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Antón Castro

JAVIER TOMEO: PENÚLTIMO DIÁLOGO

JAVIER TOMEO: PENÚLTIMO DIÁLOGO

 [Javier Tomeo será enterrado mañana en Quicena, su pueblo, a las 17.30. Esta entrevista fue la última que yo le hice, un sábado 20 de octubre de 2012, creo recordar. Dos días después presentaba su libro 'Cuentos completos', en el sello Páginas de Espuma, con edición y prólogo de Daniel Gascón. Esta foto, de 1989, es de uno de los grandes fotógrafos de Aragón: Rogelio Allepuz. Se la tomó para la primera entrevista que yo le hice para 'El día de Aragón' en 1989, coincidiendo con el estreno de 'Amado Monstruo' en el Teatro Principal, con dirección de Jacques Nichet. Rogelio Allepuz hemos trabajado muchos años juntos: alrededor de trece. Algunos cientos de entrevistas y reportajes juntos.]

 

 

¿Qué supone para usted la edición de los ’Cuentos completos’, que se presenta mañana, a las 19.30, en el Teatro Principal?
Estoy muy contento. Creo que es una edición muy oportuna, se han recuperado textos que estaban en el baúl de los recuerdos y se ponen de nuevo al alcance de los lectores. Además, tengo otra satisfacción: el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, es aragonés, es entusiasta, dinámico y ambicioso, tiene ganas de triunfar, y le auguro un porvenir muy brillante.
¿Ha repasado todos los cuentos?
He tenido que hacerlo. Si no el editor y prologuista, Daniel Gascón, me habría matado. Apenas he cambiado nada, salvo algún que otro adjetivo poco afortunado por otro más preciso y contundente.
¿Se arrepiente de algo, percibe que ha evolucionado?
Muy poco. Me sigo reconociendo en todos los textos. Creo que no he cambiado apenas en los últimos veinticinco o treinta años. No he pretendido moralizar ni he pretendido perfeccionar a la gente. Ni he querido ser Pepito Grillo ni un francotirador. Invito a la gente a reflexionar sobre problemas pendientes como la soledad, el exceso de egoísmo, la incomunicación. La auténtica literatura plantea preguntas , pero no tiene respuestas. Las respuestas son del político, del teólogo, del científico.
¿Desde cuándo escribe cuentos?
Casi desde el principio. Empecé haciendo novela social, pero a las diez o quince páginas me cansaba. Me aburría. Me pasé a los relatos, de media distancia, aunque también he escrito microcuentos, y me pasé a la novela corta, que es el género donde me siento muy cómodo. Eso sí, siempre he escrito cuentos de anomalías, psicopáticos.
Usted estudió Criminología. ¿Viene de ahí el interés por las personalidades anómalas o psicopáticas?
Más bien al revés. Estudié Criminología para perfeccionar mi escritura, para zambullirme en la etiología de la condición humana. Lo digo siempre: a mí me interesó mucho Sigmund Freud, que distinguía tres partes en la conducta del hombre: el yo, el superyo y el ello. A mí me apasiona mucho investigar en el ello, que es la parte más atávica, rebelde, primaria, surrealista, esas reacciones instintivas que fluyen. No soy un gran lector de ficciones, pero en cambio me interesan mucho los libros-herramienta sobre animales, insectos o mitología.
Vayamos con el mito. Por ejemplo: siempre se le ha vinculado a usted con Kafka. ¿Qué le debe de veras?
Sinceramente poco. He leído ’La metamorfosis’ y poco más, y lo hice después de que me dijeran que me parecía a él. Es verdad: había una cierta afinidad, semejanzas, nos interesa a ambos el absurdo, lo irracional. Me fascinó, pero también me prohibí leerlo, sobre todo porque no quería que me contagiase ni quería volver a escribir lo que él ya había escrito. Kafka es uno de los grandes autores del siglo XX por su valor metafórico, por su conocimiento del alma humana... Pero somos distintos: yo creo que tengo mayor sentido del humor. Por cierto, en el libro le rindo un homenaje específico en el cuento ’Gregorio, el insecto’, que es mi favorito con ’El apartamento’.
