FIRMO EN LOS PORTADORES DE SUEÑOS
[Esta mañana de domingo 9 de junio, estaré de 12.30 a 2, en la librería Los Portadores de Sueños. Firmaré, si algún amable lector lo desea, algunos de mis últimos títulos:
-’El niño, el viento y el miedo’, que publica Nalvay y ha ilustrado Javier Hernández. Un viaje a la infancia y a esos cuentos más o menos míticos o fundacionales sobre el amor, la amistad, el diablo, el viaje, la brujería, los primeros obsequios, los primeros amores... Este texto lo conté hace algunos años en Segovia en el Festival de Narración Oral. Coloco abajo una entrevista de Pedro Zapater sobre el libro.
-’Cariñena’. Ediciones 94. Una novela de aprendizaje sentimental que cuenta diez de octubre en la vendimia de Cariñena en 1978. Es la historia de un joven más o menos errabundo que se enfrenta al amor, al primer empleo... Pongo abajo una lectura del libro de Toni Iturbe.
-’Versión original’. Isla de Siltolá. Una antología de mi obra más lírica, con una veintena de poemas inéditos, entre ellos el que da título al libro, dedicado a Félix Romeo y Lina Vila. El libro recoge una amplia selección de dos libros, ’Vivir del aire’ (Olifante, 2010) y de ’El paseo en bicicleta’ (Olifante, 2011).
-’El testamento de amor de Patricio Julve’. Olifante, 2011. Mi personal homenaje al Maestrazgo, que arranca de 1833 y culmina en 1995, con el rodaje de ’Tierra y libertad’.]
SOBRE ‘EL NIÑO, EL VIENTO Y EL MIEDO’
Por Pedro ZAPATER. Heraldo.es
En su nuevo libro habla del viento y el miedo...
Hablo de una niñez en una aldea española, gallega en mi caso, entre 1964 y 1968, que es la mía, donde el viento entre los pinos parecía un acordeón melancólico, y el miedo estaba en todas partes: en los caminos oscuros, en los bosques, en tu propia casa. Allí los vecinos se reunían a contar historias que me impresionaban: historias de brujas, de vampiros, de animales, de supersticiones.
¿Y cómo lleva lo de vivir en la ciudad del cierzo?
Vivo en Zaragoza desde el verano de 1978 (también he vivido en Camarena de la Sierra, Urrea de Gaén, Cantavieja y La Iglesuela del Cid) y siento que es mi ciudad. Me gusta, me reconozco en ella, la disfruto y la redescubro cada día con una fascinación que no cesa. Y el cierzo me encanta: me asusta, me estremece, entiendo que puede enloquecer a la gente pero me parece una presencia tan decisiva en Zaragoza que para mí es como si tuviera vida autónoma, y fuera uno de los personajes legendarios de la ciudad.
¿Dónde se encuentra Baladouro, el pueblo que menciona en ’El niño, el viento y el miedo’?
Baladouro es un lugar imaginario que se halla entre Santa Mariña de Lañas, Barrañán y Arteixo, lugares del mapa muy vinculados al origen de Inditex y a la figura de Arsenio Iglesias. Baladouro quiere decir valle de oro y es como mi Macondo particular: de niño, cerca de mi casa, había un monte que se llamaba el Monte das Croas y decían que a sus pies salían de cuando en cuando gallinas que ponían huevos de oro. De vez en cuando la gente los encontraba y se volvía secretamente rica. Y a la vez había unas enigmáticas minas de wolframio. De todo ello, y de la necesidad de moverme a mis anchas por los pantanos de la imaginación, nació Baladouro.
Con esta publicación regresa a la literatura infantil, a su infancia...
Sí. Este es un libro que habla del instante y del lugar en que nacen los cuentos. Mis primeros cuentos, eso sí, con un matiz: yo entonces no sabía que eran o que podían ser cuentos. Los vivía como si fueran la única vida posible. Así fue mi infancia. Así la vivía yo, con ese embrujo, con ese miedo y con esos personajes que lo daban casi todo por una buena historia. La literatura infantil me gusta mucho. Soy consumidor compulsivo de cuentos y de álbumes ilustrados.
