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Antón Castro

JORGE GAY EN BILBAO: UN DIÁLOGO

“Pintar es una respuesta más al misterio del universo”

“Todo lo que ocurre en mis cuadros es fruto de la pasión”

*Esta foto es de Vicente Almazán, y es una de las favoritas de Jorge.


Ayer miércoles, en la galería Lumbreras de Bilbao, Jorge Gay (Zaragoza, 1950) inauguraba una nueva exposición de pinturas y dibujos. ‘La Casa de Eurídice’ es el título de las pinturas y ‘El pulso de los días’ da título a los dibujos.

-¿Qué le debe el pintor Jorge Gay a la infancia y a la naturaleza?

La infancia es la etapa en la que empezamos a educar los ojos del corazón. Cuando descubrimos la luz, el color, la forma: cuando empiezas a reconocer el mundo. Hacerlo en la naturaleza, rodeado de ella, aunque fuera de modo tan liviano como pueden ser las vacaciones de un niño, era el modo más primigenio de esa educación. Una manera directa, casi primitiva. Somos del lugar donde se nos reveló la luz y descubrimos el mundo. Donde se nos constató e  hizo presente. Esa revelación es la fiesta de nuestra niñez, la que nos hace eternos. Pintar sería  saber perpetuar la emoción primera. Como siempre cuento, también fue en la infancia, en vacaciones, viendo pintar a mi padre, maestro y pintor aficionado, cuando descubrí la emoción que puede provocar la pintura. Ese recuerdo queda indeleble y te acompaña toda la vida.

 

-¿Para aprender mirar al cielo hay que mirar dentro de uno, o es al revés, se mira dentro de uno para ver mejor el cielo? Usted reflexiona específicamente sobre ello...

El cielo te deslumbra y con él se te revela el mundo, la luz y el color. Pero pasado el tiempo y el aprendizaje miras dentro de ti para poner en el lienzo las nubes que un día fuiste viendo pasar entre tu corazón y tus pulmones. En definitiva poner en el cuadro tu propia voz. Primero debes emocionarte y luego aprender a destilar esa emoción para poder transmitirla. Descubrir las relaciones ocultas entre las cosas y desde esa emoción primera, saber discernir la armonía interna de los objetos reconocer su escala. Saber depurar, elegir con elegancia entre todo el abigarramiento y el marasmo de lo real. Llevar la medida del mundo en el corazón.

¿Cuánto tiempo has invertido en este trabajo? ¿Quién es Eurídice y qué significa para ti?

La exposición  consta de 28 pinturas y 9 dibujos realizados de 2013 a 2015. El titulo de las pinturas es La Casa de Eurídice y el de los dibujos El pulso de los días. Eurídice fue una ninfa de la mitología griega, esposa de Orfeo. Símbolo del amor que se nos escapa por la impaciencia de nuestro corazón. La impaciencia amorosa hizo que Orfeo, desobedeciendo a los dioses, volviese su rostro para ver a su amada Eurídice. Entonces ella desapareció para siempre y Orfeo quedó vagando por  siglos en su búsqueda. Esta es la historia que yo empleo como metáfora para explicar lo que le ocurre hoy a la pintura. Desaparece de nuestras vidas. La imperiosidad del presente urgente no la necesita. Es como si estuviera condenada al Hades de la indiferencia y suplantada por las nuevas tecnologías. En mi metáfora lo que pretendo es defender todavía el oficio, el gesto de pintar. Señalarlo y subrayarlo como medio todavía vigente para poder expresarnos, válido para seguir diciéndonos. Superada la barrera de los “ismos” el tiempo ha demostrado que la pintura es sólo una.

Entonces, ¿cuál es su clave personal?

En mi poema del catálogo evoco a Guston, Rosales, Patinir, Brueghel, Beckman o Sironi: no importa el estilo ni el tiempo. La pintura es una y ha quedado como gesto, como actitud ante la vida. Lo importante no es el medio ni el soporte con el que trabajas, por más actuales o técnicamente avanzados que estos sean; lo importante lo imprescindible es emocionar, fascinar con lo que hagas. Tener algo que decir y conmover con ello, lo de menos es el soporte que utilices para hacerlo (video, fotografía, instalaciones….). Lo importante es encontrar el equilibrio entre el qué decir y cómo decirlo. Por eso me empeño en defender la pintura como gesto: por su esencia, por su poético silencio, por su austera presencia. Se podría hacer un parangón con el teatro. Hemos vuelto al teatro: a la belleza del directo, a la constatación de su fisicidad, a desear no tener la experiencia a través de una pantalla o de un visor. Saturados como estamos de los encantamientos digitales, hasta puede apetecer sentir la limitación técnica de la pintura. Volver al origen, a la construcción primigenia. Lo que no quita para que cuando lo necesito, acuda a cualquiera de los medios citados para hacer escenografías, carteles, libros, audiovisuales… No niego ningún camino y me encanta investigar con ellos, pero por encima de todo sigo defendiendo el lugar que ocupa el poema de la pintura.

