JORGE MARTÍNEZ LUCENA HABLA DE 'NEGRO', SOBRE FÉLIX ROMEO
[Jorge Martínez Lucena acaba de publicar en Libros del K. O. el libro 'Negro', la crónica de su fascinación hacia Félix Romeo Pescador, al que no llegó a conocer. El libro es, sobre todo, un intento de dialogar con el autor de 'Amarillo' a través de su personalidad y sus libros.]
-¿Cómo nace la idea de escribir un libro sobre Félix Romeo?
Un amor a primera vista. Como cuento en el libro, lo trajo hacia mí la marea de Facebook provocada por su muerte. Alguien que tenía tantos amigos y que era tan querido por sus amigos tenía que ser alguien interesante, por fuerza. Sólo tuve que leer Amarillo para entender que ir al fondo de aquello iba a valer la pena. Tenía un nosequé muy vivo con lo que sintonizaba a las mil maravillas. Era una experiencia como la de leer a Dan Fante o a David Vann, pero sin tener que irme a California, Nueva York o Alaska. Se producía mi identificación con alguien que habitaba un mundo parecido al mío. Su amigo se había suicidado a tres calles de donde yo he vivido treinta años y aquella acera que yo había paseado sin prestarle atención en la calle Borrell, era ahora un surtidor de literatura. Era como leer en cada página un neón que decía: en tu vida también hay literatura. Y me subí a ese carro…
-¿Qué tres o cuatro ideas o percepciones te atrajeron de él?
Me repito, pero la cantidad de amigos que tenía un tipo como él, que no era Philip Seymour Hoffman ni David Foster Wallace. Yo mismo lo recuerdo vagamente de la Mandrágora. Pero es como cuando vas a un entierro en un pueblo de La Rioja y la gente no cabe en una iglesia en la que caben mil personas y ves llegar a una muchedumbre a pie desde los pueblos de alrededor y amontonarse fuera en silencio. Entonces te das cuenta de que la vida de esa persona ha valido la pena. Eso atrae, sin duda, pese a que se trata de algo triste.
En segundo lugar, creo que hay en su Amarillo y en su Noche de los enamorados una tensión que para mí define la mejor literatura. Cuando te cuentan una historia que podría ser la tuya o la de alguien que conoces y, sin que el escritor use emboscadas sentimentales al estilo Los puentes de Madison, empiezas a darte cuenta de que aquella historia pequeña cuenta algo que te hace saltar el corazón. Ahí entendieses que si vieses la vida como aquel escritor la monotonía de tu vida desaparecería y vivirías con una intensidad increíble.
Además, me atrae de Félix su pasión por los imposibles como la democracia, la amistad, el perdón, los regalos, el amor,… Con esto no quiero decir que Félix sea un iluso. Todo lo contrario. Creo que defender y desear los imposibles es precisamente lo que nos hace humanos, como cuenta Derrida.
-¿Qué papel jugaron los amigos en este libro, empezando por Pepe Cerdá?
Sin Pepe Cerdá este libro quizás no habría empezado a escribirse en mi cabeza. Uno acumula razones para hacer algo pero también se intenta construir un argumentario inconsciente que frena el proyecto, que lo delimita. Yo me había contentado a mí mismo escribiendo un post sobre Félix en mi blog. Cuando Pepe dejó un comentario en él sin conocerme de nada y afirmando que le había parecido precioso lo que yo decía sobre Félix y que a él le hubiese encantado, todo se puso en marcha y vencieron las razones a favor de la aventura…
Pero después no ha sido sólo Félix. Hay una lista larguísima de amigos más o menos cercanos suyos que han colaborado conmigo, que me han acercado a él. Gente del cine. Multitud de escritores. Editores. Periodistas. Profesores. Pintores. Todos me han contado historias, pedazos de su tiempo juntos que se arrancaban de sus recuerdos personales, y por ello les estoy tremendamente agradecidos…
-Dices: “Félix. No es que mi vida haya dado un vuelco radical al leerte. Pero en algunas cosas me he sentido identificado contigo”. ¿En cuáles en concreto?
