DIÁLOGO: EDUARDO MARTÍNEZ DE PISÓN
Eduardo Martínez de Pisón es geógrafo, escritor y naturalista. Nació en Valladolid en 1937 y se educó en Zaragoza. El pasado viernes presentaba un ambicioso libro, ’La montaña y el arte’ (Fórcola), en compañía de Eloy Fernández Clemente y Eduardo Viñuales Cobos.
“El campo es una metáfora” escribió Unamuno. ¿Pudo ser esta frase uno de los impulsos para un libro como este?
Unamuno entero es un impulso. El paisaje es, en efecto, una metáfora y así lo vio la Generación del 98; somos sus discípulos. De modo que un libro sobre el lado cultural del paisaje viene de ahí, sumado a una mirada de fondo geográfica y a un amor sin fisuras a las montañas.
-¿Cómo se le ha ocurrido este empeño totalizador, qué quería hacer y probar?
Se trataba de mostrar una cara de la montaña que es complementaria a otras facetas más patentes o activas entre nosotros. Esta mirada artística tiene gran entidad en la cultura europea, hondos significados, y convenía mostrarla globalmente, como un movimiento completo de civilización. Las montañas no son sólo pistas para patinar, solares para edificar o cuestas para correr en bicicleta. También son esto y muy profundamente.
-¿En qué medida es este el libro de una vida y de dos pasiones complementarias: la naturaleza y el conocimiento de la cultura?
Es el libro de una vida, sí. Primero porque su contenido me es vital, es mi mirada directa, y segundo porque, al realizarlo al final de un largo proceso de recolección de datos, prácticamente de casi toda mi vida, es la decantación de ésta en esas dos pasiones, concentradas en las montañas y el arte. Si hay un libro mío con el que me identifico plenamente, es éste.
-Como la materia es inagotable, ¿cómo ordenó el libro, qué incluyó y que dejó fuera?
Está centrado el libro en la montaña en la cultura europea y sus irradiaciones. He dejado fuera voluntariamente más de medio mundo, por ejemplo las ideas sobre la montaña en Asia, o la pintura paisajista china. Pero quería tener un eje argumental claro, no hacer una enciclopedia, algo que nos sirviera aquí y ahora para comprender mejor la montaña y acaso también el arte, como un patrimonio nuestro. Y también había que medir la extensión del libro, que ya es bastante largo. Eso no quiere decir que lo que he dejado de tratar no sea interesante: lo es. Pero queda para otra ocasión... Y, en lo tratado, también he tenido que ser muy selectivo, de modo que sólo he ido encadenando lo que he estimado más significativo históricamente y a esa escala.
-Hay curiosidades de todos los países y escritores. Vemos que Baudelaire y Balzac en Francia fueron capitales en su preocupación por la montaña; Goethe, en Alemania, hizo el Tour y describió las nubes; Dickens también se sintió atraído en solitario y con el Club Pickwick. ¿Podría resumirnos algunos aspectos de esta fascinación de estos personajes?
Se trata de un movimiento cultural internacional desde la Ilustración y a lo largo del Romanticismo, en el que participan las primeras figuras de la literatura europea y también sus mejores pintores y músicos. Desde Rousseau, la montaña es un recurso intelectual y artístico necesario por su naturaleza sublime y por su mundo rural pintoresco. Ir a la montaña, en especial a los Alpes, pero también al Pirineo, era como acudir a una meca de la cultura. No hay así, por ejemplo, romanticismo completo sin montaña ni montaña completa sin romanticismo; y, si aparecen de este modo, lo que a veces ocurre, se muestran de modo insuficiente.
-En España hay sensibilidad hacia la montaña de muchos autores, desde Fray Luis de León o Machado o Azorín, pero Cela, por ejemplo, describió muchas montañas: el Guadarrama, el Pirineo de León. ¿Sería él gran escritor de las montañas entre nosotros?
No lo sé, Cela era ante todo Cela. Y sus montañas son escenarios para ser él mismo a la vez como autor estilista y como personaje literario. Yo estoy más cerca de lo escrito por Unamuno o por Machado. El gran escritor del Guadarrama fue Enrique de Mesa, en el Pirineo tal vez el conde Russell, en Gredos Unamuno, en la montaña levantina Azorín. Creo que la Generación del 98 fue el núcleo del paisajismo literario español y en él de las montañas.
-¿Qué supuso el vínculo entre montañismo, alpinismo, pirineísmo y creación literaria? ¿Nació un nuevo género: un específico libro de viajes?
El alpinismo es la clave. Deriva el nombre, es evidente, de los Alpes y el pirineísmo es su versión regional, con personalidad propia, en nuestra cordillera. A la presentación tradicional de las montañas desde fuera o desde abajo, su práctica permitió otra mirada nueva desde dentro y desde arriba, más fuerte y auténtica, que absorbió desde finales del siglo XVIII a científicos, artistas y pensadores, no sólo a deportistas, hacia los glaciares y las cumbres. Necesariamente era un paisaje distinto, un viaje diferente y, si se escribía, daba lugar a un libro original. El libro de montaña alpinista es una modalidad o un ciclo específico dentro de la literatura de viajes.
-¿Para los escritores, por lo general, que suponen las montañas: exploración, aventura, espiritualidad?
Suelen ir las tres unidas. La exploración requiere aventura en un medio aislado, difícil y bello, lo que tiene una repercusión espiritual en quienes viven esa experiencia. Pero los acentos varían y así hay relatos más geográficos de exploración, los hay más emocionantes y los hay prácticamente místicos. Pero, en líneas generales, la actividad en la montaña suele tener buenas dosis de espiritualidad.
