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Antón Castro

JOSÉ LUIS TOMÁS EN A DEL ARTE

[El pasado jueves, en la galería A del Arte, se inauguraba una corta exposición de dibujos y retratos, y un libro, que ha concebido José Luis Tomás. Ha retratado a más de 80 personas de diversos campos para acometer un proyecto solidario para unos niños con dificultades. Traigo aquí el texto del prólogo del libro.]

JOSÉ LUIS TOMÁS: EL ARTISTA SOLIDARIO

 

Creo que no conocía al pintor y decorador José Luis Tomás hasta que me llamó un día con motivo de su exposición en el Torreón Fortea. Venía de parte de José Luis Cano, como persona interpuesta. Recuerdo que vi su exposición, de pintura geométrica, o como diría el propio Cano, de rayicas y cuadradicos. La de alguien que conocía el oficio profundamente. Me contó diversas historias, y me pareció que era un idealista de antaño, forjado en el taller, en la calle y en las tertulias de taberna. Y recordé también que una de las palabras más usadas por Cano en el catálogo de la muestra era ‘Utopía’.

Ahora esa palabra toma mayor sentido con este trabajo: sin pereza alguna y con una paciencia infinita, José Luis Tomás ha hecho un proyecto solidario, un empeño de loco, una apuesta llena de buenas intenciones y de compromiso. Se trataba de hacer una colección de retratos (o caricaturas o dibujos), con su sesgo personal, de artistas, escritores, amigos y compañeros de viaje con el objetivo de tender una mano a los niños, necesitados y desprotegidos, a quien el sistema ha dejado a la intemperie. Ese puente debía cristalizar en una exposición y un libro.

José Luis Tomás ha trabajado de lo lindo. Ha organizado citas, comidas, pequeñas tertulias, sesiones de fotos o de apuntes del natural; ha buscado algunos rasgos esenciales de personas muy diferentes, un objeto, ha acudido a su conocimiento de la gente, a su núcleo de íntimos. Y aquí está el proyecto: piezas más o menos expresionistas, a veces en la onda del Bosco y de Brueghel el viejo, formas de mirar y de dialogar en diversas direcciones.

En un proyecto así, tan dilatado, que ronda los 80 protagonistas o personajes, hay de todo: momentos felices, rostros reconocibles y caras que quizá, como le decía Picasso a Gertrude Stein, acabarán pareciéndose a su interpretación con el paso del tiempo. José Luis Tomás, más que amable o complaciente, ha querido ser divertido y quizá satírico incluso. Además, ha pedido a sus elegidos un texto complementario: un autorretrato, un carné de baile, un juego de espejos o una pequeña broma. Los cuentos de una vida. O un puñado de invenciones, como hace Enrique Larroy, que afirma haber nacido en Ávila en 1909. Fernando Malo ensaya esta microbiografía: “Alfarero, azulejero, nacido artista, venido a agitador cultural. Alquimista de la tierra y el fuego. Una especie en extinción”.

No se pueden enumerar aquí a todos los participantes, ni es necesario, pero un paseo por los textos revela humor, ironía, distanciamiento. E incluso desacuerdo con el autor. O de impugnación estética. Dice Adela Ramos: “Lo primero, y que quede claro, yo no soy así de fea y arrugada (o al menos yo así me veo)”. Andrea Uña Barrientos precisa: “Dicen que mi voz despliega aromas de vino y jengibre. Pero eso es muy difícil de verlo en una caricatura. Cuando me llames para felicitarme, lo comprobarás”. Ángel Delgado acepta “el castigo” y dice: “Por eso es justo que Cholis-Tomás ponga las cosas en su sitio y nos pinte feos y más viejos de lo que somos. Es un castigo a los presuntos revolucionarios por no comenzar la revolución por nosotros mismos. Y menos mal que no nos ha dibujado en cubismo o abstracción. Si lo hubiera hecho habríamos terminado, todos los caricaturizados, descuartizados”. Ya se ve que aquí hay implícito un pequeño daguerrotipo de tribu que, en cierto modo, podría resumir Javier Gómez de Pablos: “Añoro los emocionantes años de la lucha antifranquista, tanto como aborrezco los actuales”.

Emilio Casanova habla de sí y parece definir su retrato: “El asesino dibujo de José Luis me sitúa en lo que hago muchas horas al día. Estar delante de varias pantallas de ordenadores jodiéndome las lumbares para inventar la vida y lo que pienso de ella”.

Son algunos ejemplos. La complicidad es obvia. José Luis Tomás ha soñado por partida triple: como artista (“Después de perder la esperanza, el respeto, el juicio y la vergüenza, a partir de ahí, se puede empezar a pensar en el Arte. Todo lo demás, son pijoterías malditas”, dice Alejandro Molina, y él sabrá por qué), como compañero de viaje y como ciudadano solidario. Y aquí está su empeño. Rostros y retratos, el perfil de una existencia en pocas líneas. Y el grito contra las nuevas formas de la tiranía, del menosprecio y de la injusticia. Ya lo dijo una vez García Márquez en El otoño del patriarca: “El día que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo”. Parece una frase soez y un mal colofón a un esfuerzo tan generoso y limpio, pero estamos en ese límite donde la razón y la sensatez se han vuelto utopía. Así no vamos hacia ningún sitio. Por eso, Tomás se revuelve, grita y pelea en buena compañía. Pelea por los otros. Pelea por los niños, la semilla incesante del futuro.

 

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