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Antón Castro

ÁNGEL ANADÓN: EL HUÉSPED PRINCIPAL

ÁNGEL ANADÓN: EL HUÉSPED PRINCIPAL

ÁNGEL ANADÓN: EL HUÉSPED PRINCIPAL.
Todos los teatros tienen un fantasma, un huésped o un gerente que dirige sus pasos, que recibe a los artistas y al público a diario. Un centinela que conoce todos sus secretos, sus pasillos, alguien que retiene en el fondo de su memoria instantes, gestos, actuaciones, la gran noche de la palabra y el sueño. Y el del Teatro Principal, al menos desde 1948, era Ángel Anadón, que había sido baloncestista en su juventud. Parecía que siempre había estado allí como un testigo apasionado y silencioso. Encarnaba la discreción: no concedía entrevistas ni jamás se le escapaba un chisme. Le gustaba más el teatro clásico, de repertorio, que el de vanguardia: para él, el teatro era el afán de discernir la vida con entretenimiento, hondura y verdad a través de un montaje meticuloso. Odiaba el tedio como a los forajidos y siempre echaba una mano con las estrellas, ya fueran fáciles o difíciles: José María Rodero, Marsillach, López Vázquez, Albert Boadella, Nuria Espert, Pilar Bayona (que, tras la disolución del dúo zaragozano Pili y Mili, hizo carrera teatral), Concha Velasco, Sacristán, Maya Plitseskaya o Jeanne Moreau. Lo ha visto casi todo como anfitrión, como programador (asistido en los años 80 por Pilar Ariza) y como espectador. Tenía su refugio: un despacho y una salita, que era también un recinto de tertulias y el segundo hogar con las fotos dedicadas, los programas de mano, esos papeles, satinados o amarillos, que dibujaban su biografía insondable. Ángel Anadón miraba Zaragoza desde el Principal. Vivió, desde su teatro bicentenario, al que supo hacer nuestro, las fiestas del Pilar con especial cariño. Siempre eran fechas de funciones populares, de impacto directo, a veces concebidas para aquellos que solo van al teatro en estas fiestas. Disfrutaba sin aspavientos, con la sabiduría de los pacientes que juzgan sin severidad el esfuerzo más sincero. No descuidó a las compañías aragonesas y el Principal fue el escenario coral, el caserón de lujo, el palacio de los actores, de los músicos y de los bailarines. Aceptó su relevo, por Rafael Campos, con más melancolía que decepción, era su “adiós a todo eso”, a la manera de Robert Graves. En los 80, el fotógrafo Pedro Avellaned le hizo un retrato, contrastado, de intensidad, enigmático, duro; en él, Ángel Anadón se rebelaba como lo que fue, como lo que era: todo un actor de carácter.

*Se publicó ayer en la serie 'Cuentos de domingo' de Heraldo.

**La foto es de Heraldo.

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