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Antón Castro

CRISTINA IGLESIAS: "EL ARTE ES ABRIRSE A LAS EMOCIONES"

CRISTINA IGLESIAS: "EL ARTE ES ABRIRSE A LAS EMOCIONES"

Cristina Iglesias (San Sebastián, 1956) es una de las artistas españolas más internacionales. Expone en la sala Zuloaga de Fuendetodos hasta este domingo y ha realizado un disparate para el Museo del Grabado. Viajamos por su obra y su poética a través de palabras específicas.
¿Qué le dice la voz cerámica?
Es la posibilidad de trabajar el color en el propio material. Y, además, después, es poder corregir y añadir. Es también la tierra. He hecho celosías en barro en las que he pensado más en la tierra como material de construcción.
Esto me lleva a preguntarle por la tierra, con una ramificación hacia el paisaje. ¿Qué le dice?
Es el paisaje y es también una idea más genérica de la naturaleza que aparece en todo mi trabajo de alguna manera, aquí y allá. Y creo que el paisaje en mi obra es obvio –he hecho escultura, sí, pero he aprendido mucho mirando la pintura–; miraba una pintura renacentista y miraba más al paisaje que a las figuras. Siempre me ha interesado, como la arquitectura. Esa es la idea de la cultura y la naturaleza: me interesa trabajar y jugar con ellas. Y lo he hecho a lo largo de toda mi obra.
¿Qué es para usted Euskadi?
Euskadi es mi madre. Euskadi es el lugar donde he crecido y, además, me une a la familia, aunque luego con mis hermanos siempre hemos tenido una relación íntima y cómplice, en otros lugares. Euskadi es el núcleo, el principio de todo, el paisaje… Me encanta caminar, incluso hago obras que implican caminar o que el camino es parte de ellas. Euskadi también es el mar… En Madrid lo que más echo de menos es el mar.
¿Qué le ofrece el mar?
Me ha gustado el mar como una masa viva en la que uno puede perderse con los ojos y mirar y mirar. He paseado muchísimo, volviendo a San Sebastián, al lado del mar. He escuchado el mar y sus músicas. He corrido por la playa, me gusta correr descalza por el mar, y he buceado, porque he hecho una pieza al cabo de los años en el fondo del mar, en México, que es además un símbolo de preservación de los mares, con la complicidad de los biólogos marinos. El mar es un lugar al que te escapas en muchos momentos, cuando necesitas estar solo. Allí, en medio la inmensidad del cielo, lo que haces es mirar el mar. Interiorizarlo y fundirte con él.
 
