ELOY FERNÁNDEZ HABLA DE SU PRIMERA NOVELA: 'EL PORTUGUÉS'
Eloy Fernández Clemente (Andorra, 1942) llega a los 75 años y publica la novela ’El portugués’ (Doce Robles), que presentó le pasado jueves en el colegio Joaquín Costa. Estuvo acompañado de Carmelo Romero y de Carlos Mas. Aquí explica algunas claves del libro. La entrevista apareció en ’Heraldo’ el pasado jueves.
-¿Por qué te interesó la vida de Joaquim Pedro Oliveira Martins? ¿Qué tiene de apasionante?
-En mi opinión es el intelectual portugués más importante del XIX. Un gran historiador y pensador. Brillante, honrado, iberista prudente que ama su país y España, que conoce a la perfección. Me da ocasión de hablar de ambos países en unos momentos apasionantes en ambos casos.
-¿Cómo defines a este personaje, socialista, y tan conectado con Europa, con caballo y perro? ¿Cuál serían sus grandes obras, dos o tres?
-Es un gran buscador, duda pero se plantea todo a fondo, elige y se compromete cuando al fin descubre lo mejor. Sus dos obras “Teoría del socialismo” y “Portugal y el socialismo”, marcaron el nacimiento de esa tendencia allí. Y, desde luego, su maravillosa “Historia de la civilización ibérica”.
-¿En qué se parecería a Joaquín Costa, con quien conversa, por cierto?
-No sólo en la edad, sino en la busca de justicia social a ser posible sin violencia, en el estudio jurídico, económico, político y social de la realidad histórica y de su tiempo, en la pasión por la erudición, el estudio.
-¿Por qué has elegido la primera persona y una suerte de diario para contar esta biografía novelada?
-Como digo en el preámbulo, siguiendo a Ricardo Piglia: “El diario es una forma muy seductora: combina relatos, ideas, notas de lectura, polémica, conversaciones, citas, diatribas, restos de la verdad. Mezcla política, historias, viajes, pasiones, cuentas, promesas, fracasos”. También afirmaba hace poco Javier Marías que “una voz en primera persona resulta más creíble, más persuasiva”.
-¿Qué le debe el libro a sus escritos y a su epistolario?
Lo digo al final: “La mayor parte de sus palabras se reproducen con exactitud. Sólo algunos viajes y algunos personajes son de mi invención, pero siempre verosímiles: pudo haber ocurrido así, y en ese momento”. Cuanto estaba escrito (cartas, discursos, libros, artículos) lo he transcrito con pequeños arreglos. Encontré en la Biblioteca Nacional de Lisboa mucha correspondencia; y en mil rincones todo tipo de informaciones valiosas.
-A veces, sin desmelenarte, parece que has querido dejar pinceladas de amor y cariño. Vitória es un interesante personaje... ¿Es ella la gran mujer del libro? Hablas de muchas, muchas, Rosalía, Concepción Arenal, y a veces da la sensación de Oliveira Martins es un adelantado del feminismo...
-Es, aunque en un tiempo aún difícil, galante, comprensivo. Su amante es un personaje muy atractivo; pero en efecto, su mujer, Vitória, callada, amable, también muy culta, es el gran contraste de fondo en una historia muy coral, incluidos los animales domésticos.
-La novela solo abarca cuatro años: de 1870 a 1874, su período español. ¿Son esos años claves en su vida y en su proyección pública? ¿Estaba conectado de veras con Marx y Engels y con tantos y tantos intelectuales españoles o con el poeta Antero de Quental?
-Bueno, es alguien que, aun alejado en unas minas del norte de Andalucía, es capaz de escribir muchos libros y artículos, cartas magníficas a sus amigos portugueses (todas auténticas), de seguir lo que ocurre en el mundo. Antero fue, en efecto, a verle, lo dice en alguna carta, aunque luego yo recree el encuentro. Y trató años más tarde a muchos de los españoles, sólo adelanto algo esa amistad de Galdós, por ejemplo. Dedicó a Valera su “Historia de la civilización…”, etc.
-Zaragoza aparece varias veces en el libro. ¿Crees que estuvo Oliveira Martins en Zaragoza?
-No lo sé, aunque sale en sus obras Aragón recurrentemente, la historia, el Derecho, etc. Si no estuvo, pudo haber estado, había ferrocarril, Galdós sí vino, pudo haberse venido con él. Son conjeturas algo novelescas, claro. No digo nada que no hubiera podido ocurrir; por ejemplo no se ve en Lisboa con Eça de Queirós porque está de cónsul en Cuba.
-¿Crees que de haberse encontrado con el joven Martí en Zaragoza habrían tenido un diálogo tan intenso? ¿Eran tan serios los intelectuales o has querido polarizar esos detalles para trazar una biografía intelectual?
-Eran absolutamente serios, formales. Los datos manejados son auténticos, y ese encuentro resultó posible cotejando fechas, es de lo más interesante: ellos, Costa, Cajal, Galdós.
-El libro está lleno de datos de casi todo. ¿Cuáles te han parecido los más novelescos?
-He consultado miles de libros y artículos para saber de flores y comidas, caballos y podencos, la ciencia de la época, los grandes acontecimientos europeos. Lo novelesco me parece que es, sobre todo, haber podido casar todo eso, que el autor sepa del encuentro de Livingstone y Stanley, del primer partido de fútbol de la historia y un sinfín de cosas.
-¿Por qué has sentido la necesidad de dar un paso hacia la novela intelectual y didáctica? ¿Has tenido algún modelo de novela en la cabeza?
-Es como un canto de cisne del historiador que no siempre ha tenido el tiempo, el auditorio, el método adecuados. Hoy las grandes novelas están documentadísimas, desde Umberto Eco a Reverte, hay muchas, y desde que me jubilé estoy leyendo vorazmente. Quizá eso me haya influido.
-¿En qué medida has querido proyectarte en él?
-O quizá al revés, él se proyecta desde hace medio siglo (es increíble que haya pasado medio siglo en muchos casos de retrocesos tras aquellas cumbres) sobre mí. Sí, le hago moderado y dubitativo como yo, curioso universal, inseguro pero muy inquieto, buscador de razones para todo.
-Al final al lector le puede quedar la impresión de que habla más el historiador con las ideas, con los libros, que el fabulador. ¿Has sentido vértigo en algún momento?
-Sí, ese ha sido mi talón de Aquiles. Quizá se me ha ido la mano y hay demasiada crónica y pocos aconteceres del entorno del protagonista, aunque he procurado introducir muchas pequeñas historias. He sentido y siento vértigo, a la hora de presentar ante unos lectores ahora no siempre tan próximos, este experimento, pero creí que debía hacerlo.
*La foto de Eloy Fernández Clemente la tomo de aquí.
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