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Antón Castro

ECO, MADRILEÑO, DE FÉLIX ROMEO

ECO, MADRILEÑO, DE FÉLIX ROMEO

UNA CASA CON MÚSICA DE BATTIATO

 

 

Durante algunos años, cuando iba a Madrid a ver exposiciones o a realizar entrevistas para ‘ABC’ o para ‘El Periódico de Aragón’, siempre dormía en casa de Félix. En su casa de la plaza de España: en un piso modesto y con vistas donde se sentía especialmente cómodo. Yo dormía en un sofá-cama de colchón delgado, rodeado de libros, y oía respirar a Félix en la habitación de al lado. Leía hasta deshora. Tenía la casa tapizada de libros: libros nuevos que acababan de mandarle, libros viejos tocados por el oro sucio del tiempo, revistas. En el baño había una montaña de tebeos de todas las estéticas y de todos los temas, incluidos los eróticos. A Félix parecía interesarle todo: los arquitectos madrileños, los escritores menores del 27, la vida en la Residencia de Estudiantes de Pepín Bello, Luis Buñuel, Sánchez Ventura, o de la pianista Pilar Bayona, que siempre fue uno de sus mitos. Había encontrado un folleto insólito de Goya, un manuscrito vinculado a los reyes de Aragón, un libro dedicado, una colección de revistas de poesía de época, había encontrado el poemario ‘La voz apasionada’ de Julio Alejandro Castro, ilustrado por Timoteo Pérez Rubio y fechado en 1931, nada menos. En cuanto salías a la calle con él, y era la época en que le gustaba comer en restaurantes italianos, siempre te presentaba a alguien en la cuesta de Moyano o en sus librerías secretas: “Esto te interesará: es de bandoleros”. Apenas parábamos en casa, entonces trabajaba en ‘La Mandrágora’ y sus amigos más constantes eran Pepa Bueno y Chimi, José Antonio Labordeta, los Trueba, el núcleo aragonés de Madrid, entre ellos Luis Alegre que codirigía con Concha García Campoy ‘La gran ilusión’. De vuelta intentabas curiosear todo lo posible en su mundo en desorden. Él siempre iba por delante. Trabajaba en cualquier parte y sin notas, aunque alguna vez le he visto algún cuaderno y dibujos de arte bruto de monigotes que parecían los de Javier Tomeo, a quien mimaba como mimaba a José Antonio Labordeta. Había otra cosa que me gustaba mucho de su casa: su aparato de música y sus discos de Portugal y su órbita: Mariza, Mísia, Cesária Évora, Carlos do Carmo, Amalia Rodrigues. Le hacía rabiosamente feliz Franco Battiato y especialmente una canción ‘Yo quiero verte danzar’. Y también ‘Nómadas’. Ponía un disco y cuando se iba de casa lo dejaba sonando. “Así la casa también se pone algo más contenta y, además, espanta a los ladrones. Piensan que hay alguien dentro”, decía, mientras giraba la llave.

 

*Esta foto de Félix es de Daniel Mordzinski. Me la envió poco después de la muerte del amigo imprescindible de tanta y tanta gente. AC

 

1 comentario

Elías Moro -

¡Qué hermosa evocación del amigo, Antón! Un texto que se te agarra al corazón. Además coincido totalmente con él en esa música que citas: fados, mornas, lo inclasificable de Battiato...