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Antón Castro

MARISA LÓPEZ MOSQUERA CUENTA SU CITA CON JULIAN BARNES

MARISA LÓPEZ MOSQUERA CUENTA SU CITA CON JULIAN BARNES

[Mi amiga la escritora coruñesa Marisa López Mosquera cuenta así de bien su encuentro con Julian Barnes en Galicia, en Compostela, y ese instante de complicidad con la cocina por medio. Aunque la auténtica complicidad, en realidad, fue la literatura. Marisa no solo es una estupenda escritora, compleja, intensa, poética, sino una gran lectora. Y aquí, con sus suaves pinceladas, lo deja patente. Y además, más allá del barniz de la melancolía, siempre tiene un punto de humor y de atrevimiento.]

 

A TIRO DE PIEDRA

 

Por Marisa LÓPEZ MOSQUERA

Fue hace unos días, por sorpresa. Julian Barnes en Santiago, para recoger un premio, a tiro de piedra como quien dice, o al otro lado de una carrera vigorosa (la mía, para llegar a tiempo). Al margen del acto en sí, tedioso y aburrido, pude contemplarle algo más de dos horas y escuchar los escasos cuatro minutos que le concedieron para dirigirse a un público dividido entre escolares, autoridades de postín, padres orgullosos, curiosos y admiradores. Desde donde me encontraba, Julian Barnes se veía imponente. Alto, pausado, exquisito en sus movimientos, ocupó un asiento en primera fila antes de ser el centro del evento en el estrado. Comedido, estoico en el impertinente, largo e inútil bombardeo de flashes y clicks (apenas consta en internet que estuvo en mi tierra recibiendo un premio), seguí sus movimientos desde mi atalaya como quien descifra un mapa. Los cortos tragos de agua, la sonrisa fugaz, su sordera en el oído izquierdo le hacía girar la cabeza continuamente para escuchar con el otro (no pude evitar estremecerme viendo ese gesto y recordé su cuento "Vigilancia", en el que aunque ironiza, airado, con el "allegro" de toses y estornudos del público en un concierto de música clásica, se nota su amor por ésta a través de Shostakóvich, Mozart, Bach..). Los aplausos de sus manos grandes, las que ejecutan el dictado de su mente brillante.

Desde mi rincón seguro para mí era un alma amiga, cómo explicarle cuando al fin lo tuve delante, firmando mi ejemplar de "Niveles de vida", que él estuvo conmigo aquella noche funesta hace unos años, cuando me dormí llorando abrazada a "La mesa limón", tras un intento fallido de distraer mi mente exhausta y abatida por motivos completamente ajenos a él. Cómo decir en un suspiro, un segundo, mientras trazaba unas letras seguras con mi nombre y el suyo en la primera hoja del libro, que desde hace años, cada vez que alguien me daña en lo más vivo recuerdo su cuento "La historia de Mats Israelson". Aquella imagen tan gráfica de que el corazón se parte como la madera. Que en ésta, como en él, lo único que hay que buscar es la veta. Y con un giro implacable, un pequeño movimiento, la madera se parte de un extremo a otro, como nos parten el corazón con un gesto, una palabra, una duda cuando esperábamos una certeza. También movió la cabeza el señor Barnes cuando le dije mi nombre antes de la firma, hacia el oído derecho.

Y entonces nos ví en la cocina, él midiendo las endivias y exclamando enfadado que todas las recetas mienten, en "El perfeccionista en la cocina", yo sentada en una encimera, con un trapo en la mano y harina en la nariz. Le expresé en inglés mi admiración como lectora, le conté brevemente que he leído ocho de sus libros, que de este último destacaría la tercera parte, conmovedora. Y recordé el "Raynaud" que padece (como yo) una mujer en un cuento de "Pulso". La genialidad de "El loro de Flaubert". La interesante "Arthur & George". Miré con ternura su cabello mientras escribía, visualizando en sus libros la eterna dedicatoria "A Pat". Es un hombre mayor. Una mente sensible y brillante. Qué importa que el tiro de piedra fuese realmente media hora en tren, o que mis viajes por sus novelas solo existan en mi imaginación mientras leo. Lo cierto es que puedo vivirlas, respirar el aire de su interior mientras recorro sus cuentos, sentarme junto a uno de sus personajes y compartir un silencio difícil o escucharlo a él, en "Nada que temer" o "Niveles de vida", desgranando sus recuerdos, mientras nuestras piernas se balancean en el tejado de mi mente, cómodamente instalados, a nuestros pies el infinito.

Cuando me devolvió el libro le di las gracias. Nunca sabrá que no estaba agradeciendo la firma, sino que en su día eligiese esta profesión, escritor, para deleite de cuantos le consideramos un referente.

1 comentario

Marisa López -

Muchísimas gracias, Antón. Lo cierto es que me hizo feliz que premiasen a Julian Barnes. Fue estupendo estar allí aplaudiendo su trabajo. Y toda una experiencia poder decir en persona a uno de tus referentes que es un magnífico escritor. Un abrazo grande.