VIDA Y OBRA DE ELVIRA DE HIDALGO
[Desde el pasado 14 hasta el domingo 19 se celebra en Valderrobres en IV Festival de Canto Elvira de Hidalgo. Se puede ver toda la información aquí.
https://cursoelviradehidalgo.wordpress.com
Yo estaré en el concierto de alumnos del domingo, a las 20.30. recupero este texto que le dediqué a Elvira de Hidalgo.]
RITUALES DE SOL. Elvira de Hidalgo (Valderrobres, Teruel, 1891-Milán, 1980) fue una gran soprano: encarnó como nadie a la Rosina de ‘El barbero de Sevilla’. Actuó con Miguel Fleta. Fue la maestra de canto de la estrella griega.
LA DIVA QUE MODELÓ A MARÍA CALLAS
Antón CASTRO
Elvira de Hidalgo ha pasado, con justicia, a la historia como “la maestra de María Callas”, porque fue su profesora de canto y su Pigmalión, tal como ha escrito Javier Barreiro en ‘Voces de Aragón’ (Ibercaja, 2004). La soprano se encontró con ante “una cascada de sonidos no del todo controlados, pero cerré los ojos y me imaginé el gozo que tendría moldeando semejante metal, en darle forma hasta la perfección”. Eso hizo entre 1939 y 1943, durante su estancia en Atenas, aunque en realidad no dejaría de hacerlo desde entonces. Le acompañaría en algunas de sus actuaciones en París y en Barcelona, y estaría siempre al otro lado del teléfono como una amiga, una confidente, como una madre y como la asesora artística de aquella mujer de corazón frágil, que nunca superó la ruptura con Aristóteles Onasis. Pero, en realidad, Elvira de Hidalgo es una cantante de ‘bel canto’ con un lugar en la historia: es probablemente una de las mejores Rosinas de ‘El barbero de Sevilla’ de Rossini, papel que le exigió un gran esfuerzo vocal, en los agudos y sobreagudos, y una más que correcta Amina de ‘La sonámbula’ de Bellini, otro de sus grandes papeles. Actuó en los grandes escenarios del mundo, desde su debú en Nápoles en 1908, con solo 16 años, hasta prácticamente su retirada, hacia 1936.
Elvira Juana Rodríguez Roglán había nacido en Valderrobres, esa villa con puente y castillo que baña el río Matarraña, en 1891. Su padre, Pedro, era granadino y su madre, Miguela, era valderrobrense. Cuando se dedicó a la ópera decidió cambiarse el nombre: se puso Elvira de Hidalgo en homenaje a su abuela materna, que era de Pamplona. Poco se sabe de su infancia; sí consta que sus padres tenían una tienda y que contó con un maestro de música, Joaquín Fuertes, que estimuló su vocación. Hacia 1902, la familia se trasladó a Barcelona y ella empezó a estudiar en el Conservatorio del Liceo, y sus progenitores regentaron un estanco, llamado “el estanco de las cantantes”. Al parecer, antes lo habían llevado los padres de la diva María Barrientos, que sería su primera maestra; todo parece indicar que era un local que el teatro barcelonés ponía al servicio de las familias de las promesas de la ópera. A María Barrientos le sucedió Conchita Bordalba que, en 1907, le ayudó a conseguir una beca para estudiar en Milán, al amparo de Melchor Vidal.
A partir de entonces, su carrera inició una proyección imparable: fue requerida en Nápoles y debutó con ‘El barbero de Sevilla’ con Titta Ruffo. Obtuvo un gran éxito y pronto sería reclamada por un Raoul Gunsbourg, del Teatro Casino de Montecarlo, que la contrató para sustituir a Selma Kurz en el Teatro Sarah Bernhardt de París. Cantará, entre otros, con Dimitri Smirnov, Mario Ancona, Antonio Pini y Feodor Chaliapine, que a sus dotes de cantante unía unas formidables dotes de actor (Elvira lo convenció para que cantase ‘Marina’ en el Liceo, y lo hizo en “muy buen español”), algo que también caracterizará a la artista turolense. La aragonesa convenció de tal modo a Gunsbourg que la llevará a Montecarlo y de gira por numerosos teatros del mundo: el Metropolitan de Nueva York, el Teatro Colón de Buenos Aires, el Covent Garden de Londres y, por supuesto, el Teatro Liceo de Barcelona y el Teatro Real Madrid. Casi resulta más difícil decir que teatro se le resistió. Tuvo éxitos clamorosos.
