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Antón Castro

EDUARDO HALFON: UN DIÁLOGO EN TORNO A 'DUELO'

EDUARDO HALFON: UN DIÁLOGO EN TORNO A 'DUELO'

 

El escritor guatemalteco Eduardo Halfon (1971) publica en Libros del Asteroide una nueva novela: ‘Duelo’, un texto preciso y transparente donde relata una historia familiar vinculada con un antepasado que se ahogó en un lago. La presentó el pasado martes en la librería Cálamo de Zaragoza, donde publicó el año pasado una nueva edición de otro libro espléndido: ‘Saturno’, su personal carta al padre. Aquí explica las claves de su nueva novela.

¿Existe el ‘efecto Halfon’?

Eso puede admitirlo o negarlo cualquiera, excepto Halfon. Aunque sí existe un efecto que ese otro Halfon, el Halfon narrador, provoca en mí. A veces ya no sé cuál de los dos fuma, ni cuál de los dos viaja tanto, ni cuál de los dos responde en las entrevistas.

¿De dónde procede esa mezcla de sencillez y de hondura a través de una mirada totalizadora sobre el mundo que parece domina en tus libros?

Se me ocurre que ésa, precisamente, podría ser una buena definición de la literatura. Así es el oficio literario, ¿no? Crear algo a la vez sencillo y profundo, tan individual como universal. En mi caso, ese oficio tiene mucho que ver con trabajar el lenguaje, lo cual significa no sólo limpiar y pulir y atornillarlo, sino principalmente eliminar todo aquello que sobra, que estorba. Creo que esa hondura que mencionas, en apariencia sencilla, se puede alcanzar únicamente a través de silencios. Es decir, se siente, no se dice. Algo que los poetas entienden mucho mejor que la mayoría de narradores.

 

¿Cuándo te diste cuenta de que la familia era como un arsenal de historias?

Nunca fue una decisión consciente, simplemente empecé a narrar así desde el inicio, desde mi primer libro, ‘Saturno’, publicado en Guatemala en 2003, que es una carta escrita por un narrador que se parece mucho a mí, a un padre que se parece mucho a mi padre. Y ahí sigo, narrando desde ese yo que necesita hablarle a su padre, a su madre, a su hermano, a su hermana, a sus abuelos. Ese yo no existe sin ellos.

 

Publicabas hace poco en Jekyll & Jill ese libro deslumbrante: tu homenaje particular a Kafka, ‘Saturno’, que también era un libro familiar y un diálogo con tus orígenes literarios. ¿Como se hilvana en ti lo que viviste, lo que sueñas e imaginas con lo que soñaron otros?

Creo que la ficción es el escenario ideal donde los sueños de uno se mezclan y confunden con los sueños de otros. En mi caso, lo vivido no es más que un telón de fondo, y esos sueños compartidos son la historia o la trama que sucede ante él.

 

¿Qué hay de cierto o de leyenda en la historia del fondo de ‘Duelo’?

Como en toda historia familiar —en especial las prohibidas—, uno ya no sabe qué es verdad y qué es leyenda. Y esa confusión, justamente, es el punto de partida del libro. El nudo inicial. Pero la historia de Salomón, para mí, sigue siendo un enigma. Y está bien que así sea. No escribí el libro para resolverla o descifrarla o para llegar a saber qué tanto de ella era cierto. Ésa nunca es la búsqueda literaria que mi interesa, sino una mucho más íntima y misteriosa.

 

¿Cómo y cuándo se te ocurrió esa frase tan precisa y que a la vez abre una puerta al misterio: “Se llamaba Salomón. Murió cuando tenía cinco años, ahogado en el lago Amatitlán”?

