Blogia
Antón Castro

HOY, FIRMA EN DÍA DEL LIBRO CON EL FOTÓGRAFO ANDRÉS FERRER

HOY, FIRMA EN DÍA DEL LIBRO CON EL FOTÓGRAFO ANDRÉS FERRER

[Hoy, Día del Libro, firmaré en solitario en Prensas Universitarias de Zaragoza, 12 a 2, mi nuevo poemario ’El musgo del bosque’ (un viaje en el tiempo por la memoria y por algunos instantes imborrables con García Pavón, Torrente Ballester, Mercé Rodoreda, José Hierro, Leopoldo Pomès, en el cine, en el amor, en la música, andan por aqui José Antonio Labordeta o Amancio Prada, o en el arte con Eduardo Laborda e Iris Lázaro o Pascual Blanco...). Y por la tarde, en Antígona, con Andrés Ferrer firmaremos, de 5 a 7, y de 8 hasta que se cierre, si alguien lo desea ’Los Sitios de la Zaragoza inadvertida’ con 120 fotografías y 81 textos. Es un libro que habla de cine, de teatros, de paseos, de espacios, de noches de música, de hoteles, de un sinfín de personajes: García Mercadal, Pilar Bayona, Félix Navarro, Ricardo Magdalena, José Alfonso de Drogas Alfonso, el fotógrafo Lucas Cepero, asesinado cerca de la plaza de Sas, de las torres de la Seo, del cementerio de Torrero, de bibliófilos, de pintores del Ebro, de un descampado en la Magdalena y de una noche de amor, de Esto no es un solar, del Teatro Principal... O de la plaza de España y sus embrujos. He aquí el texto... Este libro, solo 25 de sus fotos, puede verse en Las Cortes de Aragón.]

 

PLAZA DE ESPAÑA / Texto: Antón Castro. Fotografía: Andrés Ferrer.

Se veían todos los días en las escaleras del edificio de la Diputación. Al lado del Cuarto Espacio. Se habían acostumbrado a ese lugar y allí se daban el primer beso. Se sentaban. Violeta contaba que había estado fabricando máscaras y muñecos de trapo, que había proyectado la voz y que había ultimado el guion de la nueva pieza teatral que estrenarían en otoño en el Teatro Principal. Era menuda, vivaz, de una mirada luminosa; a veces, Jorge, más taciturno, pensaba que cualquier día lo cegaría con su claridad y su alegría. Ella contaba y no paraba: había oído a Silvio Rodríguez, a Rafael Berrio, a Copiloto, a Kate Bush, de nuevo, tantos años después, a Silvia Pérez Cruz, su canción favorita era ‘Pequeño vals vienés’, el poema de García Lorca que había adaptado magistralmente Leonard Cohen. Jorge apenas decía nada: sonreía levemente. Sonreía cautivado y pensaba qué secretas son nuestras vidas, y qué distintas, qué amasijo de hechos y minucias, qué disparidad de caracteres. Se fijaba en ella, en sus pendientes, en sus cuadernos de notas, también dibujaba muy bien. Le gustaba estar allí: le parecía que aquel sitio, aquel cruce de caminos hacia todas partes, simbolizaba también la relación que vivían. Violeta se agigantaba a cada instante, hiperactiva, llegaba a todo sin desbocarse, y él tenía la sensación de que se empequeñecía. La plaza de España era algo parecido: gigantesca, transitada, repleta de historia y de mitología, un puro sinvivir de personas y ruidos, la algazara de las horas, con esos edificios que dan la dimensión de grandeza o de monumentalidad de la ciudad. Y Jorge allí, desarmado de dicha, sobre las escaleras, seducido por aquella joven que vivía tres o cuatro existencias en una sola. De cuando en cuando, cerraba los ojos para concentrarse solo en su voz y en su olor. Un día se quedó traspuesto de emoción y quizá de beatitud; cuando abrió los ojos Violeta ya no estaba. La plaza también había cambiado: había vuelto el tranvía, había reabierto el café Gambrinus y el edificio ‘Puerta Cinegia’ miraba de frente, con sus ojos de ajedrez, al Monumento a los Mártires de Ricardo Magdalena. La gente se colaba por todas partes como siempre hacia los enigmas insondables del Tubo, en “manadas numerosísimas”, como habría escrito Julio Antonio Gómez. Jorge reparó que llevaba con él un libro de Ernesto Hernández Busto, La ruta natural (Vaso Roto, 2015) y que había subrayado este fragmento: «A veces, el éxtasis, literalmente ese “ser o colocarse fuera de sí mismo”, es un proceso ascensional, el cuerpo paralizado para que el alma pueda contemplar lo divino». No sabía bien por qué pero sospechaba que a él le había sucedido algo semejante. Todo resultaba tan verosímil que no estaba seguro de que estuviese dentro de un sueño.

 

-Del libro ’Los Sitios de la Zaragoza inadvertida’. Fotografías de Andrés Ferrer. Textos de Antón Castro. 

0 comentarios