LOS DIARIOS DE VALENTÍN CARDERERA
Publican los ‘Diarios de viaje por Europa’ del
erudito y artista oscense Valentín Carderera
Entre 1841 y 1861 viajó seis veces a París, Londres, Bélgica y Alemania con el deseo de publicar las láminas de su ‘Iconografía española’
FEDERICO DE MADRAZO / F. ALVIRA
Este retrato de Federico de Madrazo, buen amigo del aragonés, es el motivo de portada de la edición de Valentín Carderera.
Es casi un lugar común afirmar que Aragón posee más ilustres e ilustrados por kilómetro cuadrado que casi ninguna otra región. Si Irlanda es el país de los escritores, Aragón es el territorio de personajes insólitos y tenaces que cultivan la utopía. Ahí están, entre otros, Martín Cortés, Miguel Servet, Pedro Porter y Casanate, Félix de Azara, Goya, Cajal, Pilar Bayona, Buñuel o María Moliner. Y entre ellos figura un oscense como Valentín Carderera (Huesca, 1797-Madrid, 1880) que poseía una “personalidad multifacética” y destacó, según lo define el profesor José María Lanzarote Guiral, como “artista, erudito, académico, coleccionista de arte y bibliófilo, facetas entre las que queremos resaltar aquí la de viajero”.
Ese ‘aquí’ alude a la edición de los ‘Diarios de viaje de Valentín Carderera y Solano por Europa (1841-1861). París, Londres. Bélgica y Alemania’ (Institución Fernando el Católico, 2016), que ha preparado el doctor oscense en Historia del Arte, responsable también de la lujosa edición del ‘Viaje artístico por Aragón de Valentín Carderera (IFC, 2013). Se trata de un volumen de 600 páginas, con otro centenar de introducción y bibliografía, que constituyen un testimonio de época, una cita con los grandes impresores, intelectuales y artistas de su tiempo y, también, “las vivencias de un artista” pugnaz que perseguía un sueño: editar los dibujos y las notas de las vistas de monumentos españoles; al fin, tras mucho batallar en negociaciones y búsquedas de apoyos (entre ellos los de la reina María Cristina), las publicó en París en 1861. “Si por algo se caracterizan los diarios de Carderera (…) es por la voluntad recopilar información, por encima de la evocación literaria o la reflexión erudita. Sus páginas son ante todo un apoyo a la memoria”, señala el editor. Y algo más adelante, redondea las intenciones del erudito: “Carderera dibuja con la pluma el panorama de una época y da así la réplica a célebres viajeros extranjeros por España, como Prosper Mérimée o Richard Ford, a quienes tuvo la ocasión de tratar con cercanía en sus propios países”.
De hecho, Mérimée, al que conoció en 1840, fue capital en su biografía: lo ayudó constantemente en sus visitas a museos y en sus citas con profesionales de la edición en Francia, en un tiempo que se califica como “la edad de oro de las artes gráficas”. José María Lanzarote se apoya en otras voces para retratar la rica personalidad de Carderera. Su amigo Vicente Poleró dijo: “No había biblioteca que dejase de visitar, ni documento importante que no leyese y anotase, lo que permitió reunir una importantísima y numerosa colección de apuntes, hoy de suma importancia”.
José María Lanzarote ha dejado fuera del libro la primera estancia del aragonés, de 1822 a 1831, en Italia, sobre todo en Roma y Nápoles, becado por el duque de Villahermosa. Allí realizó vistas, o ‘vedutes’, a la acuarela. A su regreso a España, fue acogido en el palacio de su mecenas, ingresó como académico de mérito en la Real Academia de San Fernando y recibió, casi de inmediato, encargos de la nobleza y de la Casa Real. Sería a partir de 1835, “con las leyes desamortizadoras”, en pleno período crítico para el legado arquitectónico y artístico español, cuando Carderera emprendería una de sus grandes aventuras estéticas y de conocimiento: la reproducción de obras de arte y monumentos, ese material que constituirá luego el proyecto ‘Iconografía española’, que se define como una “colección de retratos, estatuas, mausoleos y demás monumentos inéditos de reyes, reinas, grandes capitanes, escritores, etc., desde el siglo XI hasta el XVII”.
Como la España pintoresca y romántica de Carmen y los bandoleros estaba de moda en Europa, Valentín Carderera consideró que en París o Londres podría vender su proyecto, aunque había otras razones para su salida al extranjero, entre ellas “un exilio forzado por la situación política y económica de España”. El primer viaje lo llevó a París (y luego, por espacio de dos meses, a Londres y durante algunos días a Bruselas), allí frecuentó al barón Isidore Taylor -al que le intentó vender dos cuadros del Divino Morales, exhibido hace pocos meses en el Museo del Prado-, al citado Mérimée y a la reina madre María Cristina de Borbón (viuda de Fernando VII y casada en secreto con Fernando Muñoz, guardia de corps) y a exiliados españoles que esperaban allí “tiempos bonancibles”. Estuvo muy cerca de la soberana, que le encargó y le pagó varios retratos. El lunes 17 de julio de 1843 anotó: “Pinté en el retrato de la reina, boceto”. En el libro se incluye un buen retrato clásico de la soberana de 1842. Carderera volvió a España tras la caída de Espartero.
En 1845, y durante ocho meses, regresó a París, Londres y a Bruselas. Tampoco hubo suerte. Siempre se quedaba a medio camino pero aprovechaba el tiempo: iba al Museo del Louvre o al de Cluny, al Museo Británico o la National Gallery, a galerías privadas, asistía a subastas, visitaba la Biblioteca Nacional e iba dejando minucioso registro de sus pasos.
En 1855, atraído por la Exposición Universal de París y por su viejo afán, retornó a la capital del Sena. Volvería en 1859 y en 1861, época que logró culminar la edición de su ‘Iconografía española’ en francés y español. En una ocasión hubo que repetir la tirada por completo. En todo este tiempo, la vida de Valentín Carderera fue un torbellino de empeños, compras, libros, proyectos y amigos, entre ellos artistas aragoneses como Ponciano Ponzano y Juan García Martínez, y fue un gran promotor de la obra gráfica de Francisco de Goya. “En 1855 Carderera llevó a París un lote de dibujos del genio de Fuendetodos, que enseñó a sus amigos y colegas. Además, regaló algunas estampas de Goya a sus colaboradores y a aquellas personas que le ayudaron en su proyecto editorial”. Ricardo Centallas editó sus ‘Estudios sobre Goya’ (IFC, 1996).
A la vez este curioso de casi todo fue forjando una gran colección de arte, que adquirió sobre todo en París. En 1867 vendió parte de sus posesiones al Estado. Dice José María Lanzarote: “Se adquirieron 45.761 obras, que corresponden a 1.805 dibujos. 8.130 grabados dentro de libros y 35.826 grabados sueltos”, colección que fue a parar a la Biblioteca Nacional.
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