado antiguas fotos, aunque casi todos sus dibujos tengan una mirada fotográfica y un aroma intemporal y moderno, donde, además, se “explora el valor del papel en blanco”.

A Paco Lafarga le gusta decir que para este proyecto, que tiene mucho de aventura y de ensayo, ha trabajado en cuerpo y alma, sin fechas. Volcado hasta la extenuación y a la vez entregado al puro placer de pintar, de jugar con el lápiz y el carboncillo, sin un camino trazado. Improvisando más que nunca: en el asunto, en el tratamiento del dibujo (si hay que rascar se rasca; si hay que crear una atmósfera suave se difumina; si se adivina un camino allá se va, por él y entre sombras...) y en la expresión o en la expresividad. Paco Lafarga se siente aquí más expresionista que nunca, más libre, como si encarase ejercicios de estilo, pruebas que no sabe adonde llegarán y que son, en el fondo, una culminación. La meta es el propio camino: elegancia, tiempo, memoria. Una conquista y una confirmación. Lafarga es un artista que jamás se conforma. Iconoclasta a su modo, rebelde consigo mismo, incansable y lento, un inconformista que no se da tregua. Bueno, en realidad, para esta exposición de Carolina Rojo, tan singular, Lafarga ha sido “un pintor de instantes, más rápido y expresivo que nunca”, un dibujante que se atreve a desdibujar, a progresar sin la obsesión enfermiza del detalle. No le preocupa tanto desarrollar un discurso teórico como elaborar una obra, avanzar, descansar, disfrutar, zambullirse de nuevo en su mundo cotidiano, frondoso y enigmático, corriente y natural, de pequeños gestos decisivos.  

 

1 comentario

Pepe cerda -

Qué bonito texto Antón