HISTORIA DE JAVIER MORACHO
Javier Moracho, nacido para volar
El atleta de Monzón, séptimo en las Olimpiadas de Moscú, fue un verdadero maestro de 60 y 100 metros vallas
Javier Moracho (Monzón, Huesca, 1957) es el mejor atleta aragonés de todos los tiempos. Y eso que por ahí andan deportistas de tanta enjundia como Luis María Garriga o Eliseo Martín, pongamos por caso. Posee un palmarés envidiable en dos pruebas tan exigentes, tan técnicas, como los 110 y 60 metros vallas, donde obtuvo numerosas medallas en España (diecisiete títulos nacionales), en Europa y en el mundo. Quizá el mayor hito de su trayectoria sea su séptimo puesto en la final de 110 metros vallas en las Olimpiadas de Moscú-1980, donde habría entrado en el medallero (ganó el alemán Thomas Munkett) de no haber tropezado en el último obstáculo; salió a trompicones, intentó remontar con su furia habitual, su poderosa zancada y una clase fuera de toda duda, pero no le dio tiempo. Javier Moracho suele decir que la suya era, y es, una prueba de relojería: exige concentración, dominio del salto, método y exactitud, ritmo y velocidad. Y él lo tenía todo, impulsado, además, por una explosiva salida, acaso su mayor virtud: era de los atletas que mejor iniciaban la carrera. Arrancaba vertiginoso como una centella con su bigote rubio, su melena al viento, su elegancia y un gran sentido de la competitividad.
Unas Olimpiadas (donde el atletismo es el deporte rey) o unos Campeonatos del Mundo, como ahora los de Pekín-2015, son los grandes escaparates de un corredor. Lo importante no está en los campeones más mediáticos (¿quién va a discutir la grandeza de los velocistas Usain Bolt, Carl Lewis, Shelly Ann Fraser Pryce o del mediofondista Coe?), sino en comprobar cómo trabaja un saltador de pértiga, de triple salto o de altura, o esos atletas especializados solo en una distancia a la que le dedican su sacrificio y horas incontables de perfeccionamiento.
Moracho, tras practicar fútbol, balonmano y cross, optó, en Monzón y con quince años, por una disciplina con escasa tradición como las vallas y deslumbró a lo largo de una década: desde 1978 hasta 1988 conquistó títulos, pugnó con los mejores (desde los norteamericanos Renaldo Nehemiah, tan fugaz, Roger Kingdom o Greg Foster, al británico Colin Jackson, el cubano Alejandro Casañas o el finlandés Arto Bryggare), aunque se retiraría dos años después, en 1990. Curiosamente, su mejor marca en los 110, 13.42 (récord nacional durante años hasta que lo batió Jackson Quiñonez), la logró en 1987. El día de su adiós, Santiago Segurola anunció que se iba “el mejor vallista español de todos los tiempos”.
Participó en 63 citas internacionales y fue capitán del combinado nacional, corrió en las Olimpiadas de Moscú-1980, Los Ángeles-1984 (no llegó a la final por una centésima) y Séul-1988, y vivió una rivalidad épica con Carlos Sala, otro formidable vallista. Eran amigos lejos de la competición y trabajaban a las órdenes del mismo entrenador, Jaime Enciso. Repetían el enfrentamiento, tan hispánico, que se había dado con Ocaña y Fuente en ciclismo, Carrasco y Velázquez en boxeo, Abascal y González en el medio fondo. El uno al otro se ayudaron a mejorar.
Si Moscú supone un momento inolvidable, hay otros muy meritorios: fue medalla de plata en los Campeonatos Mundiales de París en 1985, en 60 metros y en pista cubierta, y en 1986, en el Campeonato Europeo de Madrid, venció al finlandés Arto Bryggare, uno de sus grandes rivales europeos. Realizó una carrera impresionante: visto y no visto, aceleración, compás, fluidez absoluta y, ¡zas!, victoria. A principios de los años 80, Javier Moracho, que se trasladó a Estados Unidos, fue el primer blanco del mundo en su categoría.
Hombre de mundo, simpático y seductor, uno de los atletas más atractivos del circuito, se licenció en Educación Física, igual que su mujer Araceli, y nunca ha estado al margen del deporte. El ciclismo es otra de sus pasiones: trabaja en Unipublic y de comentarista para Eurosport. Conoce el atletismo como la palma de su mano. Él estuvo en la élite y fue temido y respetado. Todo un profesional que jamás se olvidó de sus orígenes, Monzón, esa factoría de ocho atletas olímpicos.
LA ANÉCDOTA
“La música, el baile y el deporte son de la raza negra. A mí me habría gustado ser negro para correr más rápido. En el año 1981 era el primer vallista blanco del ranquin mundial: me fui un año a entrenar con ellos a los Estados Unidos, a una Universidad, y me di cuenta de que son superiores. Regresé con mi entrenador Jaime Enciso a España a entrenar la técnica para poder estar con ellos en las grandes competiciones”, confesó Javier Moracho. En buena medida lo hizo. Y no solo eso: fue popular e hizo tres espots publicitarios, uno de ellos para el desodorante Rexona. El que no abandona...
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