Fue la primera frase que escribí, tal cual. Es muy raro que eso suceda, que la primera frase escrita se mantenga y termine siendo la primera frase de un cuento o de un libro. Pero en este caso fue así. La escribí en agosto de 2015, mientras pasaba unos días en Guatemala, y tras una conversación con mi padre sobre la muerte de su hermano Salomón, en la cual él me pedía u ordenaba que no escribiera nada sobre ello. Pero yo sólo escribo lo prohibido. Hay que escribir con miedo.

 

¿Qué buscabas aquí: recomponer un puzle o crear un clima tan realista como onírico?

No sé qué buscaba. Nunca, cuando empiezo a escribir, sé qué busco o qué busca mi narrador. Hay un puzle que recomponer, sí, pero nunca es el que me espero, ni tampoco el que el lector espera. Dicho de otro modo, no es un puzle sobre la muerte de Salomón el que se aclara o recompone al final del libro, sino otro. Y quizás para hacerlo era necesario crear esa atmósfera tan real como onírica.

 

¿En qué medida la novela es una novela de investigación o la crónica de múltiples viajes de la familia?

 

Es que, para mí, una investigación literaria implica múltiples viajes de la familia. Para entender la muerte de un niño necesito viajar al lago en Guatemala donde se ahogó o donde quizás se ahogó, y al Estados Unidos de mi infancia, y al campo de concentración en Alemania donde estuvo preso mi abuelo polaco. El libro, entonces, es la suma de esos viajes, de esas crónicas.

 

¿Cómo se alían en tu obra los hechos y los símbolos; la existencia del lago y lo que significa el lago: espejo, abismo sin fondo, depósito de lo desconocido?

El lago en el libro es tóxico. No purifica. No salva. No es una fuente de vida sino de muerte, o de amenaza de muerte. El agua del lago está contaminada, podrida. Parece tragarse los pequeños cuerpos de tantos niños que en ella nadan. El lago, pues, como sarcófago. Pero el lago se convierte también en un espacio que separa dos mundos: niños y adultos, realidad y magia, memoria y ficción, el lado de los vivos y el lado de los muertos. Y aquel viejo muelle de tablones, entonces, donde empieza la narrativa con dos pequeños hermanos rezando antes de lanzarse al agua, es el puente que une esos mundos opuestos.

 

¿Cuál es la importancia en tus novelas del paisaje de fondo, de las historias secundarias, de tantas y tantas acciones como hay aquí, cómo las mezclas sin que el lector se despiste?

Más que historias como paisaje de fondo, yo las veo como partes de un mosaico. Todas integrales, ninguna secundaria. Es decir, el efecto que quiero provocar en el lector sólo se consigue viendo o sintiendo el mosaico completo, en el orden en que los fragmentos o segmentos se van presentando e intercalando. La línea que esos fragmentos trazan no es recta, pero es precisa.

 

Todo el mundo pondera tu lenguaje, tu exactitud cargada de matices. ¿Como te planteas el lenguaje?

El lenguaje es todo. Pero decir eso suena trillado. Entonces te lo diré de otra manera. El primer manuscrito del libro lo terminé muy rápido, en tres o cuatro meses, pero luego me quedé trabajando el lenguaje otro año y medio. La música de las palabras, principalmente. Su cadencia, su ritmo, sus tambores y címbalos. Todo esencial, al igual que en la música, para crear una reacción visceral y emotiva en el lector.

 

¿Pueden tener las familias historias tan poderosas como la tuya?

La historia de toda familia es igual de poderosa. Pero su poder no reside ahí, en la historia misma, sino en cómo se cuenta.

 

¿El enigma es consustancial a la literatura? ¿En qué medida la escritura es una forma de indagación?

La escritura es una indagación frustrada. Uno empieza a escribir sabiendo dos cosas: que está buscando algo, y que jamás lo encontrará. Lo sabe desde el inicio. Entiende perfectamente que jamás resolverá el enigma, que jamás llegará al puerto que se propone, pero igual zarpa de nuevo y se deja llevar y, con suerte, no se marea tanto.

 

*Tomo la foto de Eduardo Halfon de aquí.

 

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