DIÁLOGO CON FERRER LERÍN
Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) es unos de los escritores más insólitos de las letras españolas. Afincado en Jaca desde hace más de 30 años, es ornitólogo, poeta, narrador, amante de la filología y de los bestiarios, y teórico del Arte Casual. Publica en Tusquets, en su colección Nuevos Textos Sagrados, un nuevo libro de poemas: 'Libro de la confusión'.
Me gustaría empezar por la cita inicial de John Ashbery. ¿Cree que ha logrado esa idea de que la preocupación principal del poeta es dar vida a la obra de arte de tal manera que resulte imposible tratar de explicarla? ¿Qué te resulta difícil o imposible contar o explicar?
Esa es una preocupación que se le supone a algunos poetas, no sé si yo he llegado a ella, pero si así fuera todo ocurriría de modo inconsciente, ya que tengo claro que en mi proceso creador no existe esa intención. Un proceso creador que no se rige por normas, el poema surge, como decía Milosz, sin que nadie sepa de dónde, el poema viene dado, pero nadie sabe quién lo da, y la búsqueda de cripticismo no ha entrado nunca en mis planes aunque lo oscuro pueda surgir al utilizar como herramientas principales ciertos recursos automáticos apoyados en las citas de los Padres de la Iglesia.
Dice que querías hacer un libro unitario, cerrado. ¿En torno a qué, qué Le preocupaba de partida?
El libro iba a llamarse 'Senilidad y muerte', pero al final ese fue el título de una sección del mismo, quizá porque resultaba demasiado obvio para un empeño mayor.
Afirma que, durante la escritura, tenía la sensación de que era el fin de tu obra poética. ¿Por qué? ¿Tiene la sensación de que ha cerrado un ciclo?
Ese ejemplo de que el poeta sólo escribe un poema en su vida y luego no hace más que repetirlo podría servir para contestar en parte a tu pregunta. Es decir, la conciencia de que lo que debía escribir ya lo había escrito y de que la liturgia que continúa la escritura, las cuitas editoriales, las presentaciones en público, el aguarde de las reseñas, todo ello, también entra en la categoría de lo repetitivo. Además, el lugar común de que a cierta edad conviene retirarse actuaba como una losa durante la redacción de ‘Libro de la confusión’, hasta el punto de que me molestaba componer un nuevo poema, pensaba que debía actuar al dictado del sentido común, era hora de cerrar. Luego, al poco tiempo de finalizar, tuve unos días de intensa fiebre creadora, lo que me sorprendió, pero al analizar el fenómeno comprendí que se trataba de los estertores que anuncian la muerte, no sé si de la muerte creativa o de la muerte en sentido más amplio.
Asegura que el libro quizá tenga un tono balbuciente, de búsqueda… ¿En qué cree que ha cambiado o evolucionado con respeto a ‘Fámulo’ o ‘Hiela sangre’, sus anteriores poemarios en Tusquets?
El tono balbuciente lo percibo en el bloque de textos surgidos tras la escritura de ‘Libro de la confusión’, son textos de carácter juvenil, inexpertos, necesitados de una mano correctora. ‘Hiela sangre’ y buena parte de ‘Fámulo’ son libros experimentales, proyectados en una época en que mi estro poético refulgía como los ojos del quebrantahuesos. ‘Libro de la confusión’ es el resultado de un gigantesco esfuerzo por retener el poso de una vidadedicada a la poesía, y los poemas escritos tras este último poemario me trasladan a los orígenes, a finales de los años cincuenta en que daba rienda suelta a las palabras desordenadas que brotaban como fruto de un ruido en la cabeza, de la influencia de algunos autores recién descubiertos y del inmejorable estado de salud que procuran la infancia y la adolescencia.
No deja de escribir nunca: ni tus microrrelatos, ni tus bestiarios, ni tus diccionarios o ensayos lingüísticos… ¿Qué ha pasado en estos seis años? ¿Cómo evoluciona un libro de poesía, cómo crece, qué recoge y qué deja fuera?
Queda claro que todo es intercambiable. Cuando escribo un texto no tiene destino definido, puede servir como poesía, como prosa e incluso como pía hoja parroquial. Una de las secciones de Libro de la confusión tiene por título "Cuatro prosas y un informe", y estamos hablando de un poemario. Quiero decir que no sólo el solapamiento de géneros es un hecho comprobado en mi obra sino que dicho solapamiento ya no es tal dada la indiferenciación entre unos y otros géneros.
