CANO, CANITO: UNA ENTREVISTA
Francisco Cano ‘Canito’ es el testigo más anciano de los toros. Es como el oráculo de la fiesta: lo ha visto casi todo y ha estado en todas partes. La fama se la debe a un hecho inolvidable, coronado por la leyenda y el drama: la muerte de Manolete en Linares el 28 de agosto de 1947, Cano captó casi 200 fotos de la cogida mortal del hombre que todos idolatraban y que vivía una intensa historia de amor con Lupe Sino, estorbada por la terquedad de doña Angustias, la madre del matador. El respeto que genera se lo debe a que lleva desde 1943, es decir, 66 años ininterrumpidos, tomando fotos, de plaza en plaza, buscando el escorzo ideal, el volatín airoso, el movimiento perfecto con el que se dibuja una verónica inolvidable. Puesto a acumular cifras, Cano podría decir: “He hecho más de 60 veces los sanfermines, he cazado con Gary Cooper, Ernest Hemingway y con Orson Welles. Me he emborrachado varias veces con con Ava Gardner, la mujer más hermosa que he visto nunca. He vendido una foto de Manolete por más de 300 euros y José Tomás me dijo que una de ellas era la mejor foto que había visto nunca de los toros”.
-Se ha dicho muchas veces señor Cano: su vida parece una novela…
-Algo de ello habrá, sí.
-Por ejemplo, usted empezó de boxeador, ¿no?
-No exactamente, pero estuve a punto de debutar. Todo empezó por una pelea. Un día iba con un amigo mío, muy alto, y de repente me vi metido en una pelea con un tipo muy grande. Estábamos en el interior de un portal. Mi amigo me dejó solo y el otro me dio una buena paliza; si yo le daba una leche, él me daba veintiuna. Fue tremendo. Se ensañó a gusto.
-¿Qué pasó luego?
-Un día iba por la calle de mi ciudad, Alicante, con un amigo y vi al joven que me había dado una paliza. Le pregunté a mi compañero si lo conocía. Me dijo: “¿No me digas que no lo conoces? Es un famoso campeón de boxeo”. Me quedé de piedra, claro. Y decidí irme al boxing, al gimnasio, donde él se entrenaba. Entré, vi al encargado y le dije que quería cruzarme guantes con él. El hombre me preguntó si había boxeado alguna vez. Le contestó que no, y me dijo si me había vuelto loco. Le dije que quería hacer boxeo. Al cabo de quince días o así, empecé a entrenarme con él. Peleaba muy bien y era hasta amable conmigo. Cuando se confiaba, yo le soltaba un buen golpe, un duro golpe que le hacía daño. Mucho daño. Recuerdo que me miraba con sorpresa y me advertía. Casi siempre se contenía. Un día le dije: “¿No sabes quién soy?”
-O sea, que usted se estaba vengando, así como quien no quiere la cosa, de aquella paliza en el portal.
-Sí. Le di más de doscientos golpes poco a poco, a lo largo de los días. Doscientos golpes contundentes. Yo creo que serían doscientos. Él me dijo que no me había visto antes, y yo le pregunté si recordaba él día que le había dado una paliza a un chaval menudo en el portal. “Ah, cabrón, cabrón, eras tú”. Se enfadó mucho, quizá me soltase algún mamporro, pero al poco tiempo nos hicimos grandes amigos y me enseñó a pelear. ¿Sabe una cosa?
-Diga, Cano…
-Yo creo que todo el mundo debería saber boxear y defenderse. Yo tengo ahora un nieto y quiero aprenda. Solo me he peleado de veras dos veces en la vida, y gracias a lo que había aprendido en el gimnasio me deshice de dos tipos que me sacaban una cabeza.
-Sospecho, por lo que dice, que no se dedicó al pugilismo…
-Espere, espere. Yo tenía el sueño de convertirme en boxeador. Le dije a mi padre, que era el responsable de un balneario, que me marchaba a Barcelona. Un poco cabreado, me dijo: “Si te vas a Barcelona no vuelvas aquí si no es con el título de campeón nacional de boxeo”. Hablaba en serio.
¿Y usted se rajó?
-Me dio miedo. Yo era poquita cosa. No llegué a debutar.