¿En qué género literario se encuentra más cómodo?
Lo que más me gusta es tener una historia que contar y hacerlo con todo el despojo posible. La conquista del estilo es también la conquista de la sencillez y de la claridad. Y a la vez con toda la poesía aconsejable. La poesía está en mis textos como una corriente subterránea, un leve temblor o una amable corriente de aire.
¿Qué le aporta el periodismo como escritor?
El periodismo me lo ha dado todo. Y me ha enseñado la precisión, la economía expresiva, la riqueza y los matices de la vida. El periodismo me ha enseñado a respetar a todo el mundo y a comprender que nada es blanco o negro, que la escritura consiste en explicar con transparencia la complejidad de matices. El periodismo es una escuela decisiva de conocimiento y emoción: he aprendido que las mejores historias, las más inverosímiles y hondas son las de la realidad.
¿Y la literatura como periodista?
La literatura es un campo de pruebas maravilloso, es un medio y un fin, que ayuda a mejorar el periodismo. En ese camino, en el fondo y a diario, estamos casi todos. Nuestra obligación es, siendo escrupulosos con los hechos y todo lo imaginativos con los métodos, dar lo mejor de nosotros mismos. El lector siempre lo percibe.
En su obra habla de fútbol, otra de sus grandes pasiones...
El deporte que más me emociona es el atletismo. Pero el fútbol lo he vivido desde niño. Esa pasión nació en mí cuando vi jugar al Peñarol de Lañas, compuesto por los gremios del pueblo. Los miraba desde una finca y creo que aquellos partidos eran como la primera película asombrosa de los domingos de la infancia. Mi jugador favorito era Boedo: lo llamaban ’el bombardero patizambo’. Tiraba las faltas con una fuerza increíble: era nuestro Puskas antes de saber yo bien quién era o había sido Pancho Puskas.
Además de su intensa labor periodística publica una media de dos libros al año ¿Cómo llega a todo?
Tengo la sensación de que no llego a nada. Es tan fascinante y plural la realidad que siempre te sobrepasa.
’El niño, el viento y el miedo’ está dedicado a sus cinco hijos y a Ignacio Sanz...
Es como devolverles a ellos una infancia de la que les he hablado veces y veces. Imagino que algunas de estas historias serán como pesadillas ya para ellos, como las narraciones del abuelo Cebolleta. Y se la dedico a Ignacio Sanz porque en el verano de 2006 me invitó a participar en el Festival de Narración Oral de Segovia: me planté allí, ante 350 personas, y les conté de memoria todo lo que cuento aquí. Pocos, muy pocos, se dieron cuenta de que estaba muerto de miedo y de que me temblaban las piernas. Hablé sin micrófono. Eso sí, Ignacio Sanz me dijo que algunas parejas le habían dicho algunos días después que aquella noche habían hecho el amor en gallego. Mejor recompensa no puede tener un escritor ni un contador de historias.
¿Cómo ha conseguido que un argentino como Javier Hernández ilustre los textos de un gallego?
Soy inocente. Aunque soy muy feliz. Conocía a Javier, había ilustrado la portada de ‘Artes & Letras’, había leído su libro ‘Haberlas haylas’... Posee un hermoso y evocador trazo que se ajusta muy bien al espíritu del libro. Él ha creado su propio mundo, y creo que uno de los elementos fundamentales de este libro es la fuerza de su trabajo, su calidez, esa mezcla de fuerza y suavidad, la capacidad de sugerir, la impregnación sutil de melancolía. Sinceramente, me siento muy afortunado y muy agradecido, también, a la editorial Nalvay.
