DE 'LOS ENEMIGOS DE LOS LIBROS'
[Ese estupendo editor que es Javier Jiménez, más conocido ya como Javier Fórcola, acaba de publicar 'Los enemigos de los libros' de William Blades. Y tiene la cortesía enviarme el epílogo que él añade al texto, que lleva un prólogo de Andrés Trapiello, un sabio de libros en toda la extensión del término.]
Los enemigos de los libros
Contra la biblioclastia, la ignorancia y otras bibliopatías
William Blades
Traducción de Amelia Pérez de Villar
Prólogo de Andrés Trapiello
Epílogo de Javier Jiménez
Fórcola, 2016
EPÍLOGO
Por Javier JIMÉNEZ (Javier Fórcola)
«Decía Bernardo de Chartres que somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura.»
Juan de Salisbury
Si algo se desprende de todo lo dicho por William Blades en este breve tratado contra los enemigos de los libros, o alegato en defensa de los libros, es que nos encontramos ante un buen bibliómano o un bibliómano bueno. Su manía, la de los libros, y en concreto de los libros antiguos, es una manía amable, que lo convierte en un defensor no sólo de la libre circulación de los libros y las ideas, contra todo tipo de censuras y fanatismos, sino de la preservación y cuidado de esos objetos mismos, los libros, que tanta enemistad han atesorado a lo largo de los siglos.
Como bibliómano, pues, Blades cataloga, cual Porfirio moderno, los distintos enemigos de los libros, bien sean naturales, esporádicos y tangibles, bien sean histórico-culturales, persistentes e intangibles. Y por ese orden, aborda su estudio y clasificación, comenzando por los enemigos naturales, a modo de los cuatro elementos clásicos –fuego, agua, aire/gas y tierra/polvo–; continúa con la descripción de los distintos animalillos –microscópicos y no tanto– y plagas que amenazan, por mala conservación, los libros en sus bibliotecas; y cierra con unos capítulos dedicados a destructores de libros a los que Blades muestra una especial inquina: por un lado los encuadernadores y los coleccionistas, que tratan y maltratan los libros a capricho, movidos por intereses que nada tienen que ver con el amor a los libros sino puestos al servicio de la codicia o la moda; y por otro, el personal de servicio doméstico y los niños, verdaderas «plagas» humanas que, en grupo o en solitario, provocan catástrofes sin fin en nuestras bibliotecas personales. Además, todo ello explicado, como habrá comprobado, estimado lector, con un tono a veces desenfadado, otras veces ciertamente chusco e hilarante, con un genuinamente británico sentido del humor.
Blades, con mentalidad científica e ilustrada, aborda la catalogación exhaustiva de los enemigos de los libros en un combate sin descanso que tiene como finalidad la conservación, restauración, cuidado y custodia de los libros. ¿De todos?, podríamos preguntarnos. Obviamente no, de todos no, pero sí, sin lugar a dudas, de los bellos libros, a los que considera un bien en sí mismo, a los que sigue la pista por abadías, graneros, cocinas y desvanes. Lograr rescatar un Caxton de las garras de una cocinera analfabeta o de un comerciante tahúr bien merece el riesgo, los viajes y las horas invertidas en ello. En este afán, Blades rebela la paciencia y el tesón de un buen cazador, que arriesga todo por conseguir una gran pieza.
En términos clásicos, el espíritu y el empeño que alientan a Blades son «kalokagáticos», es decir, que su búsqueda es la de lo bello y lo bueno en lo relativo a los libros antiguos. De su padre aprendió el oficio artesano de impresor y también el oficio de editor. El amor a los bellos libros orientó vocacionalmente su carrera, lo que le llevó a investigar y estudiar la vida y la obra de uno de los grandes impresores británicos: el diplomático, mercader, escritor e impresor William Caxton, y a coleccionar, para su localización, restauración y catalogación, las joyas bibliográficas que salieron del taller de impresión de éste a lo largo del siglo xv. Podemos citar a Rilke: «La buena obra de arte surge de la necesidad»; pues bien, el «oficio» de bibliómano surgió en Blades de la necesidad de preservar el legado de Caxton.
Su bibliomanía no le hizo egomaníaco ni egoísta, sino que su pasión, pues de pasión hemos de hablar, por los libros antiguos, valiosos y bellos la puso al servicio de la sociedad. Si el «cazador de libros» conseguía una nueva «pieza» bibliográfica, valiosa por su encuadernación, su tipografía o su policromía, no era para llevársela a su biblioteca y guardarla como un tesoro personal, vedado a ojos ajenos. Blades tuvo, quizá por británico, un alta conciencia de lo público, es decir, de que su labor, altruista, era en beneficio de la comunidad, y que el rescate de esas joyas bibliográficas no tenía mejor fin que el de engrosar y proteger el patrimonio cultural de la sociedad en la que vivía. Así, Blades fue un gran defensor de la existencia y labor de las bibliotecas públicas: en ese sentido, apoyó firmemente la creación de la Library Association de Reino Unido, fundada en 1877 como resultado de la primera Conferencia Internacional de Bibliotecarios.
Blades, discípulo y heredero de la cultura clásica, escribe estas páginas con un regusto neoplatónico –pues en su concepción estética, que recorre todo el tratado a modo de bajo continuo, prima la belleza– pero también neoaristotélico –pues su respeto por el método científico se deja ver en sus observaciones de la naturaleza microscópica y en su afán catalogador–. Por un lado, efectivamente, no hay estética sin ética, y el amor por los bellos libros lo sustenta una idea humanista de la cultura, cuyo enemigo primordial es la ignorancia. Por otro, en su clasificación de los enemigos de los libros cobran especial relevancia sus investigaciones a pie de microscopio –siguiendo la estela marcada por Robert Hooke–, de aquellos animalillos que amenazan constantemente la buena salud de los libros. La catalogación, finalmente, y su gusto por la razón, que ilumina tanta tierra baldía llena de ignorancia, muestran a Blades como digno heredero del legado humanista de la Ilustración, y amante de la ciencia y el progreso.
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Jose Contreras -