Cabría decir que el gran tema del libro, sobre todo en el epígrafe de ‘Libro de la confusión’ es la muerte. Hay varios poemas… ¿Se impuso el tema, es una preocupación que acecha, ha querido despejar sombras, abrirse paso con la palabra en esa hojarasca de incertidumbre que es el paso del tiempo?
La muerte siempre nos acecha, pero en mi caso me acechan más los prolegómenos de la misma y, en especial, las situaciones y los comparsas que enmarcan y condicionan la agonía. Es lógico que estas realidades tengan un cauce sólido y que configuren un libro con vocación terminal.
¿De qué y de quién estaría más cerca del surrealismo o de Lautréamont?
El surrealismo, en las artes plásticas, me cautivó en la juventud. El surrealismo literario siempre me pareció un mero divertimento; pese a algunas tentativas no caló en mi manera de ver las cosas. Hoy, de las proclamas y manifiestos de la época sólo me interesa la fisicidad de sus recipientes, las primeras ediciones, los libros, algunos de ellos tontamente no adquiridos en un viaje a Bucarest, a primeros de los setenta, cuando aún era posible hacerse con prodigiosos botines a precios de saldo. Lautréamont es un castillo de fuegos artificiales; como tantos líderes de la creación de esa época, cuenta más su nombre, su biografía, que su producción literaria que, pocas veces, es leída y apreciada en su totalidad; en mi caso poseo las obras completas publicadas en París, en 1973, por José Corti, en un ejemplar intonso, y ahí sigue, en ese estado. A Lautréamont lo ingiero mediante la capilaridad, sé que hay algo ahí, de lo que los hiperbólicos hablan bien, pero temo que esté sobredimensionado, prefiero no certificarlo.
¿Nacen sus imágenes del extrañamiento, del culturalismo, de unas claves casi herméticas o de tu intuición? Casi siempre sorprende al lector.
Vaya, “casi siempre", qué fracaso, esperaba sorprender al lector permanentemente. Bromas aparte diré que mis imágenes surgen casi siempre del poder del lenguaje, de los sintagmas escritos o pronunciados, a menudo sin intencionalidad literaria, que capturo en la calle y en los libros. Son enunciados que a mí sí me sorprenden y que tengo la obligación, si no moral al menos ética, de preservar; otra cosa es la fortuna en su nueva contextualización, por lo que opto, cada vez más, por dejarlos tal como están en su emisión original, tiendo al plagio como mecanismo seguro de éxito: si hay algo no mejorable, preservémoslo, recojámoslo y mostrémoslo combinado con alguna ligera aportación propia.
Hay en usted una imaginación que se atreve con la crueldad, con la crudeza. ¿Por qué?
Con la crudeza, que no es más que la realidad inalterada, sí, con la crueldad no, que en mis libros no hay nunca complacencia en el mal, el sadismo es una muestra palmaria del despilfarro energético.
¿Tiene Paco Ferrer Lerín una voluntad explícita de provocar, de epatar? ¿Es para usted el mundo un lugar inhóspito?
Es obvia mi dificultad, creciente, para estar en el mundo, dificultad para permanecer dentro del sistema, ese sistema que propugna repetir hasta el desfallecimiento determinados postulados, repetir secuencias, intrincadas selvas de actitudes y lugares comunes. Procuro escapar de las tertulias, de las conversaciones de sobremesa, deseando acudir, desesperado, a ese rincón de mi estudio donde profiero singulares alaridos y ensayo nuevas contorsiones del cuerpo y el lenguaje.
Aparecen muchas cosas de su vida, reales y transfiguradas, y sin embargo están desdibujadas, no es fácil ver o intuir qué sucedió. ¿Por qué usa ese distanciamiento o incluso enmascaramiento?
Cuando se publicó la hagiografía ‘Familias como la mía’ ya señalé que se trataba de una recopilación de hechos alejados de la ficción, pero hasta donde lo permitían las ordenanzas, no fuera a ingresar prematuramente en presidio. Ahora, enredado en la confección de ‘Vórtex’, un viejo proyecto que espero culminar algún día, me encuentro con que el componente biográfico resulta obligatoriamente magro, desde la terminación de ‘Familias como la mía’ no me han sucedido suficientes aventuras y lo que quedó en el tintero no es susceptible, como ya he señalado antes, de utilización; tendré que tergiversar, casi fabular.
