MANUEL TORRES, ADIÓS A UN DEFENSA
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Manuel Torres o la película del fútbol
El jugador turolense jugó nueve campañas en el Real Zaragoza y fue campeón de Europa con el Real Madrid en 1957
En la calle Cádiz siempre han pasado cosas casi extraordinarias. Allí, en el 8, nació el pianista Luis Galve; en un café el fotógrafo Antonio Calvo Pedrós tomaba café con sus amigos, entre ellos el extremo Canario, y repartía fotos de los Cinco Magníficos. En la calle Cádiz, muy cerca el uno del otro, dos de los grandes laterales del Real Zaragoza de todos los tiempos, Manuel Torres, turolense, y Severino Reija, lucense, tenían sus establecimientos de moda. Manuel Torres, que haría fama con el apodo de ‘El expreso de la banda’, recorría la calle: desde el paseo de Independencia hasta la calle Azoque, casi siempre observado por su esposa Ángela Buendía. En los últimos años fue víctima del fatal olvido del Alzheimer. Manuel acaba de fallecer.
El bajo de su comercio era uno de sus refugios favoritos. Allí lo visité en una ocasión para viajar por el territorio de los recuerdos. Conservaba una foto de Alfredo Di Stéfano, que solía decirle: “che mañico”, tomada poco después de que el Real Madrid conquistase su segunda Copa de Europa, ante la Fiorentina, con Torres como lateral derecho.
Le gustaba recordar su amarga niñez: “Nací en Teruel, en abril de 1930 en una familia de panaderos. Mi primer recuerdo es de cuando entraron los aviones y empezaron a bombardear. Teruel estaba rodeado por el ejército republicano y nos evacuaron hacia Segorbe primero, y luego hacia Valencia. Éramos ocho hermanos; cuando se produjo aquel revuelo desaparecieron muchas familias completas. Aquello fue terrible para un niño de poco más de siete años: pisábamos un suelo de cadáveres y en el barrio de San Julián vi a un hombre con la boca abierta y con un tiro en la frente. Nunca he podido olvidar esa imagen: va y viene a mi cabeza como una pesadilla”.
Esa película de la memoria tenía otros muchos elementos. Con el corazón encogido y la emoción encendida, añadía Torres: “Y además estaban las grandes y duras nevadas. Los niños teníamos un miedo horrible: nos metíamos en la cueva”. Los Torres partieron en un camión hacia Valencia y se sobrepusieron a un sinfín de adversidades y desgracias. El niño Manuel recibía clase en la casa de sus tías y jugaba al fútbol en la calle “con pelotas de trapo como panes que hacía con los paños de cocina de su madre y los cordeles o cintas de los sacos terreros”.
La familia volvió a Teruel. Manuel estudió en La Salle y luego ingresó en la panadería de su padre. La pasión por el fútbol estaba más viva que nunca: poco importaba que fuese más bien menudo y que pesase apenas 50 kilos. Era un puro sinvivir. Entonces también le gustaban los toros: para verlos y para correr delante de ellos. El Teruel jugaba en Tercera División y Manuel no tardaría en fichar por el conjunto. “Era bastante rapidillo, sí”, y Primitivo Villacampa, Primo, el extremo izquierdo de ‘Los Alifantes’ (el equipo que ascendió al Real Zaragoza en 1935-1936 a Primera División) sería testigo directo de su crecimiento. Torres fichó por el Manchego de Ciudad Real y jugó allí tres o cuatro campañas, hasta que su nombre empezó a aparecer en los periódicos deportivos y en los primeros mentideros de la calle y las tabernas. Antes de que se marchase a ningún otro sitio, Primo, le dijo: “No se comprometa con nadie. Se va a venir conmigo a Zaragoza”. Manuel Torres aceptó: “¿Sabe lo que le digo? No conozco Zaragoza y la quiero conocer”.
En la campaña, 53/54, Manuel Torres se convirtió en el defensa derecho del Real Zaragoza que militaba en Segunda División, y formó una retaguardia mítica con Yarza o Lasheras, en el arco, y Alustiza y Bernad en la zaga. A veces también entraban Rodolfo y Castañer. Poco después el equipo subía a Primera División y el Real Madrid, que se batía en varios frentes, solicitó la incorporación de Torres para jugar la Copa de Europa. El Madrid se proclamó campeón el 30 de mayo de 1957 ante la Fiorentina. Retornó a casa y Torres formó en el equipo que estrenó La Romareda el 8 de septiembre de 1957 ante Osasuna. Poco después, el 29 de diciembre de 1957, los blanquillos y los madridistas se enfrentaron en La Romareda. Ganaron los maños por 3-1 y Torres paró a Gento.
A Torres se le llenaban los ojos de ternura y añoranza al recordar su paso por Chamartín. “Fui muy bien acogido. Gento, con el que había tenido algunos duelos, me respetaba. El mejor era Di Stefano, pero también estaban Kopa, Mateos, Rial. Ganamos la Copa de Europa: la segunda Copa de Europa del Real Madrid. Me pasó algo muy curioso: yo ya había jugado en la Liga con el Zaragoza y no podía hacerlo con el Madrid. Sin embargo, una tarde me habían convocado y de repente me dice Santiago Bernabéu: ‘Torres, salga a jugar’. No ocurrió nada: nadie impugnó el partido”. Al menos, así lo recordaba él; algunos estudiosos del zaragocismo dicen que aquella cesión, sin nada a cambio, fue uno de los mayores errores del presidente Cesáreo Alierta en su carrera.
Se casó con Ángela Buendía, a la que había conocido en Ciudad Real, y permaneció cuatro temporadas más en el club. Hasta 1961-1962. “¿El Zaragoza? Teníamos un equipo de maravilla. Enrique Yarza era excepcional, tenía unos reflejos tremendos. Pasmaba a cualquiera. Y cuando yo empezaba a marcharme llegó Carlos Lapetra. ¿Qué voy a decirle de Estiragués? Salíamos al campo y miraba a todos los jugadores rivales, uno por uno. De repente se quedaba mirando a uno de ellos. ‘¿A quién miras, Nanu?’. ‘A ese cabrón que me ha caído mal’. Y se iba detrás de él toda la tarde”.
Ya lo habían bautizado como ‘El expreso de la banda’: en aquellos días Gorostiza era ‘La bala roja’; Gaínza, ‘El gamo de Dublín’; Gento, ‘La galerna del Cantábrico’ y Di Stéfano, ‘La saeta rubia’. Torres pugnó con tenacidad con grandes extremos como Gaínza, Czibor, Eulogio Martínez o el citado Gento.
Manuel Torres, todo pundonor, oficio y velocidad, explicaba así sus características como jugador: “Mi secreto era la preparación física. Vivía del fútbol y me cuidaba al máximo. Era técnico y rápido, jugaba con las dos piernas. En el fútbol no se pierden las facultades, sino los reflejos: vas tarde y recibes la patada del contrario”. El fútbol fue una experiencia inolvidable y, en sus días de lucidez, lo recreaba como quien cuenta y no acaba una formidable película de felicidad y de pasión. Lo hacían con candor y con una sonrisa de niño antiguo.
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