MANU BRABO, POR PICOS LAGUNA
[Ayer, en el suplemento dominical de ’Heraldo de Aragón’, Picos Laguna publicaba esta entrevista con Manu Brabo (Zaragoza, 1981), premio Pulitzer de fotografía. La traigo aquí al completo].
MANU BRABO: “Sin mis padres no hubiera llegado a ningún lado”
[Acaba de lograr un Pulitzer, el premio de fotografía más prestigioso del mundo, por una imagen tomada en Siria. Nacido en Zaragoza y criado en Gijón, es uno de los últimos reporteros de guerra]
TRES FRASES
«Siempre quise ser lo que soy, aunque no supiera cómo conseguirlo»
«Lo dejé todo: mi trabajo, Madrid, a mi novia, y me volví a Gijón»
«Envías tu trabajo y nadie te contesta y llegas a cuestionarte como persona»
Por Picos LAGUNA.
Coordinadora de Heraldo Domingo de HERALDO DE ARAGÓN
Esta es una de esas entrevistas que podía haber sido interminable, en la que la bonhomía del entrevistado acaba llegando al corazón y te terminas enrollando por cualquiera de los caminos que se abren a lo largo de la conversación. Un encuentro que arranca con la imagen con la que ha ganado nada menos que el premio Pulitzer, una demoledora fotografía hecha en una Siria hoy olvidada y llena de muerte. Un galardón que es el sueño de miles de personas en todo el mundo, que es (casi) inaccesible y que le ha convertido en el segundo español en conseguirlo después de Javier Bauluz en 1995, por su trabajo en Ruanda. Pero es que Manu Brabo (Zaragoza, 1981) tiene el espíritu de los viejos reporteros a los que les quema el alma ante el dolor que tanto han fotografiado; de quien nunca abandona los conflictos, de los que vuelven una y otra vez cuando el circo mediático ya se ha retirado y olvidado de ellos.
Usted nació en Zaragoza y vive en Gijón.
Yo nací en Zaragoza y aquí viví unos pocos meses porque mis padres sacaron plaza de médicos en Pola de Siero, primero, y Gijón, después. Vivían aquí y aquí se conocieron estudiando Medicina; mi padre es radiólogo y mi madre pediatra.
Pero siguió viniendo por aquí.
Claro, porque mis abuelos paternos vivieron muchos años en Jaca y mi abuela en Zaragoza, en la calle Corona de Aragón. Veníamos por vacaciones, pero con los años los viajes se iban espaciando y con el tiempo a mi me iba dando mucha pereza, porque era un viaje muy pesado, lleno de curvas y me mareaba mucho; era un suplicio. Hoy es diferente con la autopista. Sigo teniendo familia y además está mi novia que también es fotógrafa. Es curioso, porque desde Navidades he ido tres veces...
Acaba de ganar un premio Pulitzer, el sueño para un fotógrafo.
Sí, sí, aunque he sido consciente de la importancia del premio solo cuando me he visto desbordado a llamadas y mensajes. Es una locura y puede que no hubiera calibrado la realidad de su prestigio y dimensión.
El premio es por una foto tomada en Siria en la que se ve a un padre llorando la muerte de su hijo. Un hecho tremendo y universal.
Es una imagen muy fácil de entender porque está al revés, porque deberíamos ser los hijos quienes lloremos la muerte de los padres; una imagen contra natura y que denuncia también la violencia sin sentido.
Además, de un conflicto que está abandonado.
Nunca he entendido los picos mediáticos, porque entre septiembre y octubre fue una auténtica inundación de noticias sobre Siria y ahora por desgracia la gente se ha olvidado de él, y siguen produciéndose muchas muertes
A usted le retuvieron en Libia durante 45 días, y sigue volviendo.
No me gusta abandonar los conflictos. A Libia también viajé varias veces, para la revolución y para las elecciones.
¿Cómo se inició en la fotografía de guerra?