-La exposición lleva por subtítulo: ‘Homenaje a Poussin’, ¿Qué le debes a Poussin, qué te interesa de él? Insisto un poco más: dices que cuando imaginas un cuadro te vas hasta Poussin, pero también hasta Brueghel o Bonnard. ¿Por qué? ¿Cuántos compañeros de viaje se necesitan para pintar?

Acudo a Poussin y a tantos otros, pero sobre todo a él. Más allá de dar respuesta a la Querella entre lo clásico y lo moderno, que se inicia en su tiempo, y se alarga sobre todo en el XVIII  llegando a nuestros días, acudo a Poussin porque en él veo la naturaleza soleada, serena, atemporal, ideal y eterna: la luz en el paisaje que me hizo pintar. Por eso le rindo mi pequeño homenaje. Pintar es una respuesta más al misterio del universo. Es construir un mundo ordenando la experiencia. Es saber poner lo que falta y no añadir a lo que sobra. Pintar es hacer del pensamiento un signo, un gesto que se haga presencia. Todo eso aleja del horror. Mi  embeleso ante la excelencia que ofrece la historia del arte lo llevo en mí cuando pinto, como una resonancia, como un aroma que  dejo que me  envuelva, esperando que al final, quien suene, sea el tañido de mi corazón hecho pintura y siempre con la ingenua esperanza de haber alcanzado una inteligencia pictórica que si bien no me ayude a pintar cuadros buenos, al menos me asegure no pintarlos malos.

Tus cuadros están llenos de objetos, de signos, de situaciones, de árboles, de animales, de personajes. ¿Cuál es la relación entra la pintura y la vida? ¿Cómo es la ficción de tus cuadros?

Todos los árboles, las nubes, las casas, todo lo que ocurre en mis cuadros es fruto de la pasión. El transcurso de mi vida en un lienzo, el recorrido desde que lo comienzo hasta que lo termino eso no es una ficción, es la vida real y diaria que me constata como ser humano, consciente de estar embarcado en un viaje que me lleva hasta la nada,  pero a lo mejor salvado por cuanto haya sido capaz de amar y acariciar en ese trayecto. Nos conjuramos ante la muerte por lo que amamos.

¿En qué consiste “el incierto navegar de la belleza”, al que aludes en otro de tus textos? ¿Cómo sería para ti, en tu caso concreto, ese viaje?

La belleza incierta está sumida en el viaje que emprendemos y es incierta porque cambia en cada puerto de nuestra vida y de nuestra historia

¿Qué es primero en ti: el título, la idea, una concepción unitaria de la muestra como un libro?

Yo soy un pintor literario que no hace literatura pintada y un escritor ocasional que escribe  imágenes y  emociones. Hago una concepción unitaria de la exposición que me propongo y dejo que el día a día vuele a su antojo. En este vuelo, en un momento inesperado, puede surgir el título y un torrente de cosas que ayuda a cerrar el concepto general. Por ejemplo la colección de dibujos de esta exposición ‘El pulso de los días’, surgió cuando me propuse dedicar unos dibujos a todos los hombres que fueron y son capaces de seguir haciendo pintura, poesía, música... A todos cuantos cargados de pasado soñaron con hacerlo futuro, a los que con su audacia se atrevieron a ir más allá para hacer visibles nuevos horizontes. También está dedicada a lo que quedaron heridos en el camino, olvidados  u orillados.  Sigo teniendo ánimo de intentarlo, y en el lugar vagamente optimista de perpetuar la emoción primera.

Como suele suceder con la novela, a menudo se anuncia la muerte de la pintura, ante la voracidad de las nuevas tecnologías. ¿Está amenazada, enferma o goza de buena salud?

El siglo XX ha sido el siglo en el que ha muerto todo: la novela, la pintura, el teatro, la ópera, la poesía…. Considerando todas las revisiones necrofílicas del siglo pasado hace ya mucho  tiempo que me puse a escuchar y seguir el aforismo que dice: “Apuesta por la vida que la muerte está segura”. Cuando se habla de la muerte de la pintura, de la escultura…. Siempre me animo y animo a los demás a volver a ver: “Los hombres de Riace”, “Las pinturas del Fayún”, los frescos de Giotto o las pinturas paleolíticas de Chauvet y constatar su fuerza, su serena belleza, su inmortalidad cierta. O simplemente pasear por Roma. El arte no es una línea recta y continua, no es una flecha que se dirige a una diana, es una espiral que crece y se ensancha interminable y a la que hay que dejar expandirse libremente sin pedirle conservadores retornos estériles al pasado ni constantes saltos al vacío, y no tanto para esclarecer las cosas como para enriquecerlas e iluminarlas con nuevos enigmas. Por esta razón, por este trazado espiral que se alimenta siempre de la misma fuente  puede entenderse que la pintura de Velazquez no es mejor que Altamira ni Picasso preferible a Mantegna. Ni el Partenón más importante que Rondchanp. La tarea es reconocer los arquetipos que nacieron de esa fuente inmemorial y saber hacerlos nuevos, actuales y creíbles a los ojos y al corazón de tus contemporáneos.

 

*Hoy se ofrece un amplio resumen de esta entrevista en Heraldo de Aragón.

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