SOBRE ’CARIÑENA’
ANTÓN CASTRO SE VA A VENDIMIAR A CARIÑENA
Por Toni ITURBE. Revista ‘Qué Leer’
Cuando uno mismo cae en el desaliento sobre la propia profesión periodística e incluso sobre su propia tarea como informador cultural, topar con Antón Castro es como rejuvenecer de golpe. Está su tarea en el suplemento cultural de el Heraldo de Aragón, pero también su enorme cantidad de publicaciones en prosa y poesía, su paso por programas culturales en televisión, haber sido entrenador del Garrapinillos o su actividad arrolladora en su blog. Cuando uno se asoma a su blog se hace una idea de su pantagruélica curiosidad: libros, arte, bicicletas, política, fotografía, mujeres extraordinarias…
Acaba de publicar Cariñena (DOP Cariñena) una narración con mucho de autobiográfico que nos cuenta cómo un gallego objetor de conciencia (ya nadie se acuerda de la mili e incluso ahora suena como un disparate ridículo, pero ahí estuvo tantos años) busca refugio junto al Ebro. El protagonista (nos podemos imaginar muy bien al propio Castro a poco que lo conozcas) es uno de esos pusilánimes heroicos: un muchacho de 19 años inseguro y más bien encogido, pero que no está dispuesto a ceder en su convicción de no hacer el servicio militar. Una especie de Bartleby que se rebela sin aspavientos ni soflamas. Así es Antón Castro, un revolucionario que lo pide todo “por favor”. Al enterarse de que en Zaragoza hay grupos de insumisos, decide dejar su casa en la provincia de Coruña y tratar de buscar allí acomodo. Su camisa blanca de buen chico no parece acomodarse mucho con la comuna de artesanos que venden collares por las ferias. Uno se lo imagina como un rodaballo caído en los Monegros. Pero ahí se queda, tratando de encontrar su lugar en el mundo. Y con esa camisa que le debió comprar su madre y esa timidez decidida, se va hasta Cariñena (buenos vinos recios aragoneses), porque necesita ganar dinero y le han dicho que allí cogen gente para trabajar en la vendimia. Pero la cosa no resulta tan sencilla. En seguida lo calan y ven que ese gachó tiene más pinta de chupatintas que de labriego. Aún así, logra asociarse con otro joven que busca trabajo, más desenvuelto y caradura. Mientras buscan el trabajo, incluso están a punto de ligar con dos hermanas guapísimas, pero al final todo queda en nada. Él (enamoradizo soñador) se decanta por la más lánguida de las dos: la escucha mucho, le habla mucho de libros y de música, y al final le pasa como siempre, que todas lo quieren mucho… como amigo (aunque siempre terminan liándose con otro más sinvergüenza). De todas formas, a su amigo más lanzado, la táctica directa tampoco le da otra cosecha que la de las calabazas. Al final, logra el deseado empleo como vendimiador que con tanto ahínco ha estado buscando durante días… pero dios nos castiga escuchando nuestras más fervientes plegarias: él pone toda su voluntad y su ahínco para no defraudar a su empleador, ni a su amigo, se esfuerza hasta la extenuación, pero lo que no puede ser… no puede ser.
Esto es ficción… pero es su propia peripecia personal punto por punto y uno no puede evitar ver al propio Antón Castro, que cambió el verdor de Galicia por la aspereza del cierzo y la introversión galaica por la expansividad a veces explosiva de los maños. Es fácil reconocerlo en ese chico gallego torpón y soñador que estudió electrónica pero le daba miedo la corriente: en esa voluntad de agradar aun a costa de desriñonarse (como es el caso) de la gente de bondadosa, en la timidez atrevida de los que siempre se disculpan pero no dejan de hacer lo que creen que han de hacer o en la sensibilidad para convertir los malos tragos en poesía y seguir adelante. Es una narración breve, sencilla, de trazos abocetados… pero tiene tan buen toque literario y hay prensada tal cantidad de ternura, fragilidad y a la vez de entereza, que a mí me ha emocionado profundamente.
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