Blogia
Antón Castro

JESÚS JIMÉNEZ: CUATRO POEMAS

JESÚS JIMÉNEZ: CUATRO POEMAS

CUATRO POEMAS DE “CONTRA LAS COSAS REDONDAS”

(ED. LA BELLA VARSOVIA, 2016)

 

JESÚS JIMÉNEZ DOMÍNGUEZ

 

 

 

 

LA LUZ

 

Ranas, quietos budas pequeños

sobre los troncos, sobre las rocas,

bajo las cenefas rojas y naranjas del atardecer,

¿cuál es el objeto de vuestras meditaciones?

¿Qué guarda vuestra pupila que a la deriva flota

en el ojo como una gota de aceite sobre la leche,

como una nube vacilante sobre la fe?

 

Acaso veis brincar en el aire demorado del instante

la raspa de un pez, sus galas de carne y lentejuelas

bajo el biombo del agua donde vivimos y morimos juntos,

donde las piedras del fondo —pequeñas y redondas—

son cuentas huidas de un rosario o blancas tacitas de té.

 

Cantáis y cantáis sin descanso, hasta que el sol

con el perfil gastado del emperador deja de rodar.

Y la Poesía, la alumna aventajada de la luz,

¿adónde se retira cuando cae la noche?

La buscamos a tientas en la oscuridad

frotando una palabra contra otra, torpemente,

como esas cerillas húmedas o descabezadas

que, en mitad de un largo velatorio,

tratamos en vano de encender.

 

PARQUE DE ATRACCIONES

 

Un día nos perdemos en el Laberinto de los Espejos

y, al recobrar la salida, se ha hecho tarde y estás solo.

¿Dónde quedaron aquellos que te acompañaban?

 

El fuego azul de la lluvia desmanteló la noria.

El sol se largó con los colores rojos del tiovivo.

La indolencia y los días, mano a mano, puño a puño,

hicieron otro tanto y se encargaron del resto.

 

Aquí el viento empuja el ojo caído de una muñeca

y lo invita a recorrer la cara oscura de la vida,

esa que nunca se ríe porque —de hacerlo—

te asustaría su feo agujero con solo dos dientes o tres.

 

Un vencido chicle de junio del noventa y siete,

antes emblema de una juventud dulce y perdurable,

ahora sujeta en la puerta del urinario este cartel:

Hallados manojo de llaves y zapato ortopédico

en la Casa Magnética. Preguntar en Mantenimiento.

 

En el viejo puesto de algodón de azúcar solo queda,

abierto como una flor carnívora, un paraguas negro.

Debajo está la mancha cenicienta del hombre

al que un gran anhelo —o la falta de él— consumió.

 

Los volcados contenedores de la basura

son vagones descarrilados del trenecito chu-chú.

En lo alto de un pino, en la cabeza decapitada

de Mickey Mouse, anidan los cuervos de Poe.

 

Cuarenta y tantos años, cincuenta: pasaron veloces.

Un día nos perdemos en el Laberinto de los Espejos

y, al recobrar la salida, estás ya en la Casa del Terror.

 

CUERPO

 

En esta bolsa de viaje, madre, guardaste

lo necesario: una mente, un estómago y un sexo.

Nervios y bronquios. Riñones: dos por si acaso.

Con unas pinzas de cocina, del más grande

al más pequeño, fuiste introduciendo los huesos.

Para que no se soltaran y golpearan en las vueltas

del camino los anudaste con tendones y venas,

los envolviste primorosamente de tejidos y músculos.

Terminada la tarea, dejaste un corazón

al cuidado de todo: esta es mi herencia, hijo,

no la derroches; aunque escasa, habrá de bastarte.

 

Madre, nunca pensé que fuera tan caro este viaje.

Todo en este mundo cuesta un ojo de la cara

y el otro no me alcanza para ver los precios.

Tratando de ganarle la mano al tiempo, pierdo la cabeza.

En cada caricia que extendí me voy dejando la piel.

Pago con los cinco sentidos por la cuarta hoja del trébol.

En busca de las peras del olmo caigo despechado,

me desgañito, me descorazono, me deslomo.

 

Madre, para desvivirme por esta vida y estos deseos

en cada aduana tengo que echar mano del cuerpo.

Cuando llegue —¿a dónde? ¿cuándo?— ignoro

qué quedará de cuanto me diste, en qué estado.

¿Sabrá el destino, apostado en un oscuro callejón

sin salida, que soy yo cuanto largo tiempo esperó?

¿Montará en cólera al comprobar, albarán en mano,

que nada llega completo, intacto ni nuevo?

¿Tendré que desembolsarle algo más, madre,

por cada desperfecto, por cada mengua, por cada desfalco?

 

El viento hace danzar el envoltorio viejo de un caramelo.

El halcón lleva consigo la urgencia del vuelo y nada más.

La pera que cae de la rama deja su sitio a la pera futura

sin mediar notario alguno, herencia ni aflicción.

Al menos he de guardar dentro de mí algo de todos ellos,

hallar un sentido que haga frente a cuanto voy dejando.

En esta lucha sin cuartel todo me sirve y poco me alcanza.

En este cuerpo a cuerpo nada tiene el alma que perder.

 

CONTRA LAS COSAS REDONDAS

 

Amamos las cosas redondas pensando

que han de ser eternas y amables y perfectas:

el pomelo bajo el rotundo sol de agosto,

la pulsera que orbita alrededor del pulso,

la moneda con dos caras y ninguna cruz,

el balón de playa en cuyo interior aún se respira

un paciente aire de mil novecientos ochenta y dos.

 

Hay días redondos en los que todo cuadra

y la vida parece marchar sobre ruedas:

alguien, lija en mano, se encargó

de sustraerle al mundo todas las esquinas,

todas las aristas, todos los bordes.

 

Pero basta que atravieses por un declive

o que todo se vuelva cuesta arriba de repente,

para comprobar que son las cosas redondas

las primeras en abandonar y en echar a correr:

el pomelo, la pulsera, la moneda y el balón.

 

Me niego en redondo a aceptar tales desplantes.

Ante las formas esféricas opongo las cosas informes.

Elijo las imperfectas, las imprecisas, las irregulares.

Aquellas llenas de taras, de abolladuras o de dobleces.

Hermosas y singulares, sin plegarse a ningún centro,

solo ellas permanecen y nos acompañan siempre.

 

*La fotografía es de Joaquín Puga. 'Contra las cosas redondas' ya tiene en la calle su segunda edición.

0 comentarios