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Antón Castro

ÁNGEL BURBANO: UN DIÁLOGO

ÁNGEL BURBANO: UN DIÁLOGO

EL ARTE NUNCA PIDE PERMISO”

 

[El fotógrafo Ángel Burbano expone en Barcelona su serie ’Golem 21’, un trabajo en torno al desnudo y a los maniquíes. La foto, de Heraldo, pertenece a Raquel Labodía.]

-No sabemos demasiado de usted: le apasionan la música, el periodismo, hizo radio… 

-Antes de que existiese Periodismo en la Universidad de Zaragoza hice un grado de periodismo. Siempre me ha interesado la información cultural, y en particular la música. He trabajo cinco años en Radio Topo, cinco en Radio Las Fuentes y otros cinco en Radio Ebro, donde hablaba de cultura en general: de música, de libros. Soy bibliófilo también, buscador de rarezas y lector.

-¿Cuáles son sus debilidades o aficiones’

-Me interesa mucho el ensayo, la filosofía y soy un apasionado del mundo del Rey Arturo y sus caballeros. Y a la vez, ya me interesaba la fotografía e iba a los fosos.

-¿Los fosos?

-Sí a los fosos de los conciertos. He colaborado con un fotógrafo estupendo como Pedro Hernández, del colectivo Anguila, y en los últimos años he trabajado para ‘Aragón musical’. Me parece que la revista, dicho sea de paso, con la aportación de Gustaff Choos, ahora Jaime Oriz, antes yo y otros, posee un espectacular archivo fotográfico de la música aragonesa de más de 3.000 fotos.

-¿Cómo se fotografía un concierto?

-Como se puede, con atención, hay trabajos de los que te sientes especialmente contento: un concierto de Sailen, que tenía una iluminación muy cuidada, otro de Amaral, que contó con un diseño de luces, uno de Las Novias, con motivo de su disco ‘Ego’. Es una búsqueda constante del contraluz, de los mejores gestos del cantante, etc. La fotografía musical tiene su miga porque la luz no la controlas tú, nos adaptamos a la que hay. Y la fotografía es el arte de la luz. La fotografía es luz, no photoshop, porque siempre se ha retocado. Yo intento atrapar un instante especial de la luz.

-Creo que también ha sido fotógrafo de gimnasia.

-Sí. Es algo que me encanta. Me fascina las posibilidades del cuerpo: la belleza, las líneas, la elasticidad y el movimiento, el ritmo. He retratado a las hermanas Dasaeva, y a muchas otras gimnastas, claro, y he descubierto que son unas modelos excepcionales. Me interesa también la danza contemporánea y recuerdo con mucho cariño sesiones en el Principal, en el estudio de Emilia Bailo o una serie sobre Elena Artiach.

¿Por qué le interesa tanto el cuerpo femenino?

Porque me parece el más sugerente, repleto de curvas y accidentes, es un cuerpo que cambia mucho, antes y después del embarazo, por ejemplo. La sugerencia es lo que enrique la imaginación. El cuerpo del hombre es más musculoso, más fálico. El cuerpo de la mujer te da muchas posibilidades: la delgadez, la gordura, me gusta realzar las curvas. Pero lo cierto es que todo es fotografiable: el arte es subjetivo y la mirada debe serlo también. A mí me interesa mucho también la fotografía de moda: me interesa mucho la obra de Erwin Blumenfeld.

-¿Cuándo se planteó exponer?

-Hace algunos años. Confeccioné mis portfolios y los he ido llevando a las distintas ferias de Madrid: los presenté en Arco, en Estampa, pero todo fue en vano, hasta que con mi colección de desnudos me salió primera exposición, en Madrid, en 2013. Allí, dentro del desnudo, estudiaba el claroscuro. Y pude hacer un cuidado catálogo: el fotolibro es la ventana al mundo de un fotógrafo.

-¿Qué tiene de particular el desnudo?

-De entrada es comunicación. Había hecho antes una aproximación, que se llamaba ‘La serie roja’. Tiene que ver con la belleza, con el misterio, con la excitación de la libido, con la exaltación del cuerpo. El desnudo es maleable, posee tensión sexual, erotismo, sensualidad; para mí es un vehículo de expresión.

-Y ahora sigue ahí y ha logrado exponer su nueva serie ‘Golem 21’, observando el cuerpo femenino, pero ha incorporado maniquíes. ¿Por qué?

-En primer lugar porque tengo una familia de maniquíes, de varios colores, y una pareja de niños. Mezclarlos con el cuerpo crea una inquietud: en ese diálogo hay algo turbador y desafiante. De ahí también la alusión al Golem, ese personaje sombrío, siniestro, vinculado con Praga y con  Gustav Meyrink, con ETA Hoffmann y con el propio Borges. Hay una reflexión sobre lo natural y lo artificial, sobre el rostro y sus máscaras, sobre esa capacidad o condición que tiene los maniquíes de mirarte de manera imperturbable. El maniquí tiene una gran presencia en la historia del arte y de la moda. En Barcelona, pegué la foto de un desnudo sobre un maniquí y eso hizo que la gente se agolpase ante la galería.

¿Cabría decir que se está volviendo conceptual?

Cada vez lo soy un poco más, sí. El maniquí te permite crear un ser como tú mismo. Entonces en esta exposición de desnudos y de maniquíes, también se habla de la identidad.

-¿Por qué sigue trabajando con el blanco y negro?

Porque está más cerca de esta realidad que quiero expresar. Aquí el ser humano no se distingue del todo del maniquí. En la foto del sexo femenino, no se ve con claridad si la mano que avanza es de alguien o del maniquí. Es del maniquí.

-¿Cómo se controla el pudor o la provocación? Se lo digo precisamente por ese sexo femenino que hace pensar en ‘El origen del mundo’ de Gustave Courbet.

-El arte nunca pide permiso, el artista sí. Intento no plantearme límites; además, casi siempre están en nuestra cabeza, no asimilamos con naturalidad lo que nos pertenece y forma parte de nuestra vida cotidiana. A mí me gusta trabajar en equipo y en las sesiones a menudo aparecen cosas imprevistas. Las modelos te dan fotos siempre. Los fotógrafos aún somos mirones. Soy fetichista.

-¿Cómo se llega a exponer en Barcelona?

-Le contestaré sin romanticismo: pagando. Me cuesta 1.200 euros la sala y el porcentaje habitual si hubiera ventas. He hecho 100 catálogos y me cuestan 1.800 euros, y la tirada de una copia de la muestra, de 41 piezas, alrededor de 1000 euros. Luego expondré en Reus y allí me piden 1500 euros. Te lo planteas como una inversión.

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