-Por poner dos o tres ejemplos tópicos: ¿qué aportaron Thoreau y Rousseau a la relación del hombre con la montaña?
Ambos fueron muy influyentes, aunque quizá más en términos cualitativos que cuantitativos. Rousseau fue el pionero en la vivencia de la montaña baja y media, tanto en su aspecto natural, en sus bosques por ejemplo, como en su aprecio por la sociedad campesina, que entendía sin contaminar por los vicios sociales de las llanuras. Thoreau canta la vida auténtica en el retiro del bosque, la belleza del otoño, la experiencia del caminante en soledad. Ninguno de los dos habla en la verdadera alta montaña, pero su pensamiento es el mismo que el de un amante de las cordilleras: por eso, al saber expresarlo con las justas palabras, iluminan a quienes lo sienten pero no aciertan a formularlo o bien enseñan lo que encierra el sentimiento de la naturaleza a quien no lo ha experimentado.
-¿Cómo ha tratado, de manera global, la pintura la montaña?
De manera histórica. Es más fácil trasladar lo que cuenta un literato que lo que contiene un cuadro. He procurado sistematizarlos en etapas y apartados, sin olvidar las personalidades eminentes, pues no todo es cuestión de estilos, gustos o corrientes, sino de genialidades personales. Procuro citar pintores y cuadros de modo que el lector pueda encontrar sus obras con facilidad en publicaciones diferentes o en internet. Me he atenido, como antes dije, a la pintura europea y a su expansión o influencia más directa extracontinental.
-Al analizar obras pictóricas, cita muchas cosas: ‘La Gioconda’ de Leonardo, aparece Velázquez, Brueghel o El Bosco, El Greco, los pintores holandeses, maestros del paisaje. ¿Quiénes sucumbieron de manera especial a la majestuosidad de las cumbres?
Tempranamente, grandes autores como Leonardo, Durero o Tiziano, entre otros. Seguidamente, los paisajistas holandeses de los siglos XVI y XVII, lo que llama la atención pues es la montaña desde la llanura y la lejanía. Desde el siglo XVIII al XX destaca en los Alpes la escuela suiza, con estupendos artistas. Pero también los viajeros ingleses ilustrados y románticos, tan aficionados a los bocetos, dieron un notable impulso a la pintura alpina, por ejemplo con el gran Turner. En España entramos en esta línea con los paisajistas de finales del XIX, en especial con Haes y sus discípulos.
-La literatura y la pintura, o el arte, encaran desde el naturalismo o el simbolismo el paisaje. ¿Cómo lo hizo la música?
La música es el medio de transmisión mayor de la armonía y de la evocación profunda del paisaje. Tiene tres aspectos, la de la naturaleza (que tantas veces es el silencio), la del campo, con los sones campestres, y la composición, que decanta la montaña o que la expresa alegóricamente mediante una refinada belleza sonora.
-¿Cuáles son las grandes piezas que relacionan la música y el paisaje? ¿‘Una noche en el Monte Pelado’, tal vez, ‘El lago de los cisnes…’, ‘Las cuatro estaciones’?
Para mi gusto, los grandes traductores de la montaña en música han sido Liszt y Wagner. El primero participando en su sentimiento artístico completo, vinculado a la literatura, y el segundo con su tesis de la obra de arte total y sus símbolos culturales de gran calado.
-¿Cuáles son la presencia y la importancia de Aragón en este libro?
Hay un apartado entero dedicado al arte de los pirineístas, para quienes el sector aragonés de la cordillera pirenaica tenía un especial atractivo. Por un lado hay el arte en la montaña, por ejemplo en arquitectura histórica, que en Aragón presenta formas espléndidas, y por otro hay la montaña en el arte, cuya práctica corrió históricamente más desde la vertiente francesa hacia la nuestra. Aparece tanto en la pintura como en la literatura, pues el Pirineo tuvo excelentes obras en ambos campos. Hubo pintores y escritores famosos que ocasionalmente fueron pirineístas y hubo pirineístas estrictos que también fueron artistas. Creo que son casi cien páginas entre unos y otros...Se notan mis inclinaciones.
-Desde el prisma personal: cuáles son su poema, su novela, su cuadro y su composición pictóricas favoritos sobre el tema. [Pueden ser varios, claro]
Es difícil seleccionarlos pero voy a intentarlo. Como poetas Machado, Unamuno y Mesa. Como prosistas Senancour y Hesse. Como pintor, por supuesto el Guadarrama de Velázquez y de Beruete, pero también Friedrich y los glaciares de Loppé.
-Usted asegura que la montaña habla y que hay que detenerse a escucharla. ¿Qué le ha dicho a usted, que le sigue diciendo?
Suena ya dentro de mí, no fuera, es una voz interior que se acerca mucho a la felicidad.
-¿Qué libros aún le quedan por escribir?
El editor Fórcola tiene ya un nuevo original que prolonga el asunto de la naturaleza y la cultura por otros paisajes. Luego, depende del tiempo y los ánimos, pero seguro que seguiré escribiendo.
-Por cierto, ¿estuvo Aurora Dupin en Panticosa o en los Pirineos aragoneses?
Estuvo por las áreas fronterizas altas y ello le dejó recuerdos vivenciales muy profundos, aunque con una memoria geográfica bastante confusa, pues en una de sus novelas sitúa al pueblo de Panticosa en Navarra, lo que no es pequeño despiste.
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