LUIS POUSA Y SU VIAJES LITERARIOS
QUÉ BELLO ES VIVIR
Medio mundo se pone en marcha. Es recomendable viajar con ‘Breviario del bus’ (Rey Lear, 2013) de Luis Pousa
El lector de reojo en bus, trole y tranvía
ANTÓN CASTRO
En los autobuses, tranvías, troles y buses urbanos han pasado muchas cosas. Al poeta Miguel Labordeta le encantaba desplazarse en el lento sestear de los tranvías de los domingos; Luis del Val celebró parte de su boda en una tranvía con jardinera; Fermín Otín Traid le dedicó un volumen a los trayectos del bus 38. Javier Tomeo escribió un ‘Cuento del autobús’.
Estas son fechas de continuos viajes. De idas y retornos. Quizá para aquellos que viven aventuras en el bus, ya sea urbano o interurbano, redactó Luis Pousa un delicioso libro, ‘Breviario del bus’ (Rey Lear, Madrid, 2013), ilustrado por Miguel Ángel Martín. Lo prologa Enrique Vila-Matas, autor de un libro que se titula ‘El viajero más lento’; Vila-Matas posee un finísimo oído y es capaz de captar lo mágico, lo inquietante y lo inverosímil en un autobús que recorre el barrio de Gracia.
Pousa afirma que “el mejor vehículo para ver el largometraje de lo cotidiano es el autobús”. En ese recorrido más o menos ilusorio, a través de la literatura y los libros, aborda una figura curiosa como el lector de reojo, al que define como “un gorrón incansable de la tinta ajena”. En el autobús, como han demostrado Calvino, Cortázar o el citado Vil-Matas, se oye de todo: a veces música dodecafónica, a la manera de Arnold Schöenberg, o poesía ultraísta. En los trolebuses de la infancia se perdían las carteras amarillas, que había que había que recuperar en las cocheras lejanas, situadas en el quinto infierno. A veces las carteras se quedaban ahí, deambulando como aquel “muerto al que le pegó un infarto y dicen que viaja dando vueltas sin parar del metro de Nueva York”.
También han tenido mucha importancia las estaciones -que “mantienen un eco clandestino en el que se mezclan los personajes equívocos de una fauna nocturna”-, los buses nocturnos y los desaparecidos. Luis Pousa se interroga, como sugería Cortázar: ¿volverán a casa toda la gente que va al fútbol? La pregunta parece oportuna. Es frecuente el ladrón de autobuses, pero no solo el caco ocasional de pequeños objetos o carteras, sino los del propio automóvil. Pousa recuerda a un carterista gallego, esposado, que se justificó así: “Coño, solo quería ver si el mar de Asturias era igual que el nuestro”. Ante la incredulidad del policía, agregó: “Pues yo diría que el mar tiene aquí un gris diferente”.
El autobús ha fascinado a muchos escritores. Gómez de la Serna les dedicó algunas páginas en ‘Automoribundia’ y algunas greguerías; Martin Amis confesó que la primera palabra que aprendió a decir fue “bus” y que “solía montarme en ellos y viajar sin rumbo fijo durante horas, y un día tras otro”. Mario Benedetti se subía a lomos de su infancia para recuperar aquel “tranvía 36 colorado de la Comercial”… Kafka era partidario de los tranvías y escribió hace ahora un siglo en sus cuadernos: “Sentarse en el rincón del tranvía eléctrico, envolviéndose en el abrigo”. Walt Whitman y Paul Bowles fueron partidarios de viajar, y Georges Perec, autor de ‘La vida instrucciones de uso’, fue “un viajero intrépido del transporte urbano”.
Una de las anécdotas más divertidas la vivió otro enamorado del autobús: el gallego Julio Camba, que trabajó de corresponsal en Francia, intentó entrevistar a Anatole France acerca de su pasión por el ómnibus. Como no estaba en casa, le hizo la entrevista a su asistenta. Ella le confirmó que “también eso de los ómnibus es una manía. [Anatole France es] Un señor que dispone de un automóvil magnífico”. El transgresor Bukowski escribió en ‘Nirvana’ la historia de un bus que se pierde en la nieve quizá para siempre y al ritmo de la voz de Tom Waits.
Se puede viajar desde casa con la imaginación: Fernando Pessoa solía hacerlo. Luis Pousa parece, como Cela, más partidario del coche de línea, quizá por aquello de que “cuando el autobús se echa a andar, la gente se va acoplando”. Las paradas son importantes, y el autor nos recuerda que “hay paradas de la nada en Wasco (California), en los Monegros, en Arteixo o Chantada (...) Con una parada de la nada se puede levantar el mundo”.
*Este texto aparecía en Heraldo, en la sección 'Qué bello es vivir' que coordina Christian Peribáñez.
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