SERAFINA, LA CIGARRERA: UN RECUERDO DE SANTIAGO SANCHO VALLESTÍN
Serafina la cigarrera
Santiago Sancho Vallestín
Ya han pasado las fiestas del Pilar y todavía sigue la polémica sufrida con el cabezudo dedicado a la popular cigarrera del Tubo de Zaragoza a la que le han robado el cigarro que elegantemente lucía en su boca. Ayer, desde mi balcón contemplé el paso de los gigantes y cabezudos; y aunque a la Cigarrera sólo pude contemplarle su cabeza, sí pude ver que eran muchos los niños que se le acercaban. Su visión me ha hecho recordar los años cincuenta y sesenta del siglo pasado cuando otras cigarreras, y luego la Serafina, nos surtían de cigarrillos comprados por unidades.
Fumar para los jóvenes en aquella época era entrar en el mundo adulto: terminar el bachillerato superior con 16 años, además de decirte que tenías "don", te autorizaba poder sacar huno delante del profesorado y de tu familia. En aquellos tiempos desconocíamos los peligros que el fumar entrañaba; lo hacían nuestros padres, el profesor en clase y hasta el sacerdote en la sacristía cuando concluía la misa; se fumaba en todos los lugares públicos y hasta en los tranvías y autobuses. Y aunque para fumar económicamente, existía la cartilla de racionamiento del tabaco que cada unidad familiar podía solicitar, el joven ya lo practicaba a escondidas mucho antes, y hasta vendían unos cigarrillos de manzanilla para los más jovencitos que al fumarlos se consumían aceleradamente dejando un raro sabor.
Pero en el popular Tubo que comenzaba en la calle Cuatro de agosto y concluía en la de Cinegia, existían los billares Marfil, un local junto a El Plata, en donde se jugaba al billar y al futbolín. Allí se podía fumar y a veces el ambiente se ponía demasiado cargado. Como la economía del estudiante era generalmente muy escasa, comprábamos los cigarros por unidades a la famosa Serafina que, sentada en una silla detrás de una pequeña mesa repleta de cajetillas de cigarros, farias y puros, expendía con mirada sospechosa a todos los compradores. Ella vendía de estraperlo los primeros cigarros rubios de marca extranjera, muy solicitados, ya que no se expendían en las tabacaleras. En los días en que el Zaragoza jugaba al fútbol en el campo de Torrero, y luego en la Romareda, único deporte al que asistían grandes aficionados, las calles del Tubo se llenaban de hinchas del equipo contrario que acudían al mítico lugar a saborear los famosos bocadillos de calamares que en sus diferentes bares servían, o a comer en las famosas Casa Teófilo o Tobajas cuyos escaparates siempre exponían productos apetitosos. Eran esos días cuando la Serafina hacía su verdadero negocio al igual que la ortopedia en el rincón de la calle, único lugar de Zaragoza en donde a escondidas se vendían los preservativos que en las farmacias estaban prohibido.
Con el tiempo la cigarrera dejó su puesto delante de El Plata de la calle Cuatro de agosto y se instaló en la perpendicular de Los Mártires que estaba entonces en permanentes obras. El año 2000 pasé por allí y no resistí la tentación de fotografiarla sin que ella se diera cuenta. Hacía mucho tiempo que yo ya no fumaba, pero al verla tan envejecida apenas la reconocí y me recordó aquellos años de pocas luces y muchas sombras. Hoy está prohibido fumar en todos los lugares públicos, y aplaudo la medida, pero quitarle el cigarro al cabezudo es jugarle una mala pasada. Muchas han sido las protestas. Aquí va la mía.
*La foto de Serafina es de Carlos Moncín. Santiago Sancho ha sido durante muchos años profesor y ha sido un gran amigo de Ildefonso-Manuel Gil.
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