Fuá. En muchas, pero quizás para mí ha sido por un tiempo como un hermano mayor, como un tipo que encarna mi generación a los cuarenta años, cuando la vida llega a su teórica mitad y no sabes bien por qué empiezas a preguntarte si no estás perdiendo el tiempo haciendo lo que haces y todas esas cosas profundas. Identificarme con alguien como él, brillante, hiperactivo, y querido por muchos, que había muerto a tan temprana edad me ha permitido contestarme a preguntas del tipo: si te murieses tú como él, a los 43 años, ¿la cosa habría valido la pena? O quizás deberías hacer más como él y arriesgar más por lo que crees que es lo importante. En eso, por ejemplo, me siento cercano a él: creo que hay que poner toda la carne en el asador cuando percibes que ahí te juegas ser tú o pasar a transformarte en una versión edulcorada de ti mismo.
También me identifico con él en su amor a la libertad (me parece que sin libertad no se puede hacer nada interesante), a su mujer y a las cosas concretas bellas como los macarrones de mamá o ciertos libros sobre literatura-vida.
-¿Por qué decides armar el libro como si le escribieras a Félix o hablaras con él?
Ponerte a escribir sobre alguien que ha muerto, al que no conocías de nada, y hacerlo además a partir de los testimonios de muchos de sus amigos, que para más inri son tipos que escriben muy bien y que saben cómo se deben hacer las cosas en este mundo de la literatura, no es una tarea en la que uno se sienta demasiado cómodo. Por eso, a fin de evitar en mí la tendencia periodística a aventar trapos sucios, he hecho determinadas opciones formales que me permitiesen escribir relacionándome con su presencia. Por eso le hablo. También por eso intento adoptar determinadas opciones expresivas que Félix utilizaba en su literatura. En Amarillo le habla a Chusé Izuel, un amigo que se suicidó. Pero además he procurado mantener la desnudez de las frases, las repeticiones, las listas, su lirismo surgido del detalle. Como dice Malcolm parecía que escribía borradores de libros, más que libros. Huía de cocinar demasiado las cosas, dejando espacios en blanco para que el lector los poblara con su vida, o por lo menos eso me parece a mí. Yo intento, en este sentido, no sólo darle espacio al lector, sino también a Félix.
-“Puede que se piense que exagero si te digo que te he conocido en tus amigos”, afirma, y a la vez Mariano Gistaín dice que él vive “como si estuvieses vivo”. ¿Qué conclusión extraes de una sensación tan generalizada? ¿Qué relación especial tenía Félix con sus amigos, cómo les marcaba o influía?
Creo que los grandes hombres dejan huella. Esto parece un anuncio de after shave de los ochenta, pero creo que es verdad, aunque habría que decirlo de otro modo para no sonar a embaucador. Entiendo que la vida es una especie de infección que se contagia. Los mejores de entre nosotros viven más y por eso la contagian más. La vida es una especie de vibración indescifrable que hace vibrar. Si uno vibra leyendo Amarillo, cómo no lo va a hacer teniendo a este hombre al lado. Hay ciertas personas cuya compañía es un privilegio porque te hacen la vida mejor. Félix era una de esas personas y eso no se olvida, aunque dejan un silencio ensordecedor, como me dijo la madre de Félix y he puesto en el subtítulo: “desde que te fuiste se nota el silencio”. Pero claro, todo silencio es algo que revela una presencia. Por eso Mariano Gistáin, un tipo de gran sensibilidad, no deja de percibirlo. O la misma Cristina Grande, su primera pareja, que me contó lo mismo.
¿Es la amistad el principal atributo de Félix? Citas una frase muy feliz de Pérez Lasheras: “creías en la amistad como otros creen en la vida eterna”.
Creo que era un gran amigo de sus amigos. Y creo que hay algo de eterno o inolvidable o inmortal en ello, como te acabo de explicar.
¿Qué has aprendido del Félix escritor y lector? ¿Cómo vivía, según tus conclusiones, la literatura, el periodismo?
Con riesgo. Me admira su libertad ante las situaciones. No velaba por su seguridad laboral. Era un freelance que sólo trabajaba con quien quería trabajar con él. Rompía contratos firmados a su favor porque percibía que no se le quería. Escribía su página Iluminaciones en ABC no pensando en lo que querría el lector medio de ese periódico sino haciendo lo que a él le parecía más interesante en cada momento.