-Dejó el boxeo. ¿Cuándo aparecieron los toros en su vida?
-De inmediato. A mí padre le gustaba mucho el toreo y había lidiado un poco. Ya le dije que era el encargado de un balneario que se metía un poco en el mar. Un día, un novillo se escapó y se metió en el mar. Literalmente. Como se lo digo. Y yo me metí en el agua y logré sacar al animal. Lo saqué y lo toreé en una especie de explanada que había en el balneario. Vinieron cinco o seis mozos para llevárselo en un camión, y en cuanto me vieron empezaron a animarme: “Sigue, torero, sigue”. Y venga: “Sigue, torero, sigue”, hasta que lo cogieron, lo subieron al camión y supongo que lo matarían. Pero ahí empezó algo especial…
-¿Descubrió el toreo, no?
-Exactamente. Luego hubo otros muchos lances. Como novillero llegué a participar en 39 corridas. Y fue Marcial Lalanda quien me dio mi carné profesional de torero.
-¿Torero o novillero?
-Un momento: un novillero es un torero. Solo cambia la edad y el peso del animal, pero hay que lidiarlo. A mí cualquier persona que se pone delante de un toro me merece mucho respeto. Se juega la vida. Cuando llegó la Guerra Civil, yo ya tenía algo de fama y hube de torear en Alicante por los soldados del Frente Popular, en concreto para los comunistas, y para los anarquistas de la FAI en Orihuela, pero no llegué a tomar la alternativa. Me perjudicó el parón del conflicto.
-¿Qué sucedió luego?
-Algo que fue muy determinante. Los comunistas me metieron en un convoy para Madrid, estaba malherido, el toro me había partido el escroto, y logré escaparme para no ir al frente. Después de eso me refugié tres años en las calle Ventura de la Vega, 21, en Madrid. Me acogió en su casa el químico Gonzalo Guerra Banderas. Yo había llegado herido y él fue muy generoso conmigo. Me salvó la vida porque ya le digo que yo llegué herido a Madrid. Me enseñó de todo: aprendí a hacer perfumes y jabones, y otras muchas cosas. Fueron tres años maravillosos. Decidí que no iba a ser torero.
-¿Cómo se hizo fotógrafo?
-Por puro azar y gracias a él. Le gustaban mucho las fotos y ya realizaba instantáneas en color. Yo no sabía nada de fotografía. Sin embargo, llegamos a construir una máquina entre los dos con algunos materiales que encontramos en el rastro. La rediseñamos, la soldamos, le pusimos un objetivo y, ¡hala!, vamos a hacer fotos. Fue él también quien me enseñó a trabajar en el laboratorio. El primer reportaje que hice fue a un torero peruano, Alejandro Montani, ‘el Sol del Perú’. Le hice unas veinticinco docenas de tomas y cobraba a dos pesetas la docena.
-¿Qué tal la experiencia?
-Estupenda. Eso debió ser en 1943, más o menos. Me pasaba algo muy curioso: en primer lugar había sido torero de 39 corridas y mucha gente me conocía. Además, y eso me benefició mucho, conocía el secreto de los lances, sabía cómo iba a ponerse el torero, cómo iba a entrar a matar. Sabía cuándo era el momento más importante de una corrida para disparar y eso me benefició mucho. No es por chulearme, pero pronto me hice el amo. Después de aquella primera cámara, compré una Kodak Brownie por 21 pesetas, luego tuve mi primera Leica, que era una cámara maravillosa, y a partir de ahí todo fue coser y cantar.
-He leído que usted ha sido muy mujeriego…
-Bueno, no tanto. Me casé varias veces: mi primera mujer se murió joven y me dejó cuatro hijos; luego una valenciana me dio dos hijos más. No todo fue fácil.
-¿Por qué lo dice’
-Porque hubo un momento que la Falange quiso quitarme el carné. Uno al que yo había ayudado mucho me denunció diciendo que yo no era profesional. Y durante una corrida vino alguien, falangista, sin duda, a quitarme la máquina. Les dije: “Me tienen que matar antes”. Tuve que ir al sindicato y allí estaba, al frente, Camilo José Cela, que se portó muy mal conmigo. Fue realmente maleducado. ¡Que Dios lo tenga allá lejos! Al final todo se arregló.
