JULIO JOSÉ ORDOVÁS HABLA DE SU NOVELA 'EL ANTICUERPO'
LITERATURA. JULIO JOSÉ ORDOVÁS. Escritor. Acaba de dar un gran paso en su carrera: publica ‘El Anticuerpo’, el relato iniciático de una amistad en el sello Anagrama.
“España es una granja de monstruos”
“La ficción no puede ser pura. No hay
nada puro, ni en la literatura ni en la vida.
“Tocan a muerto. Mi madre apaga el fuego de la cocina y se asoma por la ventana”. Así arranca la primera novela de Julio José Ordovás (Zaragoza 1976), que acaba de publicar en Anagrama. Autor de diarios, de libros de poesía, de viajes y de ensayos artísticos, cuenta la vida de un joven, aprendiz de Jim Hawkins, en un pueblo, en el seno de una familia un tanto inquietante.
¿Qué le debe ‘El Anticuerpo’ a la infancia y adolescencia en un pueblo?
La mirada sobre el mundo, una mirada a veces asustada y siempre asombrada.
¿De qué imágenes y recuerdos, o intuiciones, arranca la novela?
Esta novela empezó siendo un poema que consistía en una enumeración de recuerdos. Y el más persistente de esos recuerdos era el sonido de las campanas.
¿Quién es ‘El Anticuerpo’, ese personaje punk que aparece, Josu, o el propio protagonista?
El Anticuerpo es Josu, una rata punk que va a morir a un pueblo perdido en el desierto aragonés. Quería contar la historia de una amistad y enfrentar dos miradas, la de un ratón de campo y la de una rata urbana.
Se diría que es un libro cruel, primario, un tanto amoral, descarnado... ¿Es eso lo que pretendía?
Mi novela no es cruel. Es la vida la que es cruel, y con unos se ensaña más que con otros.
A veces, el nihilismo, la displicencia, la falta en apariencia de sentimientos, hacen pensar al lector en Holden Caulfield, el personaje de ‘El guardián entre el centeno’... ¿Lo tenía en la cabeza?
Además de los homenajes explícitos e implícitos que hay en la novela, me siento en deuda con varios escritores argentinos como Guillermo Saccomanno, César Aira, Fabián Casas y el angloargentino Guillermo Enrique Hudson y su fantástico ‘Allá lejos y hace tiempo’.
Ese mundo de pueblo a veces parece suburbial, desolador, donde cobran mucha importancia desde las ratas hasta las lechuzas...
Los animales juegan un papel importante y hay una clara animalización de los personajes, pero tampoco quería convertir mi novela en un zoológico.
Escribe que el protagonista, tras meterse en el río, “me metía en el nicho, en calzoncillos”... ¿Quiere decir también que la niñez es ese período donde uno se atreve con todo, incluso con su propio miedo?
Estamos hechos de miedos. Nuestros miedos nos definen.
En el libro hay una atmósfera especial, turbadora y enigmática. Y a la vez hay una conexión con la tierra, con la memoria. Pienso por ejemplo en un viaje a Belchite.
Belchite es un cadáver pudriéndose al sol en una cuneta de la Historia.
¿Qué podía suceder en el bar Groenlandia?
En el Groenlandia, como en cualquier otro bar, siempre sucede lo mismo: te emborrachas, te peleas con el camarero y la chica a la que le preguntas qué hace en un sitio como ése te manda a hacer gárgaras.
“Un petirrojo me mostró la entrada de la cueva, cegada por la maleza”. Ese tipo de cosas, casi panteístas, de naturaleza animada, suceden muchas veces en el libro. ¿Cómo se ha planteado la relación con el paisaje?
Somos memoria de un paisaje y yo me reconozco en ese cielo amarillo y en ese paisaje severo y a la vez burlón.
¿Por qué has elegido la primera persona?
Para escribir una historia necesitas creértela y yo no hubiera sido capaz de contar esta historia y de creérmela empleando la tercera persona.
¿Cómo es la familia del narrador?
Humilde, trabajadora, honesta, gritona y con unos cuantos fantasmas.
¿Existen curas como José Luis?
No todos los curas son como Rouco Varela, gracias a Dios. También ha habido y hay curas, sobre todo en la orilla izquierda de la Iglesia, que han hecho un extraordinario trabajo, muy poco reconocido, por la justicia social.
¿Ha querido que el personaje más entrañable fuera ese tío, al que le llamaban ‘Cabeza de Pepino’ y que le regalara al protagonista la máquina de escribir?
Yo no diría que Cabeza de Pepino es un personaje entrañable. A mí me parece más bien un personaje beckettiano.
¿Desde cuándo ha querido ser escritor?
Alguien dice en la novela: “Yo escribo para no poner bombas”.
Parece que ahora hay un debate, animado incluso por Martínez de Pisón, sobre la ficción pura y la autobiografía. ¿Dónde estás tú, con quien te alías?
La autobiografía, cuando no es más que un ejercicio de melancolía y de ombliguismo, no tiene ningún interés. Y en cuanto a la ficción, nunca puede ser totalmente pura. No hay nada puro, ni en la literatura ni en la vida.
¿Publicar en Anagrama es la culminación de un sueño?
Digamos que es como conseguir liarte con esa tía buena del instituto a la que llevas toda la vida deseando y que creías inaccesible para alguien como tú.
Aquí hay una reflexión constante sobre España. ¿Qué te molesta, qué quieres denunciar?
La negrura de España, que antes me exasperaba, ahora me fascina. España es una granja de monstruos.
*Esta entrevista apareció ayer en Heraldo de Aragón.
La foto la tomo de aquí: https://antoncastro.blogia.com/upload/externo-667417fa17c8f21c42c1e0946a36cdd5.jpg
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José Antonio -