JAMES RODRÍGUEZ: TALENTO Y GOL
REGATE EN EL AIRE / Antón Castro
Calidad pura de James Rodríguez
El diez en el fútbol, por lo regular, es el amo, el artista, el cerebro, ese jugador que ejerce un influjo particular sobre los demás, es el malabarista que aspira a dejar una impronta con su estética y que estimula y alimenta el juego de sus compañeros. El diez, entre muchos otros, lo llevaron Pelé, Maradona, Deyna, Zidane, Netzer u Overath. Y Zico, Platini y Eusebio. En la selección de Colombia lo lleva un joven que parece sosegado y observador llamado James David Rodríguez Rubio. James Rodríguez.
Es un centrocampista que posee una zurda precisa y elegante, capaz de desembarazarse cuando nadie lo espera. Le ocurrió a Godín: el interior o enganche recibió un balón al pecho, acomodó el control hacia su lugar natural de disparo y soltó un auténtico trallazo. El capitán charrúa pensó: visto y no visto. Muslera divisó el golpe, siguió el vuelo casi parabólico del balón, que tocó suavemente con el guante, pero nada pudo hacer. Pareció el envío de un bombardero homicida y vertiginoso que se alía con la sorpresa. Ahí empezaba la noche de James. Había saltado al campo con cara de despistado o asustado, como si no fuera un gran competidor, como si su cabeza estuviera en otro sitio, cerca de los juegos y la sonrisa de su hija Salomé, en sus estudios a distancia de ingeniería o con la bella Daniela Ospina, su mujer, una jugadora de voleibol con quien, además, comparte al perro Manolo. Pero de inmediato demuestra que está en su sitio y que es sumamente ambicioso.
James Rodríguez pertenece a los futbolistas de escuela. Suele decir que, aunque sea hijo y sobrino de futbolista, su maestro fue Carlos Valderrama, que creció viéndolo jugar y desarbolar al rival a fuerza de toques suaves, técnica y concentración. Rodríguez conoce bien la ciencia de su oficio. Su Colombia es un equipo modesto que posee ritmo, poderío y talento. La firmeza empieza en el arquero Ospina (su cuñado, que juega en el Niza) y, desde atrás, el central Yepes perfecciona la tensión defensiva y el coraje. Está ahí como el protector y el ángel guardián de sus cachorros. Por el centro, Cuadrado es un gambeteador obstinado con salida para los dos lados. En teoría, encarna la magia, la vehemencia, la seguridad del dribling. Más arriba anda Jackson Martínez, hambriento de balón, de gloria y de goles. Y en la zona del ‘trescuartista’, que mira más hacia adelante que hacia atrás, se mueve James Rodríguez. Su bota es un guante, es sutil y poderosa; su aspiración es el gol, pero también tiene otras virtudes: entiende que el fútbol es una sinfonía de equipo, y que lo determinante es un bloque de imaginación y artillería, de sacrificio, intensidad y rigor. James Rodríguez no solo ha marcado cinco tantos: ha cedido dos, al menos, a Jackson Martínez.
Un jugador así no nace de la nada. Un Mundial es un escaparate que exhibe y proyecta la clase de los más grandes. Él empezó en su país, se hizo en Banfield, fue adquirido por el Oporto, donde marcó más de 30 goles en un centenar de partidos; el año pasado, por 45 millones de euros, lo compró el Mónaco, y ahí juega con su paisano Falcao. Había sido internacional en todas las categorías con un rendimiento deslumbrante. Fue elegido el mejor jugador de las eliminatorias de Sudamérica y el mejor del Mundial de Brasil-2014 de la primera fase.
Trabaja, defiende, crea armonía y belleza en el juego y remata. Lo que más llama la atención, tal vez, es su madurez, su sosiego, su determinación y su plasticidad. No se encoge y dicen que desentona en los bailes de grupo. Ojalá tenga otra buena noche ante Brasil, que tiene la suerte de los campeones, y siga dándole la razón a Tabárez y al luso-brasileño Deco, que dijo de él: “James tiene una calidad pura, algo hermoso”.
Con su hija Salomé.
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Con Daniela Ospina:
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*Este texto aparece hoy en mi sección de 'Heraldo de Aragón'.
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