Siempre me atrajo, pero recuerdo un reportaje en un semanal de imágenes de fotógrafos que habían muerto trabajando en conflictos, Kappa..., y me quedé impactado porque hablaba de gente que se ganaba la vida yendo por esos sitios y contando lo que sucedía. Yo estaba en Primero de BUP, unos 14 años, y me enteré de que podía estudiar fotografía, así que mi objetivo se centró en conseguir aquello. Era muy mal estudiante.
Pero estudió Fotografía.
Tengo que decirle que yo era un ‘vagoncio’ que prefería estar en el patio del colegio jugando a voleibol, fútbol, a cualquier deporte, el que fuera; o en el bar con mis amigos. Estudié fotografía que era lo que me gustaba y lo hice en Oviedo y cuando intenté trabajar en ello vi que era muy complicado, así que como no sabía qué hacer, pero sí quería ser lo que soy hoy, me fui a Madrid y comencé a estudiar Periodismo, porque pensé que si no podía ganarme la vida con la fotografía al menos lo haría con la escritura. Pero con el tiempo llegué a la conclusión de que el dinero que me costaban las matrículas podía invertirlo en viajes.
Casi acaba Periodismo.
En la Facultad de Comunicación estuve 3-4 años y al final solo me matriculaba de lo que me interesaba, así que tengo asignaturas aprobadas de casi todos los cursos. Estaba trabajando en una agencia haciendo fotografía deportiva y durante cuatro años compaginé ese trabajo con viajes que después intentaba vender, como el terremoto de Haití, Kosovo...
Trabajar para viajar, algo por lo que han comenzado muchos corresponsales de guerra.
Es la única manera, porque por más ganas que tengas de trabajar nadie te va a llamar para decirte que te vayas a un sitio y que envíes las fotos, o estando en algún lugar para que les envíes tu trabajo.
¿Cómo es de complicado vender una foto para un ‘freelance’ como usted?
Ahora me parece más fácil. Al principio no, y es muy duro y frustrante; te sientes un novato, un ‘primo’ y solo te centras en los medios de comunicación; intentas hablar con ellos y no obtienes ninguna respuesta, como si el correo electrónico fuera un gran agujero negro. Es muy desilusionante porque piensas que no haces bien tu trabajo, que eres un mal fotógrafo y un mal periodista, un trabajo que haces con todo el cariño y por el que te dan la callada por respuesta. Te cuestionas a ti mismo y todo, absolutamente todo, por un acto tan sencillo como es que alguien te responda a un correo electrónico. Así fue durante mucho tiempo, porque además tuve muchas respuestas esquivas. Hasta que hice un viaje a Palestina y conocí a dos periodistas navarros impresionantes, Alberto Pradilla y Aritz Intxusta. Ellos son plumillas y yo fotógrafo, así que comenzamos a trabajar juntos. Hice un reportaje sobre el psiquiátrico de Belén y me lo compraron y ví que sí, que había editores que creían en mi trabajo. Me hizo mucha ilusión, porque soy como un niño y me entusiasmo cada vez que me publican algo. A partir de ahí es cuando comienzo a no cuestionarme y a trabajar mejor.
¿Cuándo sintió que podía vivir de ello?
Yo estaba en Madrid pero vivía una situación que me quemaba vivo. Fotografiaba deporte de todo tipo, de motociclismo a golf, fútbol... y aquello acabó por asfixiarme. ¿Que si me gustan las motos hoy? Mucho, pero ahora, francamente, me dan igual. Llegó un momento en el que decidí dejarlo todo: Madrid, mi trabajo, mi novia, y me volví a mi pueblo, a Gijón, a reestructurar mi vida y fue cuando comenzaron los conflictos en Túnez, El Cairo y lo de Libia, pero yo no tenía dinero para ir. Un amigo me pidió que hablara con unos contactos míos para ir él y cuando les llamé ellos mismos me sugirieron que fuera yo también quien cubriera esos conflictos. Me organicé el viaje ya con previsiones de venta de mis trabajos, pedí un crédito a mi madre y me fui a Túnez.
Siempre están los padres detrás en los momentos más importantes de nuestra vida.