Como lector fue voraz. Me da envidia. Leía como un poseso. Aunque es verdad que su opción de vida le daba un tiempo que otros no tenemos. También era un lector original e inteligente. Se ve leyendo sus críticas. Sorprende.
¿Cómo le defines como escritor? ¿Ha sido, esencialmente, un escritor en periódicos y revistas?
Félix ha escrito mucho más en periódicos y revistas. Eso está fuera de toda duda. Es un dato. Pero aunque sus “novelas” hayan sido pocas, a mí me parecen muy interesantes y suficientes como para hablar de alguien con una voz potente y atractiva. En cuanto a sus artículos y críticas también son muy suyos. Muchas veces parecen insospechadas constelaciones de imágenes o ideas que producen una sensación de actividad cerebral hipertrófica y radical, algo que cuadra mucho con lo que me han contado de él.
Hay un Félix comprometido con la libertad, con la justicia, contrario a todo relativismo. ¿Cómo has tratado este asunto?
Félix es un talibán de la libertad y de la democracia. Lo ha subrayado de nuevo Ramón González Férriz en Letras Libres, reseñando la recopilación de textos de Félix editada recientemente por Xordica, y me parece innegable, y por eso lo he querido retratar en anécdotas como la del calvo que le hizo al Ministerio de Igualdad o citando alguno de sus artículos más virulentos contra el Islam, en que él se convertía en el mayor defensor de la mujer. No tenía nada de multiculturalista. El relativismo era una de las cosas que le podían cabrear de lo lindo.
¿Qué importancia tuvo el amor en la vida de Félix? Hablas de Cristina y de Lina, rastreas un amor fugaz que ha desaparecido, Nuria, reflexionas sobre su amor a la mujer...
Todo el mundo me ha contado que para él el amor era algo fundamental. Le recetaba a todo el mundo enamorarse y él no dejaba de hacer locuras de amor. En el libro explico cómo consiguió que Cristina Grande no le dejara la primera vez que hizo el intento de ello. Fue una astracanada fantástica. Lo consiguió publicándole a Cristina su primer libro de relatos en horas. También explico cómo estaba cambiando en cosas sorprendentes debido a su relación con Lina. Siempre había sido un urbanita que odiaba el campo y la naturaleza y, sin embargo, últimamente estaba viviendo en San Mateo de Gállego. No sé, creo que de algún modo extraño, se podría decir que Cristina y Lina hicieron surgir dos Félix distintos. Quizás por eso digo en el libro que Nuria, la chica con la que tuvo una corta relación entre Cristina y Lina, es el gran misterio del libro. Quizás entrevistarla me hubiese permitido rastrear elementos de ese cambio en Félix.
Pepe Cerdá, que es muy importante en el libro, escribió en su blog: “Félix ha muerto angustiado por su porvenir” y Mariano Gistaín también habla de la decepción de saber que un trabajo como el suyo ya no se pagaba. O ya no se pagaría.. ¿En qué medida has constatado esta decepción de Félix?
La he constatado por los testimonios de diferentes amigos de Félix. No sólo Pepe y Mariano. Muchos me han contado cómo la pérdida de su página en ABC y la crisis generalizada en el sector, estaban reduciendo drásticamente sus ingresos, y él lo fue comentando a unos y a otros. Seguía cobrando del Heraldo y alguna colaboración esporádica, pero poco más. Tenía un hipoteca que pagar y según tengo entendido, en los últimos tiempos sus padres habían vuelto a pagarle la contribución de su piso en Conde de Aranda.
No eludes los lugares oscuros de Félix: un viaje con Cristina, su tendencia a la discusión, sus monumentales cabreos y luego la mala conciencia, esos correos en los que asume que se ha pasado.
Negro no es una biografía, como explico en el anexo del final. Pero lo que nunca he querido que fuese es una hagiografía. Creo que por todos tenemos nuestro talón de Aquiles, y parte de la grandeza de nuestra vida está en que los que están alrededor no nos midan por ello. Creo que en el caso de Félix es evidente que en ocasiones tenía arrebatos dialécticos violentos que intento reflejar en el libro. Pero lo verdaderamente interesante es que su grandeza era tal que incluso viendo cómo a veces podía mear fuera de tiesto uno lo reconoce como igualmente excepcional. Es lo que he intentado mostrar en el libro, que un tipo como tú y como yo, con sus miserias, es alguien extremadamente excepcional. Eso es una esperanza para todos.
