POEMAS PARA EL DÍA DEL PADRE
[Mañana es el Día del Padre. Mi padre, Benito do Touciñeiro, 1925-2007, ha aparecido en varios de mis libros o de mis textos. Estos son algunos poemas que han aparecido en ‘Vivir del aire’, ‘El paseo en bicicleta’ y ‘Seducción’. ‘Monólogo del emigrante’ es una licencia literaria, que quizá no se desajuste en exceso de lo que me contaba mi padre en mi niñez y adolescencia, y lo escribí para el proyecto sobre la emigración, ‘Sueños en el mar’, de Ricardo Calero, a quien va dedicado. La foto es de mis padres. Carmen Castro Barreiro y Benito Rodríguez Ferro.]
LAS CARTAS DE MI PADRE
Hubo un tiempo de luna llena junto al mar.
Había delfines que se acercaban a la orilla,
justo cuando acariciaba las cartas de mi padre
desde Berna o Basilea o Zurich: todas me parecían
ciudades inventadas con jardín y una autopista.
Las llevaba en mi bolsillo como un tesoro:
qué bonitas, qué íntimas, con la letra de aquel analfabeto
que me llamaba, en la última línea, el rey de la casa.
El rey de su casa, el niño que lo reemplazaba
en el corazón y junto al fuego, al lado de mi madre.
Me acuerdo de mi padre y no lo llamo: está casi sordo
y hablar por teléfono le pone nervioso. Parece que siempre
tenga prisa o que haya dejado un surco abierto en el campo
y parece que se le escapase la luz del día entre las sílabas.
La noche de hoy, con luna llena entre los árboles,
me lleva en volandas a Galicia, junto al niño que espera a su padre,
junto al niño que fui, presa del pánico, que miraba los barcos.
Hay una brisa deliciosa de alta noche. Y hay luna llena.
Y hay un cielo perfecto navegado de estrellas.
Pienso en mi padre y en aquellas madrugadas en la playa
cuando me bañaba entre las olas y esperaba su vuelta.
Me he vuelto mayor de golpe. Y me he vuelto
niño errante y solo que quiso ser un día escritor
y viajero y explorador o púgil fugaz como él. Y ahora está aquí,
tan lejos, pensando en su padre y en el agua.
Y en las cartas de amor que mi madre me leía.
Hubo un tiempo de luna llena, junto al mar, que no se olvida.
-De ‘Vivir del aire’. Olifante. 2010.
MI PADRE, EL VIAJE Y EL MIEDO
Mi primer recuerdo:
Voy con mi padre en su bicicleta.
Es una tarde apacible y sin llovizna.
go el rumoroso cantar de los bosques
y noto la agitación de su corazón.
Tengo miedo en las curvas y en los baches
a caerme en la cuneta. Y a la vez estoy
feliz: agárrate fuerte, agárrate a mí,
agárrate bien que llegamos pronto,
dice mi padre. A lo lejos se ve el mar.
El viento peina las retamas y tumba
la maleza con la fuerza de un oleaje.
Luego todo es confuso. Y doloroso.
La casa de mi abuelo me pareció
gigantesca, un caserón con huerto,
jardín, dos establos y un hórreo.
De golpe, oigo voces, discusiones,
percibo una furia inaudita. Rabia.
Aquel hombre no puede ser mi abuelo.
Me echo a llorar. Me abrazo a mi padre.
Nadie me consuela. Y los gritos se elevan
por los aires, más allá de la chimenea,
con el estruendo de un vendaval.
No tardamos en irnos. Yo aún no sabía
qué era el pánico: aquella noche pensé
que mi abuelo quería matar a mi padre,
que mi padre quería matar a mi abuelo.
Me abracé a él con un temblor animal.
Todo era oscuridad: el débil faro
alumbraba el final de la pesadilla.
Volvíamos a casa. Jamás podría olvidar
mi primer viaje. Aquel día borroso
en que mi padre me llevó en bicicleta.
Aquella noche en que noté cómo
le temblaban la piel y la sangre.
Mi primer recuerdo.
-De ‘El paseo en bicicleta’. Olifante, 2011.
MONÓLOGO DEL EMIGRANTE
A Ricardo Calero
No quise ser nunca un desterrado. Ni un exiliado en tierra extraña. Para no sentirme extranjero en Suiza recorrí casi todas sus ciudades: Berna, Lausanne, Vevey, Ginebra, Zúrich. En todas encontré acomodo y una rara complicidad. Aprendí lo justo de francés, y menos, bastante menos de italiano y alemán. Amé a algunas mujeres, o soñé que ellas me amaban a mí, que me ofrecían un trozo del jardín donde yo trabajaba; las miraba casi a hurtadillas en su mejor perfil. Hice cuanto pude: me empleé en vialidad y aguas, corté el pelo, hice recados a pie y en bicicleta, levanté fachadas y podé los árboles frutales. No solo eso: a un cerezo lo llamé Jesús y a una acacia, Emilia, como mis padres. Cuando habían pasado cinco años, puse fin a tantos y tantos días lejos de casa. Lejos de mis playas, de mis montañas, de los míos. Lejos de la lluvia que enciende mis bosques de misterio y de música. Antes de irme, con mi letra desgarbada, mandé una carta a cada una de las familias que me habían acogido. Pensaba especialmente en las señoras: Catherine, Marie, Marguerite, Fiorella..., aunque uno de los maridos, Jacques Vivre, me hizo sentir en casa y uno de los suyos. Escribí: «Merci». Solo eso. La auténtica gratitud se concentra y se resume en las palabras justas. Gracias.
-De ‘Seducción’ (Olifante, 2014). Segunda edición o reimpresión, marzo de 2017.
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