Es una suerte tener gente así, como mis padres, que te apoya incondicionalmente. Sin ellos no hubiera llegado a ningún lado; siempre generosos, apoyándome de manera desinteresada, creyendo en mi. En ese viaje empiezo a colaborar con la agencia Efe, en Libia, con la DPA, y la cosa comienza a rodar y un día estando trabajando con tres periodistas tengo la mala suerte de caer en una emboscada y con un resultado que la gente sabe: 3 presos y uno muerto.
¿Cómo le afectó estar retenido en una prisión durante tantos días?
Cuando me soltaron lo difícil fue encontrar el equilibrio entre la persona que era cuando me retuvieron, la que fui mientras estuve preso y el que era al salir en libertad. Porque después de 45 días en una cárcel tus patrones de comportamiento cambian mucho. A las tres semanas de regresar me salió un trabajo para una ONG en Honduras y me fui, porque entendí que era la mejor manera de empezar a centrarme, y encontrar el equilibrio pasaba por trabajar y desarrollarme profesionalmente. La batalla de Trípoli coincide con el fin de mi trabajo en Honduras y desde allí me voy a la frontera con Libia.
De nuevo, otra vez a empezar.
Era lo que más temía, que me quedara alguna secuela emocional, algún miedo que me impidiera trabajar. Decidí que si los tenía me enfrentaría a ellos, y estuve desde la batalla de Trípoli hasta el final de la guerra en Libia.
Usted vive en Gijón, una ciudad tranquila, y supongo que será porque le da la tranquilidad que necesita después de un conflicto.
Gijón es para mí un paraíso; es un lujo, porque cuando vuelvo tengo a mi familia, que es muy importante en todos los sentidos; a mis amigos de siempre que no tienen nada que ver con mi mundo profesional, que son instaladores eléctricos, marinos..., porque hay poca gente que entiende lo que hago. Para mi es una descompresión total, vivo tranquilo y si un día estoy agobiado, salgo de mi casa y paseo, y, como vivo frente al mar, solo tengo que mirar el horizonte para lograr serenidad.
¿Quién le da estabilidad?
Dentro de mi inestabilidad, lo que me tranquiliza es mi gente, mis incondicionales a quienes les da igual quién seas, porque para ellos no eres el fotógrafo que secuestraron ni el premio Pulitzer; y mi novia... Ella también es fotógrafa y es de Zaragoza, y hemos estado trabajando juntos durante meses en Siria.
DESPIECE
«Ya no podía aguantar ni una matanza más»
Comparte el Pulitzer, el premio de fotografía más prestigioso del mundo, como parte de un equipo de cinco fotógrafos de Associated Press que cubren el conflicto en Siria, junto a Rodrigo Abd, Narciso Contreras, Khalil Hamra y Muhammed Muheisen y, a pesar de su juventud, tiene ya tres guerras a su espalda: Egipto, Libia y Siria.
Dice que quiere seguir trabajando: «Porque tengo 32 años y mucha tela que cortar. Espero que el premio me sirva para afianzar mi trabajo. He llegado hace poco de Siria y lo que me apetece estos días es descansar, disfrutar de mi gente, de mi familia, comer..., porque soy de los que cuando viaja se compra las patatas y los huevos para hacer tortilla». Ahora, espera organizarse para irse a vivir una temporada a El Cairo y desde allí cubrir todo Oriente Medio.
Y recuerda la carta que le envió a Gervasio Sánchez, también periodista de guerra, porque pensó que él era el único que podía entender «por lo que estaba pasando cuando en Siria llegué a plantearme, junto con otros siete periodistas, qué demonios hacíamos allí entre tanta muerte, porque yo ya no podía aguantar una matanza más. No éramos íntimos ni mucho menos, pero sabía que no había otra persona a la que contarle todo eso».
*La foto premiada y un retrato de Diego Ibarra, fotógrafo zaragozano que da vueltas alrededor del mundo con el compromiso, la denuncia y la vida por bandera.
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