PAUL VALÉRY: EL AMOR Y EL MAR
A PLENO SOL. Ha pasado a la historia por libros como ‘El cementerio marino’, poema inspirado en el impresionante camposanto de Sète, por ‘La joven para’ o los pensamientos de Monsieur Teste. Además, este maestro de la poesía pura vivió algunas inolvidables historias de amor.
Paul Valéry: el amor y el mar
Paul Valéry (Sète, 1871-París, 1945) es uno de los grandes hombres de letras del siglo XX. Poeta, ensayista, pensador y crítico literario, Valéry es, ante todo, el autor de ‘El cementerio marino’ (1920), un breve poema de 144 versos y 24 estrofas en el que glosa, en clave simbólica, su propia vida, su percepción del mar y las claves de su lírica. Describe un escenario impresionante: un camposanto de piedra, cipreses y gaviotas que mira el mar en Sète, Francia. Antes ese espacio se llamaba ‘Mare Nostrum’; en cuanto apareció el libro, el recinto pasó a ser denominado ‘El cementerio marino’ y se convirtió en una atracción de la ciudad: entre otros, en él reposan el citado Paul Valery, en una modesta y abandonada tumba, el dramaturgo Jean Vilar, autor de ‘Memento’, y el cineasta Henri Colpi (1921-2006), que se definía amigo de Georges Brassens (que nació en Sète y descansa en el otro cementerio, como se advierte aquí) y admirador incondicional de Valéry; recuerda su lápida que ganó la Palma de Oro del Cannes de 1961 y que siempre hizo películas de amor.
El amor fue decisivo en la vida de Paul Valery: perdió la cabeza por varias mujeres, más o menos en secreto, a la vez que mantenía una relación estable con su esposa Jeannie Gobillard. De niño quiso ser marino y se imaginaba capitán de navíos y aventurero. Y así lo reflejaba en sus primeros versos. Sin embargo, no llegó a ingresar en la Escuela Naval como era su deseo, ni en la de Sète ni en la de Montpellier, adonde iría a vivir a partir de 1884. La pintura y el dibujo y, sobre todo, la literatura se imponían a cualquier otro objetivo. Mostró interés por las altas matemáticas e intentó sacar adelante sus cursos de Derecho. Hacia 1890 conoció a Pierre Louys y más tarde a André Gide, y se convertirían en sus grandes amigos. Louys le envió el libro ‘Herodías’ de Stephane Mallarmé, que sería toda una revelación. Lo iría a visitar en varias ocasiones; la última poco antes de su muerte. A Paul Valéry siempre se le consideró el discípulo del poeta simbolista, lo editó y lo estudió, y el maestro de la poesía pura; con él compartía la pasión por Edgar Allan Poe y quizá otro rasgo: ambos buscaban la obra perfecta pero no tenían prisa ni ansiedad en encontrarla.
Uno de los hechos claves en la vida de Valéry fue la que se denomina ‘Noche de Génova’ en 1892. Vio caminar a una joven hermosa y esbelta, catalana, y quedó hipnotizado. O subyugado. Experimentó algo más intenso y extraño que el amor a primera vista. Quedó conmocionado: nunca había visto una criatura tan espectacular. De golpe, su vida anterior perdía su sentido. El poeta diría que vivió su “noche mística bajo el signo de la nada”; fue, dicho sea de paso, una noche de relámpagos. Quizá no se recuperase del todo de la impresión; algunos años después, desesperado de nuevo, preparó una soga para suicidarse, pero al final logró huir de la muerte. Con muchos amigos en las artes y las letras, gracias a Edgar Degas conoció a su futura esposa: Jeannie Gobillard. Se casarían en 1890 y tendrían dos hijas y un hijo. En ese instante, Valéry, que había sido periodista y oficinista entre otros empeños, alcanzó la estabilidad laboral.
Prácticamente entonces iniciaría la redacción de su sólida obra: en 1906 publicó ‘La velada de Monsieur Teste’ (en Zaragoza la ha editado Manuel Forega), ‘La joven parca’ (1917) o el ya citado ‘El cementerio marino’. Se convirtió en el poeta mejor valorado de Francia. En 1921 conoció a la escritora Catherine Pozzi –amiga de Rainer Maria Rilke o Marcel Schwob- y vivieron un intenso amor que iba a durar hasta 1928. Ella lo consideraba el amante, el maestro, “hasta el mismísimo Dios”. Se intercambiaron muchas cartas –el cursó alrededor de 950, ella más de 300- que serían quemadas ante notario, pero gracias a los ‘Diarios’ de ella y a los ‘Cahiers’ de él se han recuperado unas 300 que integran el libro ‘La Flamme et la Cendre’ (La llama y la ceniza. Gallimard, 2011). Cartas de amor, de dolor, de odio y de acusación de plagio: Catherine Pozzi publicaría la novela breve ‘Agnes’ (acaba de traducirla en España el sello Periférica), pero antes le dijo a Valéry que se la había copiado en uno de sus textos. Él le contestó: “Usted era la salvación, así como ahora es la perdición”.
La fama de Valery no hizo más que crecer. En 1925 entró en la Academia Francesa y firmó nuevos libros como ‘Melange’ (1924 y 1928), ‘Mi Fausto’ (1928) o sus impresionantes ‘Cahiers’ (Cuadernos): redactó más de 200, varios miles de páginas, llenos de dibujos, de fotos, de poemas. A Valéry aún le quedaba por vivir una nueva historia de pasión clandestina con la escritora Jeanne Loviton, cuya correspondencia acaba de aparecer en el sello Gallimard. Jeanne Loviton era escritora y se hacía llamar Jean Voilier. El poeta la llamaba “querido” (para disimular), “pichoncito mío” o “querida amiga”. La aventura duró desde 1938 hasta dos meses antes de la muerte de Valéry en julio de 1945: ella le anunció que iba a casarse con otro escritor, Robert Denöel, y él no pudo soportarlo. Le había dedicado muchos poemas de amor. “Un hombre solo siempre está en mala compañía”, había escrito una vez. Murió en París pero lo enterraron en su ciudad. En el cementerio marino de Sète no siempre está solo: una mano caritativa, de tarde en tarde, le deja una piedra sobre la tumba. Alguien ha oído, en la canción de la brisa, una frase el poeta: “He nacido, y descanso para siempre, en uno de los lugares donde me habría gustado nacer”. Sète: la poesía del oleaje.
EL ANECDOTARIO
Barcos de España. Al lado del cementerio marino de Sète está el Museo Paul Valéry. Estos días hay una gran exposición de Joan Miró y el espacio se llena. Los niños se sientan en el suelo e intentan esclarecer que hay detrás de un cuadro que se llama ‘Personaje y pájaro’. En la primera planta está el espacio dedicado al poeta: se muestran sus manuscritos, sus cartas, sus dibujos y acuarelas y óleos, las esculturas que les hizo a amigos como Edgar Degas o André Gide. En el interior de una vitrina se ve una carta que Valéry dirigió a un amigo español, el periodista José María Junoy, que le hizo una reseña de su libro ‘La joven parca’ en Barcelona en 1918. Le agradecía la lectura y los elogios, y le decía que “leía un poco en español”. Añade: “Mi infancia transcurrió viendo llegar los barcos que procedían de España con su carga”.
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