Dices: “Tú eres el mejor valedor de la cultura”. ¿Cuál es la importancia y la presencia de Félix en las letras y en la cultura españolas?
Me parece que es uno de los que, desde “Dibujos animados” hasta cada uno de sus artículos, más ha colaborado en la disolución de la frontera entre la alta y la baja cultura en la literatura de nuestro país. Hablo de su incorporación del mundo pop a la literatura en sus escritos. Gracias a él y a otros cuantos como Loriga, mi generación y las posteriores se han podido reconocer en la literatura española.
Da la sensación de que te ha quedado un Félix muy zaragozano. ¿Ha sido deliberado?
No. Hasta donde sé lo era… Aunque quizás esta condición de zaragozano de mi Félix tenga que ver con mi fascinación por Zaragoza. Con este libro yo he redescubierto Zaragoza en varios aspectos. Para mí Zaragoza eran el Pilar y las gasolineras de Alfajarín, Vía Augusta, etc. Por eso me gustó tanto la serie de cuadros hooperianos que tiene Pepe Cerdá, donde se dedica a retratar gasolineras, y le pedí una gasolinera amarilla para la portada del libro. Y ahora me he dado cuenta de que hay vida en Zaragoza y de que hay una vida cultural de un calibre insospechado… De todos modos, he procurado retratar las conexiones madrileñas y barcelonesas de Félix, que eran muchas…
¿Por qué tiene tan poca presencia José Antonio Labordeta?
Porque no le podía entrevistar, por razones obvias. Lo cual no quiere decir que no sea consciente de la importancia de José Antonio Labordeta para Félix. La muerte de Labordeta, un año antes que la de Félix, fue un palo inmenso para él. Muchos me han dicho que fue su segundo padre y creo que en Negro aparece por lo menos un par de veces. Sin embargo, la de Labordeta no es la única ausencia. Tampoco pude cuadrar agenda con Miguel Mena, con Julio José Ordovás, con Martín Casariego, y con muchos otros me tuve que conformar con una mínima conversación telefónica. Pero el caso es que, reconociendo que el libro hubiese ganado en rasgos biográficos con estas adendas y con muchas otras, mi intención no era la de hacer una biografía de Félix. Al escribir este libro me interesaba más lo que Félix despierta en mí que trasmitir la realidad pulquérrima de la existencia de Félix, que por otra parte me parece inaccesible para cualquiera, aunque es verdad que muchos pueden protagonizar a este respecto intentos menos irónicos que el mío…
Dices: “Solo ser maño te hacía ser ciudadano del mundo”. ¿Cómo se explica esta paradoja?
Las paradojas lo son porque no se pueden explicar, pero si tenemos que hacer el intento, quizás podemos recurrir a aquel adagio clásico de que vocación y misión coinciden. Es decir, que si Félix no hubiese sido profundamente maño no hubiese aportado toda la riqueza que ha aportado al mundo, del uno al otro confín. Si no hubiese ido al instituto al que fue no hubiese conocido a Ramón Acín, a Antonio Fernández Lasheras, a Ignacio Martínez de Pisón, a Luis Alegre, etc. y no hubiese extendido su influencia como un manto interminable de encendida amistad. Aunque quizás divago.
¿Qué intentas reflejar de ti mismo en este espejo negro?
Que a los cuarenta años uno tiene la oportunidad de hacerse de nuevo determinadas preguntas que Félix me permite formular e incluso responder sin demasiado esfuerzo. Preguntas del tipo: ¿Tienes una vida auténtica? ¿Qué es la autenticidad? ¿Dedicas la vida a lo que realmente quieres dedicarla? ¿Hasta dónde hay que arriesgar para vivir de esto de la escritura? ¿Hay amistades para siempre?, etc. Aunque esto parece el guión de un anuncio, es como me sale…
Un libro es una lección, una aventura. Si tuvieras que resumir esta aventura, estas entrevistas, esta obsesión, qué dirías...
Negro es la aventura de descubrir que la vida lleva dentro una intensidad que muchas veces nos pasa desapercibida. Félix tenía el secreto.
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