VIDA, AMOR Y MUERTE DE ANNE SEXTON
[RITUALES DE SOL. La poeta norteamericana, ganadora del premio Pulitzer y autora de diez poemarios que publica Linteo, encarna la lírica de la intimidad, la veta autobiográfica y confesional que habla de la condición de la mujer y de la enfermedad de vivir]
El cuerpo descarnado de una dama
Hay mujeres que parecen marcadas por un destino desgarrador. Por una amenaza constante, por las sombras de la enfermedad, de la locura y de la muerte. Entre ellas, a lo largo del siglo XX, Anne Sexton (Massachussets, 1928-Boston, 1974) ocupa un lugar central, dentro de la historia de la literatura. En su vida, desde muy pronto, irrumpió una ronda de espectros, un silencio de puñales, la terquedad de la desgracia que no cesa. Era hija de un fabricante de lanas de Massachussetts, pero tampoco nunca se sintió cómoda en su familia burguesa: tenía otras dos hermanas mayores y fue, desde niña, una criatura casi abisal, inextricable, presa de un dolor insoportable que se reveló con toda su crudeza en su primer postparto. Se había casado muy joven, en una huida hacia adelante, con 19 años, y decidió llamar a su primera hija Linda; la segunda fue Joyce, aunque para ella siempre fue Joy. El nombre era casi un deseo: la necesidad de que la felicidad y la alegría se instalasen en su existencia.
La relación con Alfred Muller Sexton, con quien había escapado de casa, tampoco le iría demasiado bien. En su adolescencia había dado muestras de talento poético, de pasión por las palabras. Uno de sus médicos –y fueron bastantes lo que aparecieron en sus días- le recomendó que se dedicase a la poesía: que le relajaría, que le ayudaría a sobrellevar la incertidumbre y algo clínicamente peor: la depresión. Y así fue. Empezó a escribir, a asistir a talleres de poesía; en el de John Holmes conoció a Maxine Kumin, poeta también y una de sus mejores amigas, es ella quien firma el prólogo de su ‘Poesía completa’ que publica el sello Linteo con traducción de José Luis Reina Palazón, autor de una enjundiosa introducción; en otro de esos cursos, impartido por Robert Lowell en Boston en 1959, coincidió con Sylvia Plath: disfrutarían y rivalizarían. Las dos, parecidas en muchas cosas, incluso en la fragilidad, intentaban escribir el mejor poema.
La poesía sería decisiva en la trayectoria de Anne Sexton. Fue su curación, más efímera de lo que hubiéramos deseado, fue su terapia y un estímulo permanente de supervivencia. Era muy rigurosa y perfeccionista: corregía y corregía y a veces realizó hasta una veintena de versiones para culminar un texto. Debutó en 1960 con ‘Al manicomio y casi de vuelta’ (‘To Bedlam and part way back’), que se abre con versos para uno de sus doctores: “Usted, Doctor Martin, pasea del desayuno a la locura”. Y anuncia: “Y yo soy reina de este hotel de verano / o la abeja que ríe en un tallo / de muerte. (...) Yo soy reina de todos mis pecados / olvidados. ¿Estoy aún perdida? / Una vez fui bella. Ahora soy yo misma, / contando esta hilera y hilera de mocasines / que esperan en el instante silente”.
Tenía entonces 32 años y, por supuesto, seguía siendo guapa. En algún momento de su juventud ejerció de modelo. Era una mujer atractiva e interesante, aunque también debía dar algo de miedo, como dijo el narrador John Cheever. Era alta, estilizada, tenía los ojos claros y penetrantes y el pelo negro. Elegante, casi siempre llevaba un cigarrillo en los dedos, tacones y perfume francés. Poseía una voz ronca y peculiar: le gustaba mucho recitar, y cada concierto era una función con admiradores y detractores que no se cortaban un pelo ante los silencios y el carraspeo de sus teatrales vocalizaciones.
Desde ese primer libro no dejó de publicar: ‘Todos mis seres queridos’ (1962), ‘Vive o muere’ (1966), ‘Poemas de amor’ (1969), ‘Transformaciones’ (1971), ‘El libro de la locura’ (1972)... En las cosas de cada día no encontraba sosiego; sus dolencias, sus pesadillas, sus pequeñas aventuras y su hontanar inacabable de tinieblas se volvían literatura. Anne Sexton se convirtió, libro a libro, en una maestra de la literatura confesional y de la escritura de mujer. En sus poemas aparecen asuntos más bien infrecuentes como el incesto, la maternidad (a su hija Joyce, o Joy, le dedicó varios textos e intentó esclarecer qué parentesco definitivo, qué ‘herencia’ hay entre la joven y ella misma, algo que también quiso desvelar durante toda su vida con respecto a sus propios padres), el aborto, la culpa, la masturbación, el amor, el deseo, las drogas, el orgasmo o la intensidad de las experiencias sexuales, que tampoco resultaron dichosas. En el fondo, la escritura de Anne Sexton, rica en metáforas e imaginación, nacía de la insatisfacción, de la búsqueda dolorida, de la perplejidad y de la locura. Siempre le preocupó Dios, pero hubo un instante que, en medio de la nada y de la sinrazón, fue como un interlocutor y una obsesión. Buscaba la plenitud y hallaba el vacío.
Con todo, Anne Sexton fue una mujer de éxito social. Fue becada, viajó por Europa, dio clases en la Universidad y le concedieron cuatro ‘honoris causa’ en varias universidades. Ganó el premio Pulitzer, escribió la novela ‘Deliverance’, firmó libros para niños con su amiga Maxine Fumin, y fue jurado de los Pulitzer. Leída y elogiada (también hubo críticos que no entendían su poesía descarnada, casi fisiológica, de apabullante sinceridad...), acabó cumpliendo lo que prometía en sus poemas. Cuando le tomó la delantera Sylvia Plath en 1963 para suicidarse con el gas, ella se lo reprochó. En octubre de 1974, a los 45 años de edad, se bebió dos vodkas, se puso el abrigo de piel de su madre, se encerró en el garaje y encendió el motor de su coche Cougar. Dicen que tenía otro vaso entre sus dedos huesudos y largos como espadas. Y que encendió la radio: quizá quisiera oír el último jazz.
LAS ANÉCDOTAS
La mujer enferma. Anne Sexton padeció depresiones, crisis nerviosas, fue hospitalizada varias veces y paseó por varios psiquiátricos. Como le había sucedido a Sylvia Plath, ella también percibió la alargada sombra del padre. Era muy inteligente y tenaz, y se reveló como una mujer insumisa con gran capacidad de trabajo. Adoraba la poesía de Pablo Neruda.
El malvivir. Escribe su gran amiga Maxine Kumin en ‘Poesía completa’: “Al poco tiempo cayó escaleras abajo y se rompió su cadera –en su cumpleaños. Con el próximo doctor creció su hostilidad. Psiquiatras y psicólogos intermediarios iban y venían. Parecían no ser adecuados para el trato con esta mujer talentosa y espiritual (...) En la primavera de 1974 tomó una sobredosis de barbitúricos y más tarde me hizo muchos reproches por haber abortado ese intento de suicidio”.
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