DIÁLOGO CON MANUEL VILAS: 'ORDESA'
¿Sabía que este año de 2018 se cumplen cien años de Ordesa como Parque Nacional?
Me he enterado estos días, a raíz de la promoción de la novela. Será un buen augurio.
¿Qué ha significado Ordesa en su vida? ¿Es una de sus magdalenas de Proust?
Sí, es el primer recuerdo claro que tengo. Tiene algo de la magdalena proustiana, sí. Es un recuerdo muy potente, salgo de un coche y mis ojos se topan con las montañas de Ordesa. Calculo que fue en 1969. A mi padre le gustaba ese valle. Por eso he titulado así el libro.
En varios libros, sobre todo en los poemarios, venía avanzando este homenaje a los padres. ¿Cómo y cuándo se le ha impuesto?
Al morir mi madre, en el 2014, comencé a escribirlo. Ya era completamente huérfano. Había escrito ya sobre la muerte de mi padre, que ocurrió en el 2005. La muerte de mi madre me trajo nuevos recuerdos, nuevos enigmas sobre mi pasado.
¿Sería este un libro de la memoria, aún de la memoria desmenuzada, pero también arbitraria, de instantes o azarosa?
Está escrito a golpe de recuerdo, siguiendo los movimientos de la memoria. Ha sido como ir de caza. He salido a cazar recuerdos. Nunca sabes si te va a asaltar un recuerdo de cuando tenía nueve años o de cuando tenías 19. La memoria es así, y el libro está escrito desde esa pulsión.
¿En qué medida ha visto, al escribir el libro, que tenía muchos vanos o vacíos sobre su propia familia y que indagar ahí, y recordar, era también una forma de buscarse a sí mismo?
Eso ha sido una de las cosas más importantes que me ha ocurrido al escribir el libro. Al explorar mi pasado buscaba mi identidad. La memoria hay que ejercitarla. El pasado es un enigma, y ese enigma afecta a lo que somos.
Como lector he tenido la sensación de que asistimos a un desnudo casi integral del escritor y ciudadano Manuel Vilas.
Sí, es un libro de la verdad. La narración de lo que te ha pasado en la vida. No es una vida extraordinaria, es una vida normal, como la de cualquiera, con sus buenos y sus malos momentos.
¿Sería este su libro más filosófico o reflexivo?
Creo que sí. Me da la sensación de que es mi libro más sentencioso, con más confidencias e intimidad.
¿Qué porción hay de invención y de evocación, cómo ha operado la memoria?
No me he servido de la ficción. Si utilizaba la ficción, la poética del libro se venía abajo. No habría catarsis. Todo lo que cuento de mis padres es verídico. No tenía sentido inventarme nada.
Tenía una curiosa complicidad con su padre, pero a la vez hay entre los dos una sensación de extrañamiento, no sé si decir de ausencia e incomunicación…
La complicidad fue desapareciendo conforme yo fui dejando de ser un niño. Ese alejamiento es misterioso. Mi padre era un artista del silencio. Sus silencios dibujaban una extraña sensación de elegancia. Como si hablar fuera algo inútil.
Su madre amaba la vida y era una fumadora compulsiva.
Amó mucho la vida, pero no asumió el paso del tiempo. Odiaba el envejecimiento, yo puedo entender eso. A mí me pasa lo mismo. Nos negamos a que la vida pase. Pero esa postura inconformista puede ser dolorosa y caótica. Mi madre no entendía por qué no se puede ser joven siempre. Era lo único que le preocupaba: la vida en sí misma.
¿Qué le enseñan sus hijos? ¿Le ayudan ellos a usted a entender mejor su condición de hijo?
Hay un eterno retorno de lo mismo, recordando a Nietszche. Los malentendidos con tus padres pasan a tus hijos, en una larga cadena de vida, inmemorial e irreparable.
¿En qué medida ‘Ordesa’ también es un autorretrato, un juicio a veces sumarísimo y una declaración de amor?
Yo lo he escrito desde el amor. Pero el amor no excluye los filos de la vida, las desdichas y los errores cometidos.
¿De qué se arrepiente?
El libro me ha servido de catarsis. Tras la catarsis, ya no existe el arrepentimiento. Ahora ya no me arrepiento de nada.
¿Por qué cuesta tanto que se entiendan padres e hijos?
Es una oscura ley de la condición humana. Está en cientos de libros. Desde ‘El rey Lear’ hasta ‘Los hermanos Karamazov’. Para mí es un misterio. Parece haber allí un agujero negro de nuestra idea de familia.
¿De cuántas maneras se puede escribir una novela? ¿O cuántos géneros puede meter en ella?
Entiendo por novela una narración más o menos extensa de la vida. A partir de allí, y desde Cervantes, cada uno que haga lo que pueda. La gracia de la novela está en que cabe de todo, siempre y cuando se narre la vida.
¿Qué aportan los poemas del final, la mayoría ya publicados?
Dudé si incluirlos. Son un epílogo. Quería que fuesen como un ‘making-of’ de la novela. Me parecía que completaban la historia desde otro ángulo.
En la última entrevista decía que quizá le hubiesen faltado lectores. ¿Ha mejorado eso?
Los escritores siempre nos sentimos huérfanos de cariño. Este libro lleva dos días en las librerías y el impacto emocional que está teniendo en la gente me maravilla, también me asusta.
Ha dicho que es un libro sobre España. ¿Cómo es esa España, cómo la vivieron sus padres, cómo los transformó?
La España de los años sesenta y setenta, la que vivieron mis padres cuando eran jóvenes, es la que más aparece en el libro. Ellos fueron felices en esa España. Era una España un millón de veces peor que la nuestra, pero fue la de ellos, y como fue la de ellos, yo la busco en el libro y la reivindico.
0 comentarios