Ese lapso de un lustro, entre 1908 y 1913, fue magnífico, pero aún vivió otros momentos maravillosos posteriores: en 1916 fue elegida para celebrar el centenario de ‘El barbero de Sevilla’ en La Scala de Milán. Y en 1923, cantaría de nuevo ‘Rigoletto’ en el Teatro Real con Miguel Fleta, que ya habían presentado en el Teatro Colón de Buenos Aires; en cierto modo, el éxito y su trayectoria le facilitaron volver al Covent Garden de Londres y al Metropolitan de Nueva York. Era el reconocimiento a un magisterio incuestionable. Javier Barreiro –y con él otro estudiosos de su obra como Miguel Ángel Santolaria, Juan Villalba, Lola Campos o Mario Sasot, que buscó sus huellas en Valderrobres- señala que “un magnífico fraseo, modelo de musicalidad natural, lo agilísimo de sus agudos y su desenvoltura en escena constituyeron la base de su prestigio”. Era conocida como una “soprano d’agilitá”. Barreiro añade que “si grande fue como cantante, también lo fue como actriz”, porque junto a “su magnífica técnica y sus grandes facultades” poseía salero y gracia personal.
Se casó en dos ocasiones: en 1915 con Guido Zarabelli y, al enviudar de este, con Armande Bette, director del Teatro Nacional de Ostende. Al parecer también había sido pretendida por el Agha Khan, que se casaría luego con Rita Hayworth. Se retiró en 1936, y poco después comenzaría su carrera de maestra: primero estuvo durante diez años en Atenas, entre 1939 y 1949, donde descubrió a la jovencísima Maria Kalogeropoulos, María Callas (cuenta Juan Villalba que le sugirió que cantase dos piezas sobre la libertad, cuando Grecia estaba sometida por los nazis: ‘Tosca’ de Puccini y ‘Fidelio’ de Beethoven). Más tarde, entre 1949 y 1954 dio clases en el Conservatorio de Ankara. En 1959 se asentó definitivamente en Milán y se vinculó como catedrática vitalicia a La Scala.
Falleció en 1980. Nunca volvió a su localidad natal, sí a Barcelona, y dicen que “aquella diva de los pies a la cabeza” se había vuelto un poco excéntrica. Su sobrina Montserrat Puch refería a Mario Sasot y a HERALDO esta anécdota de 1964: “A la hora de comer sentaba a su mesa a su perrito faldero, le colocaba una servilleta alrededor del cuello y exigía que le dieran un filete igual que el de ella”.
LAS ANÉCDOTAS
Cariño y complicidad. Cuando se encontraron en Atenas en 1939, María Callas era una joven miope y más bien gorda. Elvira de Hidalgo la ayudó a modular y controlar la voz, a usar el vestuario adecuado, a moverse como una actriz y a elegir sus partituras. Siempre estaría ahí luego como una sombra tutelar. Escribe Lola Campos en ‘Mujeres aragonesas’ (Ibercaja, 2001): “En 1969, cuando una María Callas en horas bajas decidió de nuevo subir la cuesta del éxito, ahí estuvo su maestra española, que se desplazó de Italia a París para hacer renacer a su estrella. Elvira, sacando fuerza de sus casi ochenta años, recuperó a la artista que había creado y recuperó, en parte, a la persona que naufragaba”.
España en el corazón. Elvira fue objeto de varios homenajes; en 2003 la Asociación de Amigos de la Música de Zaragoza cantó en Valderrobres. No se sentía reconocida en España, aunque, como recuerda Lola Campos, “hizo de la canción ‘De España vengo’ una compañera inseparable. Poco después regresó en varias ocasiones para ser miembro de jurados de canto o participar en actos culturales”.
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