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Antón Castro

ÁNGEL ARTAL: 'LA BIBLIOTECA DE JOSÉ ANTONIO LABORDETA'

ÁNGEL ARTAL: 'LA BIBLIOTECA DE JOSÉ ANTONIO LABORDETA'

[En el libro ‘Salón Habana’, ese homenaje que José Manuel Pérez Latorre, Gerardo Alquézar, Ángel Artal y Jorge Gay rinden a José Antonio Labordeta, ángel Artal, bibliófilo y cardiólogo, escribe este texto sobre la biblioteca del político, poeta y cantautor.]

 

Por Ángel ARTAL BURRIEL

En su biblioteca se congregan tanto una buena parte de los libros de su hermano Miguel como todos los suyos propios. Distribuida materialmente entre Zaragoza y Villanúa (Huesca), la biblioteca alberga algo más de 5.000 obras de literatura, entre las cuales la poesía ocupa un lugar harto preferente. José Antonio Labordeta no pertenecía al exquisito club de los bibliófilos; su relación con los libros venía originada por su amor a la cultura, al conocimiento, a la historia de la lectura y al trabajo derivado de su predisposición creadora y de su quehacer profesional. Cabría calificársele, primordialmente, como un lector; un lector al que no le fascinaba nada de cuanto atañe al mundo de la bibliofilia.

Al igual que Borges, lo único que le preocupaba era no ser un lector ecuánime o, en el peor de los casos, un sensible y agradecido lector. Al final de sus días, me contaba cómo iba recordando aquellos libros cuya lectura significó una verdadera dicha para él.

Y tras los pasos de su admirado Borges, mientras su pensamiento le iba conduciendo por los caminos del recuerdo, fue esbozando su biblioteca ideal —disparatada las más de las veces—, pero muy personal y a todas luces conmovedora. Cuando, cada domingo de estos últimos años, los dos nos dirigíamos a la tertulia que manteníamos en el despacho de José Manuel Pérez Latorre —que Gerardo Alquézar o Jorge Gay, o quizá el propio José Manuel, habían bautizado con el nombre de Salón Habana, en razón a la lámpara que iluminaba la habitación que, naturalmente, procedía de la capital cubana—, Labordeta iba desgranando historias de sus lecturas y de los libros que le fueron acompañando a lo largo de su vida; entre los que la literatura sudamericana ocupaba, sin duda, un lugar preferencial, con Juan Rulfo y su Pedro Páramo a la cabeza de todos ellos, cuya lectura recomendara años atrás a sus alumnos de bachillerato en Teruel; sin olvidar a Borges, García Márquez, Múgica Laínez, Octavio Paz, Ernesto Sábato, Miguel Ángel Asturias, César Vallejo y otros varios de los que me hablaba sin parar. En estas conversaciones dominicales mi relación con José Antonio se fue estrechando más y más, y en recuerdo de las mismas acuden a mi mente los versos de Rosendo Tello: «Recuerdas José Antonio/ aquellas horas locas de exaltaciones íntimas…»

Luego, en el último año, y debido a su precario estado de salud, esas impagables tardes dominicales las trasladamos a su casa y, allí, proseguimos y prolongamos nuestras confidencias, al tiempo que le escuchábamos evocar, con aquella sonrisa tan labordetiana que tantas cosas insinuaba, viejos recuerdos del pasado: «En mi casa había oleadas de libros y yo saqueaba las estanterías de la biblioteca de mi hermano Miguel para encontrar libros y autores que serían importantes en mi formación: Sartre (Las moscas), Thomas Mann (La montaña mágica), John Steinbeck (Las uvas de la ira), Freud, Jung, Pepe Hierro, Celaya, Blas de Otero, Cervantes, Beckett, Aldecoa, Hermann Hesse, Paul Verlaine y tantos otros».

Igual que sabía que su amigo Pepe Melero era un confeso admirador de Andrés Trapiello y no dudó en pedirle que le trajera el último de sus diarios, acabado de salir de prensas por aquellos día, y que no temía seguir las recomendaciones de Félix Romeo con respecto a los libros de Herta Muller; no le importaba tampoco, más bien al contrario, deshacerse de un libro con el que pudiera hacer feliz a un amigo. Buena prueba de ello lo constituyen los manuscritos de sus obras que se encuentran diseminados en las bibliotecas de grandes bibliófilos y fetichistas del libro. Hace poco tiempo descubrí, en una librería de ocasión, la primera edición de Paradiso, la novela mediante la que José Lezama Lima, a través de José Cemí, su protagonista, nos da una visión de la vida cultural y social de Cuba. Ejemplar que llevaba la firma de José Antonio Labordeta. Sin duda lo prestó a un amigo y nunca le fue devuelto. Hoy está a buen recaudo en la biblioteca de su gran amigo Pepe Melero. Es el discurrir de la vida de los libros. Y, sin duda, el de las personas.

 

*Esta caricatura la realizó Luis Grañena.

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