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Antón Castro

CRISTINA GRANDE: TRES COLUMNAS

CRISTINA GRANDE: TRES COLUMNAS
[Esta tarde, a las 20.00, en el café Rock&blues, calle Cuatro de agosto, se presenta el nuevo libro de Cristina Grande (Zaragoza, 1962): 'Flores de calabaza', que ha publicado el sello Anorak de Sergio Navarro. Cristina estará acompañada de Miguel Mena. Aquí, gracias a su gentileza, publico algunas columnas de las que publica todos los martes en 'Heraldo de Aragón'. El libro recoge columnas de 2010 a 2014.]
 
ESCRIBIR
Por Cristina GRANDE

No firmé ni un libro en la feria de Madrid. La mañana era soleada, magnífica. Habíamos paseado por el Retiro antes de acercarnos a las casetas. Los árboles lucían un verde esplendoroso, como si sus hojas estuviesen enceradas y recién sacadas de su embalaje. La noche anterior, en la presentación de mi libro, Carmen Valcárcel dijo que mis personajes no eran frágiles ni melancólicos, sino todo lo contrario, vitalistas y optimistas. En la caseta contigua a la de mi editor se iba formando una fila ante Mª Pau Domínguez, a quien no llegué a ver. En la de enfrente vislumbré las canas de Baltasar Garzón, que no paraba de firmar libros mientras Manuel Vicent se lo tomaba con más calma. Siempre he admirado las columnas y la prestancia de Manuel Vicent. De vez en cuando oía mi nombre por los altavoces y me parecía estar dentro de un sueño. Se oía el aria de la suite en Re de Bach cuando en la mano de un comprador vi “Una noche con Claire” de Gaito Gazdánov. En la contraportada de ese libro estaba la Mona Lisa y recordé una película de mi infancia, “La Gioconda está triste”, que era algo apocalíptica y con música de Bach. Cuando faltaba un cuarto de hora para cerrar, yo misma había inventado una sonrisa enigmática, por no decir bobalicona. Sentí un alivio increíble al ver despegar los carteles que anunciaban mi firma. Bajo las ramas de un hermoso avellano me quedé medio dormida escuchando los trinos de pájaros que no puede identificar. Era un domingo extraño y hermoso, y quería ponerme a escribir.

 

ACEITE


 

Fuimos a Lanaja a dos cosas: a ver a mis tíos y a buscar el aceite de nuestra tercera parte del olivar del saso. Mi madre iba en el asiento trasero un poco taciturna. No comentó, como de costumbre, lo manipulables que éramos en aquellos años en los que decían que el aceite de oliva era malo para la salud. Ella compraba en esa época aceite de girasol, dejando arrinconado el aceite de oliva, no sin dolor de corazón, para que tiempo después dijeran todo lo contrario y acabáramos desconfiando de los gobiernos. Iba mirando por la ventanilla, preocupada (supongo) por la salud su hermana. Sólo dijo “está bastante majo el sementero” y “Alcubierre city” cuando pasamos por delante de Casa Ruata. No dijo nada tampoco acerca del incendio vandálico de las trincheras en la ruta de Orwell. Mi tío Carmelo había abierto la puerta falsa de par en par y un gato negro muy fuino me recordó la ausencia de mi abuela. La casa estaba caliente y mi tía sonrió a su hermana. Por un momento se me cortó la respiración al ver por primera vez en mi vida que el reloj de la escalera estaba parado. Me pareció que el corazón de la casa había dejado de latir. Vaya imaginación la tuya, dijo una voz amada para sacarme de mi ensimismamiento. Mi primo Carlo dijo que el aceite de este año era muy bueno, “pura medicina” según él. Cargamos unas cuantas cajas en el maletero. ¿Os habéis creído que tengo un Pegaso?, habría dicho mi padre. Volvimos casi volando. En mi imaginación ese aceite medicinal representaba el amor fraterno, y me puse contenta cuando descargamos las garrafetas en la puerta de casa.

 

 

POLÍGONOS EN FLOR


 

Malvas de color malva, prímula veris, rabanizas blancas, diente de león, aliagas, retamas en flor. El viento ya no es frío. Tu novio te lleva de paseo en moto y vas nombrando para adentro las flores que ves a en los márgenes de la carretera, junto a naves industriales que van ganando en belleza con los años. Es lo que tienen los primeros días de la primavera -tu estación preferida-, que deseas “atrapar la belleza del mundo”, como dijo Adam Zagajewski. En una plaza con quiosco os sentáis entre sol y sombra, frente al Ayuntamiento de Casetas. Han plantado pensamientos (viola tricolor), la flor de los recuerdos, dicen, quién sabe por qué. También dicen que si se plantan en otoño, crecen más fuertes con la llegada del buen tiempo. Buen tiempo para el amor. Para nombrar las flores y los árboles. Buen tiempo para los pensamientos morados, para los pensamientos amarillos, para los pensamientos impuros. No tienes nostalgia de la infancia, no sabes por qué. Una abuela con vestido de flores os ofrece un sitio en la sombra. Os tomáis un botellín de Ámbar a la sombra del quiosco de la música. Te gusta ser forastera un rato, tan cerca de tu propia casa. No serías más feliz en el Caribe, te dices de la misma forma salmódica que usabas para decir los nombres de las flores, como el estribillo de una canción que no has escrito. En esa canción también saldrían nombres que vas leyendo al pasar raudos por los polígonos en flor: Sali, Lacasa, Alcampo, Pikolín... Tu canción se gesta en algún lugar entre tu cabeza y el casco de la moto, mientras el móvil suena y suena en un bolsillo interior.

 

*La foto es de Edward Steichen.

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