El mar tiene un relación especial con ‘El peine de los vientos’.
Eduardo Chillida me ha enseñado mucho con esa pieza; además, nos enseña una actitud como artista que nos pareció extraordinaria: nos dice que puedes atreverte a hacer una pieza que peina el viento y que está enclavada en unas rocas inaccesibles. Y, por otro lado, colabora con un arquitecto para hacer una plaza. De todo he aprendido. Chillida y Oteiza son maestros de referencia.
Del mar y del ‘peine de los viento’, vayamos al agua.
He trabajado con el agua y a la vez hago muchas piezas que no tienen nada que ver con el agua. Es uno de los materiales que me atraen porque me parece evocador y vital, moldeable. Pienso en Toledo, en la pieza ‘Tres aguas’ (2014), o pienso en ‘La fuente profunda’ de Amberes, que es más antigua, es la primera vez que hago una pieza en la que lo profundo, el ir hacia abajo, es tratado o considerado como algo espectacular, como algo que te hace pensar. Y después he seguido trabajando con el agua porque te hace pensar en Bernini y en las fuentes del Renacimiento. Puedes pensar también, en momentos más primitivos, cómo el agua se ha utilizado en las diferentes culturas… Y en Toledo he querido reflexionar sobre el agua como transmisora de conocimiento, de diálogo. ‘Tres aguas’ está basada en el entendimiento de las tres culturas que convivieron durante siglos allá y el agua, en cada una de ellas, era importante para rituales, para la higiene, para beber, para estar vivo. El agua es fuente de vida. El hacer pozos significa que puedes verte en ellos, ver un fondo que es un comienzo de la vida, un espejo o sentir un vértigo porque puede llevarte a lugares oscuros. Mi última exposición en Londres,  ‘Zonas freáticas’, aborda aquello que corre por debajo de lo más superficial, el sueño que pisamos.
¿Qué corre por abajo?
Corre la vida y corre la conexión. Hablo en su sentido metafórico  y político: de la necesidad del agua, de que cuidemos lo que tenemos, de toda esa cantidad de vida que está reprimida, pero que está ahí… Y lo que me parece interesante también es hablar de que la escultura puede hacerte ver que algo está conectado por el interior con otros lugares.
Esto nos lleva a la palabra compromiso. ¿Qué significa, lo vive?
Yo estoy comprometida con el arte. Creo que el arte puede manifestarse de algunas maneras que abren los puntos de percepción de la gente que tienen que ver con la educación, con la libertad, con que se te quiten los velos y te atrevas incluso a mirar y a querer saber. Estoy comprometida con el mundo en el que vivo…
¿Cómo se revela su actitud?
Creo que no tengo que hablar explícitamente de lo que está pasando pero sí implícitamente de lo que está debajo de las cosas, de lo subterráneo, de las capas de cultura y conocimiento que están debajo de la superficie de lo que miramos. Y también desde el proyecto ‘Estancias sumergidas’ (2010) en el Mar de Cortés (Baja California y México), donde me comprometo con los biólogos marinos y con un movimiento de preservación de la naturaleza, he hecho una obra que recuerde eso y que a la vez funcione como una especie de jardín-ruina que la naturaleza va haciendo y que está al lado de un manglar… Hay un compromiso ecológico, pero a la vez dices, «¿puede el arte ser más que un monumento, un símbolo de algo que te compromete?» Toledo encarna el entendimiento de las tres culturas. Que desde el arte pueda referirme a ello es una manera de estar comprometida con mi tiempo. Desde mi pequeña voz, la voz que yo voy construyendo, puedo hablar del mundo.
¿Para qué sirve el arte?
Provoca y puede hacerte pensar en aquello que estás mirando. La contemplación te lleva a lugares muy profundos, a reflexiones contigo mismo. El arte puede ser refugio, y es importante que lo sea; el arte te enseña a mirar, cada cual como haya aprendido. Me interesa mucho la mirada perdida de alguien que no sabe «nada» de arte, porque no lo ha estudiado, y sin embargo tiene un acercamiento, inocente o no, muy crítico con aquello que ve, pero me gusta esa mirada perdida que, de pronto, hacen algo que se fije en ello. Es también trabajar en términos casi musicales. Además de eso, el arte es abrir puertas al conocimiento, a la mirada, a la emoción. El arte es abrirte a las emociones. Y es una pena que vivimos una época tan dura, azotada por la crisis y la falta de dinero.
Otra palabra: escultura. ¿Es el arte final de Cristina Iglesias?