¿Por qué le interesan tanto los animales?
Porque te permiten conocer mejor el instinto de los hombres. Los animales son metáforas vivientes, minúsculas; te ayudan a acceder al ser humano. En el fondo hay un gran paralelismo entre el hombre y el animal. Piense en el mimetismo de los insectos; piense en el camaleón. El hombre también es un maestro del camuflaje o de colocarse al sol que más calienta. Es rojo donde más hay que serlo, pongamos por caso.
¿Cómo pasó del animal a otra presencia recurrente de su obra: el monstruo, que tiene una dimensión simbólica y a la vez tiene mucho que ver con la identidad, con lo que somos?
Es mucho más fácil escribir sobre gente imperfecta, inquietante, con amputaciones psicológicas o físicas, con diversas anomalías. Dejemos a los hombres bellos en paz, tranquilos, felices con su suerte, no vayamos a descubrir que no eran tan perfectos. Otra cosa: escribiendo sobre monstruos uno se consuela y a veces puede decir: «Ese es peor que yo».
Del monstruo interior, casi inabordable, a un monstruo exterior e ilustrado: Goya. Dicen que usted es heredero de él...
Me llena de orgullo esa idea, pero no es fácil para mí entender en qué somos parecidos. Él es un genio universal. Quizá sea por nuestro origen aragonés, por un paisaje de fondo, por el carácter. Si de Goya me gusta todo, otro tanto me ocurre con Luis Buñuel. Siempre recordaré una frase de mi editor Jorge Herralde, de Anagrama. Dijo: «Javier Tomeo es una inesperada colisión entre Kafka y Buñuel». Ja, ja, ja. La idea es bonita. Luis Buñuel también es amigo de los monstruos y escarba como pocos en los abismos de la conciencia humana.
¿Ha conocido muchos monstruos reales?
Como todo el mundo, pero en realidad los monstruos no se exhiben. Mi amigo, y personaje de mis textos, Ramón o Ramoncito me decía siempre que había gente que sacaba a pasear a sus monstruos a las cuatro o cinco de la mañana. Decía que estaban ocultos durante el día y que salían de madrugada y por poco tiempo. Es probable.
Hablemos del humor y del absurdo...
No sabría cómo definir mi humor. Es muy aragonés. Y es muy espontáneo. Me sale así, sin buscarlo, como si fuera la constatación del contraste entre lo que puede suceder y lo que sucede. El mío es más bien un humor negro que intenta hacer reflexionar. No provoca la carcajada, no es una invitación a reírse; mi humor desata una risa leve, una mueca, y poco a poco se transforma en meditación. Tampoco me gusta que la gente se desternille con mis cuentos. Y de esa reacción en cortocircuito irrumpen el absurdo, el descontrol, la sorpresa. Aún así, soy muy meticuloso escribiendo, corrijo mucho. Me tomo mi oficio muy en serio.
Fue propuesto para el Nobel desde aquí hace más de una década. ¿Le gustaría recibir el Cervantes o el Príncipe de Asturias?
Me gustaría por el dinero que conllevan, que no sobra nada, pero yo no estoy en esa órbita ni en ese círculo. Soy un solitario. Voy a mi aire: hago lo que me da la gana.
¿Qué le queda por escribir?
No lo sé. Ahora estoy haciendo una cosa de vampiros, muy divertidos, que no se parecen para nada a los de ’Crepúsculo’.
Reside en Barcelona desde hace años. ¿Como vive el conflicto sobre la independencia de Cataluña?
No lo vivo. Lo sigo por televisión, pero me incomoda un poco Artur Mas. Lo veo como muy satisfecho de sí mismo, arrogante, como si fuese un «mesías», el ayatolá Mas. Pienso que todo volverá a su sitio. He vivido y vivo en Barcelona sin conflictos.

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