-¿Cómo vivía el mundo de la fiesta?
-Bien. Me sentía a mi aire. Feliz. Frecuentaba la casa de los Bienvenida, de los Dominguín, de los Ordóñez. Si digo que crecí y que aprendí mucho con ellos no miento. Estuve muchas horas en su compañía. En realidad, por eso fui a Linares.
¿Por qué fue?
-Porque iba mucho con los Dominguín, boxeé alguna vez con Domingo Dominguín. Y pasé por su casa para cobrarle unas fotos a Luis Miguel Dominguín. Me dio largas y largas, y de repente me dijo que lo acompañase a una corrida importante a Linares. Que le hiciera un reportaje, y que al final me pagaría todo. Y eso hice. Luego pasó lo que pasó: murió Manolete, y yo estaba allí con mi cámara y muy cerca de él cuando marchó al otro mundo.
-Usted habla a menudo de otros amigos: Gary Cooper, Hemingway, Orson Welles.
-Los conocí a todos, y fui de caza con ellos varias veces. Eran simpáticos, muy simpáticos. Orsons Welles, además, era un tipo genial, se veía que era muy inteligente y que tenía una gran personalidad. ¡Qué le voy a decir de Ava Gardner! Era maravillosa, la mujer más bella del mundo. Como una diosa. Nunca he visto nada igual. Nos emborrachamos a menudo y también venía de cacería. Como era así, desprendida, también me besaba, pero nada más.
-¿Cuáles son sus mejores fotos?
Las que se escapan siempre son las mejores. No tengo duda. Es como si huyesen para que las soñaras luego.
-¿Cuál es el secreto de su longevidad?
No lo sé. Hay un médico que es muy amigo mío que siempre me dice lo mismo: el secreto de Cano es que ha follado mucho y que ha comido poco. Y es cierto, sí. He hecho mucho el amor, he gozado mucho, muchísimo. La mejor gimnasia que existe es la de la cama.
LA GOTA DE SANGRE DEL TORERO DE MÁS AIRE
La esposa de Francisco Cano, 'Canito', lo reclama una y otra vez. Están a punto de sortearse los toros para la corrida del pasado viernes en la Misericordia. Y ella, probablemente, habrá oído y leído una y mil veces la historia de la cogida de Manolete. Ese reportaje que guardó celosamente y que empezó a mostrar a principios de los años 70. Se exhibió en Zaragoza, en una muestra organizada por la Diputación de Zaragoza, y durante muchos años fue uno de los tesoros del Museo Taurino de Enrique Asín -su gran amigo y su gran anfitrión en muchas tardes de fiesta-, en Blas y Ubide 12+1.
Como si fuera un showman, Cano coge la grabadora y le habla: le cuenta que en Linares, en agosto de 1947, toreaban Manolete, Gitanillo de Triana y Dominguín. Dice: "Manolete andaba preocupado, parecía tener la cabeza en otro sitio. Su madre no aceptaba a su amante Lupe Sino y eso le desconcertaba. No era un buen día para él. Entró a matar a la suerte contraria y el toro le empitonó el muslo con rabia. Al abrir las piernas empezó a sangrar en abundancia. Era impresionante".
Cano tiró muchas fotos, intuyó lo que ni siquiera se atrevía a pensar, intuyó la tragedia, y colaboró en la enfermería. Cuando lo dejaron sobre la cama, se cayó al suelo porque no estaba bien puesta. Le hicieron dos transfusiones, pero no sirvió de nada. "Poco después se moría el torero que más me ha gustado nunca. Aún le hice más fotos, tumbado, con y sin pañuelo. Comprobé que la sangre había traspasado el colchón y caía gota a gota. Era mi ídolo y creo que nunca he visto un diestro que lo superase". Poco después, Lupe Sino lo llamó y le dijo que quería comprarle las fotos. No se las vendió. En Madrid todo el mundo lo esperaba. Aquel reportaje iba a ser el estandarte de su fama y un recuerdo imborrable. Cano suele decir que lloró como un niño la muerte de Manolete.
*Esta entrevista se publicó en el Pilar de 2009. La recupero ahora cuando Cano ha sido objeto de un homenaje y camina, lleno de vitalidad, hacia los 101 años.
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Miguel Angel Yusta -