CRISTINA GRANDE: UN DIÁLOGO
«Mis columnas son absolutamente autobiográficas, y por tanto pura ficción»
La narradora Cristina Grande presentaba hace unos días su nuevo libro: ‘Flores de calabaza’ (Anorak), en compañía de Miguel Mena: una selección de 98 textos aparecidos, entre 2010 y 2014, en la última de HERALDO
Antón Castro
Para muchos Cristina Grande (Lanaja, 1962) es uno de los grandes misterios de las letras españolas. Dejó tan buen sabor de boca con ‘Naturaleza infiel’ (RBA, 2008 y 2014) que son muchos los que la conminan para que vuelva a publicar una novela. Es la esperada. Mientras aquilata esa narración, a la que le da vueltas y más vueltas, publica una selección de sus columnas de HERALDO: ‘Flores de calabaza’, que puede leerse como una narración impresionista, familiar y fragmentaria. Es aficionada a los espejos y a las flores.
¿Qué dificultad y qué placer entraña escribir una columna semanal?
Una columna semanal es para mí una dulce esclavitud. Como tengo tendencia a la vagancia, me viene muy bien tener esa obligación. Cuando la envío suelo sentirme feliz porque escribir es un trabajo y una vocación.
¿Cómo se la plantea y cómo surge? ¿La va preparando a lo largo de la semana, toma notas...?
Siempre escribo mis columnas el domingo por la tarde, nunca antes. Quizás lleve un par de días rumiando una idea o una sensación. A veces tomo notas, pero raramente las utilizo. Me dejo llevar por una primera frase y puede que acabe escribiendo de algo que no había pensado previamente. La página en blanco, cuando solo es una, me pone muy contenta.
Paco Umbral decía que una columna se escribe con una o dos ideas, no más, y con un poco de hojarasca o de lenguaje, con estilo. ¿Cuál es su poética?
La mía es la poética de lo pequeño, a través de lo cual hablo siempre de los mismos temas: el paso del tiempo, el miedo a la muerte, el amor, la naturaleza, la amistad y la memoria.
Es una columnista atípica, casi siempre habla de usted y de su entorno y en primera persona. ¿Por qué ha elegido ese procedimiento?
No es una elección, en realidad. Es que no sé escribir de otra manera. Lo mío es un realismo subjetivo, según dijo alguien. A veces uso la segunda persona, que también soy yo misma. Así que podría decirse que tengo un punto de vista egocéntrico.
Al leer el libro -cuatro años de textos aquí en HERALDO, más de 200 páginas-, he tenido la sensación de que en sus columnas destila la novela que muchos esperamos de usted y que no tiene prisa en ofrecer. ¿Qué le parece?
Me parece que tiene razón. Voy destilando gota a gota y no tengo prisa por escribir esa novela. Una novela es algo que me da miedo abordar de frente, aunque está dentro de mí desde hace mucho tiempo.
¿Cuál es su relación con la familia? Con su sobrina, con sus tías, con su madre, a la que llama todos los días... ¿Qué aportan a sus columnas?
Pertenezco a una familia muy corta que tuvo épocas mejores. Me siento heredera de una forma de ver la vida y de estar en el mundo que quizás solo continúe con mi sobrina. Casi es para mí una misión conservar todo eso, y conservar tantos recuerdos y tantas historias familiares que deben de significar algo.
¿Piensa que en las pequeñas cosas está el secreto de la vida y quizá de la ficción: una comida, un viaje en moto, tejer, comprarse una prenda o un vino, una cena de amigas...?
El secreto de la vida es que no hay secreto alguno más allá de esas pequeñas cosas que nombras. Yo trato de atrapar la belleza que hay en ellas.
«Yo creo en los fantasmas». Así arranca una columna. ¿Cuáles?
Creo que los muertos, algunos, seguirán con nosotros mientras los nombremos. A mí me hacen compañía, y también me incordian de vez en cuando. La ausencia de los seres queridos es tangible, real, con su propia fisicidad, porque ocupan su hueco importante en mi vida.
«Los recuerdos iban y venían en oleadas», dice en otro lugar. ¿Explicaría la frase una parte de ‘Flores de calabaza’?
Sí. La memoria, y el miedo a perderla, son temas que me obsesionan. Los recuerdos serían como hilos de colores con los que bordar algo bonito que permanezca, como los paños que bordaban mis bisabuelas y que luego mi madre hizo enmarcar.
Es un libro muy zaragozano, capitalino, y a la vez usted viaja mucho por la provincia: por Belchite, por Arándiga, por Calatayud. ¿Hay algo para usted que no sea materia literaria?
El viaje como símbolo del movimiento me inspira mucho. Moverme por mi propia ciudad es ya una forma de viajar. Y me encanta revisitar los lugares que conozco y superponer unos recuerdos sobre otros como en un milhojas.
El personaje más citado, tras su madre tal vez, es José Antonio Labordeta. ¿Qué ha significado en su vida?
Pienso mucho en él. Me transmitía una gran fe en el ser humano. Su compañía engrandecía a los que le rodeaban. «Hondura» sería la palabra que mejor lo podría definir. Lo echo mucho de menos y por eso es uno de mis muertos preferidos.
Uno de los textos más bellos del libro es ‘Escribir’. Arranca así: «No firmé ni un libro en la Feria de Madrid. La mañana era soleada, magnífica». ¿Es la paradoja uno de sus recursos?
Sí, sí. Me encanta la paradoja, que es como un espejo en el que ver la realidad con mayor claridad.
También es un libro lleno de flores y de paisajes, y se detiene con precisión en su nomenclatura. ¿Qué siente ante el espectáculo de la naturaleza, por qué le atrapa tanto?
Vengo del medio rural, de dos familias de boticarios además. La botánica me ha gustado desde niña. Y poder nombrar todo lo que veo es muy tranquilizante. También me interesa el lenguaje técnico, el mundo de las herramientas, el lenguaje médico... Pero tengo que reconocer que la naturaleza me emociona profundamente.
Cita muchos libros y escritores, pero con especial cariño a tres mujeres: Alice Munro, Anne Tyler y Natalia Ginzburg. ¿Qué les debe, lo sabe?
Son un ejemplo a seguir. Además de grandes escritoras, Alice Munro es un Premio Nobel reciente a la que seguía, las tres representan un modelo de mujer valiente, sensible y bella. Me habría encantado conocerlas y abrazarlas.
¿Qué tienen de ficción sus columnas?
Son absolutamente autobiográficas, y por tanto pura ficción.
la ficha
Flores de calabaza. Cristina Grande . Ediciones Anorak. Zaragoza, 2015. 210 páginas. [El volumen recoge 98 piezas que han aparecido en la columna de contraportada todos los martes, una columna muy seguida y elogiada por ellas y ellos.]
LAS FRASES
ESCRIBIR
«A veces uso la segunda persona, que también soy yo misma. Así que podría decirse que tengo un punto de vista egocéntrico»
LABORDETA«Pienso mucho en Labordeta. Me transmitía una gran fe en el ser humano. ‘Hondura’ sería la palabra que mejor lo podría definir»
LA PARADOJA«Me encanta la paradoja, que es como un espejo en el que ver la realidad con mayor claridad»
ARTE DE LA NOVELA«Una novela es algo que me da miedo abordar de frente, aunque está dentro de mí desde hace mucho tiempo»
*La foto es del Archivo de Heraldo de Aragón.
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