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Antón Castro

ÁNGELA ABÓS: EN LA FERIA DE HUESCA

[Esta tarde, en Huesca, se presenta el nuevo libro de Ángela Abós: ’La mirada del esparvel’ (Instituto de Estudios Altoaragoneses), donde recoge una selección de sus artículos de treinta años en diversos medios aragoneses. Este es el prólogo que lleva el libro. Ángela siempre es una afectuosa y entrañable que ha asumido cargos importantes. Su gran pasión es, sin duda, la literatura.]

 

EL VIAJE HACIA LA LIBERTAD

 

Antón CASTRO

 

Ángela Abós (Benasque, 1934) es una mujer entusiasta y laboriosa. Por muchas razones: por su intensa biografía, por la asimilación de una cultura rica y matizada, por su pasión por la política y la democracia, por su sentido de la amistad y porque exhibe, casi por igual, entusiasmo, lucidez y sinceridad. La mirada del esparvel es un libro emocionante: el de una mujer de la montaña que conoció el trasiego de mercancías entre Benasque y Francia bajo la nieve, y que se alimentó de las paradojas de la existencia, que empiezan en su propia familia.

Este es un libro de alguien con raíces: en la cultura, en los libros, en la educación, en el debate ciudadano. Hace algún tiempo en una entrevista para Heraldo de Aragón me decía: “Mi vida ha sido completamente insólita desde pequeña. Es la verdad. Y yo he intentado responderle siempre con un imperativo ético. La ética es un impulso individual, es una tendencia, y es una forma de estar en el mundo. Nos pasamos la vida intentando conjugar nuestros sentimientos y nuestras inclinaciones con lo colectivo, con la vocación de servicio. Y eso me ha pasado siempre”.

Reconoce el magisterio de los otros –desde Lázaro Carreter, Alonso Zamora Vicente o Laín Entralgo, pongamos por caso, a Tomás Buesa o Pablo Neruda, tan lejano y tan suyo a la vez- y a la vez, despaciosamente, con un verbo matizado y hermoso, nos da una lección tras otra. La primera lección, ese texto dedicado a la revista Triunfo, en la hora del adiós, es una vindicación de la memoria y de un viaje convulso y esperanzador que ha hecho con mucha gente. El libro es la crónica de una travesía hacia la libertad y a veces reaparecen, como fantasmas olvidados, nombres que fueron decisivos en la aventura. Algo más adelante firma un artículo que se titula ‘Aragón exporta sentido común’: es fácil y ajustado decir que Ángela Abós también exporta sensatez, contagia convicción y atrevimiento. Defiende el Parlamento, incluso “el aragonés” dice con alguna ironía, e invita a conocerlo porque solo se ama de veras lo que se conoce. Y la vida parlamentaria, en la Aljafería, en Madrid o en cualquier comunidad española, es un estandarte de pluralidad y de imprescindible debate.  Sabe muy bien de lo que habla: a su condición de profesora con leyenda, como suelen decir algunos de sus alumnos como el periodista Jesús Frago, suma su condición de novelista y de mujer que ha asumido importantes y variadas responsabilidades en Madrid, en el ministerio de Educación, y en Aragón, en el Gobierno de Aragón, entre otras instituciones.

Mientras se zambulle en libros que lee, y de los que extrae algunas enseñanzas como le sucede con El bucle melancólico de Jon Juaristi, mientras contempla con esperanza las elecciones vascas, pongamos por caso, va dejando aquí y allá huellas de su biografía, cantos rodados que sedimentan en el fondo del río y a la par siguen su curso hacia el porvenir más vibrante. La mirada del esparvel es una apología de la convivencia, de la diversidad, de la tolerancia, de la sensibilidad y de la complejidad. No hay nada más burdo y estéril que la ausencia de matices. Así, igual que glosa la biografía de Pilar Miró, que elaboró Diego Galán, puede hablar de ‘El camino de Francia’, una historia coral de calado familiar e íntimo, una pieza que se complementa con ‘Francia en el corazón’. Alguien recuerda: «¡Qué bien se vive allí! Van más adelantados en todo. Se nota en las casas, en el comercio, en las escuelas y en lo educados que son, aunque para el dinero sean tan suyos».

Eso sí, partidaria de los placeres esenciales y de las urgencias del cuerpo, recuerda que el sexo existe y que de su laberinto de incitaciones nacemos todos. Esta introducción alude de manera explícita a la primera parte del volumen: ‘Cultura y sociedad’, la más importante quizá porque encierra dos términos en los que cree ciegamente.

Ángela también habla del deporte y de los deportistas, y recuerda que fue nadadora y que tuvo un equipo local, jacetano, en el que hacía sus pinitos esta mujer a la que algunos alumnos veían como si fuera Juliette Gréco. Cultivaba el misterio del conocimiento y entendía que el mundo es un hontanar de caminos hacia la sensibilidad. También aborda la educación y la mujer, claro, pero hay otra sección, que se anticipa al cierre, la política, que es realmente emocionante. Es un autorretrato oblicuo de Ángela Abós: su colección de amigos, de figuras más o menos famosas que han moldeado su personalidad. Por ejemplo, en un conjunto de afectos, de recuentos y de análisis, confiesa sus debilidades. Dice: “Soy de los pocos que le aguantan a Federico Jiménez Losantos, como hacía José Antonio Labordeta, casi todo. Casi, pero no todo; a veces se pasa un huevo y otras veces los dos, y cuando eso sucede nos hiere de verdad. Nos conocimos hace tiempo en Zaragoza, en una cafetería del paseo Sagasta que ya no existe. Me lo presentaron como compañero militante del PSA y alguien me comentó que andaba medio enamorado de aquella chica navarra que no sé si también militaba con nosotros y que luego se nos fue con Alberto Moravia. ¡Qué años aquellos!”. Por lo que aquí se cuenta, también Federico Jiménez Losantos sucumbió al hechizo de Carmen Llera.

Ahí, en ‘Nombres propios’, habla de de Antonio Saura, con el que coincidió en varias ocasiones (declara, ya de paso, su amor por los calvos), de Gabriel Celaya, del político Carlos Piquer, que tuvo un final extraño y doloroso y a Ángela le produjo una desazón muy amarga, de Tomás Buesa, de Fernando Lázaro Carreter o de Miguel Hernández, entre otros. Y al hacerlo deja correr otra certidumbre, que se impone en este volumen: ella, Ángela Abós, lectora de poesía, enamorada de la copla y de la gastronomía, soñadora sin fin entre cuentos hasta el fin de la noche, es, ha sido y será una humanista metida en las pequeñas y grandes cosas de la vida.

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