Es una pregunta difícil para mí porque al final cuando comencé casi me escapaba de la escultura. La pintura me encanta, me encantaba, y me parece que tiene una capacidad muy peculiar de creación. Como ves mis obras tienen bidimensionalidad que trabajo ese lado del ilusionismo más puro  o más ciego, por decirlo de una manera más divertida. Pero la escultura es una construcción compleja que puede crear lugares. Es una elección, eliges caminos donde tu expresión puede manifestarse mejor. Creas un lenguaje expresivo, lo que te conmueve a ti primero para tratar de que conmueva a los otros. Y en ese sentido he encontrado la escultura más dinámica, más flexible, hoy en día la escultura son muchas cosas. He hecho mucha escultura mirando a la pintura y, sin embargo, lo que quería yo hacer era escultura porque la encontraba más libre.
¿ Y la manufactura, su pasión por los materiales, el afán de mancharse las manos?
Lo vivo absolutamente con un sentido artesanal. A veces los nuevos materiales te llevan a ejecuciones que te alejan de lo artesanal, del estar encima, con tus manos, pero soy una artista que estoy siempre cerca: en la fundición, me gusta trabajar las telas con la gente que me ayuda. Somos un equipo en el estudio en Madrid, somos un equipo en la fundición en Eibar. Somos ocho personas.
¿Cuál es su relación con los arquitectos y con la arquitectura?
La arquitectura te exige y te obliga. Te pone límites, no solo la arquitectura, también la ciudad. El peligro, la seguridad que tiene que tener una obra, te va dibujando límites que, a veces, de lo que se trata es de darles la vuelta y que se conviertan en algo constructivo, que esa limitación no me lleve a condescender y terminar haciendo algo que no quería o que me aleja de mí, que puede pasar. A ciertas escalas es difícil conservar la pureza que puedes tener en algo que está hecho para un museo, para una galería o para una habitación cualquiera. Es otra manera de pensar y el reto es que la obra siga siendo autónoma aunque esté integrada en una espacio. Estoy haciendo una obra que tiene que ser funcional en la ciudad y a la vez formar un lugar de encuentro que la gente se sienta allí y pueda disfrutar de ese lugar. Y yo a mi vez juego con esa mirada, si consigues que pare la vorágine de la ciudad… Las puertas de los Jerónimos del Prado hablan de la textura, de los relieves, se mueven seis veces al día. A veces me dicen: «Vi las puertas del Prado». Les digo: «¿Estaban abiertas o cerradas?». «Estaban entreabiertas». Es una de las posiciones. Cuando trabajé con Rafael Moneo, él fue generoso y me dijo: «quiero que diseñes una puerta» Y yo fui más allá, y le pedí que me permitiera que se pudiese ocupar el lugar donde has pensado que se recojan las puertas. Le dije, «¿puedo trabajar con los umbrales, puedo hacer algo que sea una escultura, que tenga movimiento, que haya una secuencia…?» Él me dejó hacer.
Hablemos de Juan Muñoz…
Nos conocimos en Londres. Hemos sido grandes amigos. Vivíamos los dos juntos y compartíamos los amigos y la mesa de la cocina, donde discutíamos y hablábamos de arte y de literatura y de música; por allí aparecía mi hermano Alberto Iglesias. Tengo una memoria compartida con su existencia y con su obra, vivimos juntos 22 años, yo desde los 22 hasta los 44, va hacer quince años que se murió, en 2001… Ha sido mi compañero en el arte, en la vida y en el amor, pero le insisto que hemos compartido lecturas, visitas a museos, a ciudades. Juan era extrovertido y yo introvertida. Me encantaba lo que me hacía. Estuvimos muy cerca, tuvimos dos hijos, Lucía (26) y Diego (21 años). Ella está en el cine, y vive en Londres, y Diego estudia ingeniería medioambiental en California. A Juan Muñoz le han hecho muchas exposiciones. A veces tengo la sensación de que está más vivo que nunca. Su discurso está muy vivo, es actual, y lo cuido todo lo que he puedo.
Estamos en la casa de Goya y le ha dedicado un disparate.
Me encanta Fuendetodos. He pasado unas horas maravillosas con la gente de la Diputación y el pueblo. Este viaje ha sido una hermosa experiencia. De verdad. Goya me interesa y me ha interesado mucho. Y además me interesan mucho sus grabados. La obra gráfica. Usaba diferentes técnicas y he podido tener estampas suyas en mis manos y he estudiado como trabajaba. Luego me ha interesado mucho su valentía, cómo supo hablar de su tiempo y de qué manera lo hizo siendo valiente porque habló de cosas terribles y con una mirada que casi ha terminado definiendo una manera de ser española: lo goyesco, que es como una personalidad o un rasgo que asumimos y reconocemos en nuestra vida cotidiana.
*Esta entrevista aparecía ayer en el suplemento 'Artes & Letras' de Heraldo de Aragón. La foto está realizada por Oliver Duch.

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