Me ha dado la sensación de que el erotismo -presente, sin duda, pero menos vitalista, más sombrío-, ha sido aquí vencido por la muerte.
Al llegar a Jaca, en 1968, yo era un joven impetuoso que combinaba el trabajo de campo, para una respetable institución, con la relación entusiasta con los miembros más conspicuos de la sociedad civil y militar. En uno de esos intercambios me llamó la atención el comentario de un bregado taxista local, hombre conocedor de los arcanos de la vida, que rezaba así: "ya no me interesan las titis, te las regalo, prefiero un par de huevos fritos con chistorra".
En los agradecimientos, entre otros, recuerda a Alberto Moravia y a Henry Miller. ¿Qué leS debe, cómo lo han marcado?
Moravia y Henry Miller intervinieron directamente en la configuración de mi universo literario. Moravia con ‘Agostino’, descripción del despertar sexual de un joven burgués, ‘La romana’, que convierte a una prostituta en protagonista, y ‘El conformista’, en especial la transcripción cinematográfica a cargo de Bertolucci de la atmósfera mussoliniana; las tres novelas contribuyeron eficazmente a la construcción de mi sexualidad y, en el caso de Mussolini, al redondeo del conjunto de referentes aportados por mi madre, que vivió en esos años en Génova. Y en cuanto a Henry Miller, traducido brillantemente en Argentina, marcó mis comienzos como prosista; sin embargo, lo más notable de mi relación con este autor fue el ejemplar de ‘Trópico de Capricornio’, algo magullado, hay que decirlo, procedente del infierno de la librería Argos del barcelonés Paseo de Gracia, que tuve permanentemente prestado, a novísimos y protonovísimos, como guía argumental masturbatoria, gracias a las oportunas anotaciones en las guardas sobre las páginas de contenidos más elocuentes.
-Cita a Seferis. ¿Quiénes son los poetas de hoy o de ayer que aún Le siguen conmoviendo?
Seferis es un guiño al pasado, una precisión cronológica, hoy ya casi nadie lo lee y, me atrevería a asegurar, casi nadie lo recuerda. A la lista de poetas que me conmovieron –Saint John Perse, Rimbaud, Eliot, Góngora, Pound- añadiría a Sharon Olds, Gamoneda y Claudio Rodríguez, autor cuya revisión me está resultando especialmente grata.
Ya no es un poeta desconocido, aunque sí con aureola mítica. ¿Eso Le favorece, Le perjudica, Le inquieta, condiciona Su poesía?
“Ferrer Lerín es un conocido autor perteneciente al subgrupo de los escritores desconocidos” y “Ferrer Lerín es una celebridad subterránea” son dos aseveraciones, publicadas en los medios, que me permiten esbozar una sonrisa en estos días veraniegos de cólera. Sin embargo, esa “aureola mítica”, el peso abrumador de la biografía, no sólo distorsionan la valoración crítica de mi escritura sino que procuran excesivas dosis de tedio, no sólo a mí, sino a mis lectores. ¿Condiciona mi poesía?, en absoluto, y, ahora, llegado a este punto, tendría que preguntarme, una vez más, por qué escribo y, sobre todo, para quién escribo, y ahí, en el ejercicio de la sinceridad, responder que no lo sé, pero que no puedo dejar de intentarlo.
Acabo con la pregunta casi escolar… ¿Qué es para usted la poesía, qué le da, qué le pide, y qué quiere darle usted todo el tiempo?
La poesía es, para mí, una reescritura. Una reescritura de lo normal, de la normalidad, ese estado carente de imaginación, de creatividad. La poesía es una reescritura de la estética imperante. La poesía es una reescritura del orden. Quizá la poesía podría definirse como eso, como una alteración del orden, o quizá, mejor, como una exaltación del ritmo, del ritmo responsable del fogonazo poético, de la transformación del significado y del comportamiento de las palabras.
POEMA
'Libro de la confusión'
Yo era así
sincero
gozaba de gran popularidad entre las chicas del barrio
comía dátiles en Cuaresma
conversaba con una paralítica anónima en la fuente de Barrancofondo
y reescribía el epitafio de Rufino
aquel que fuera
abatido por ladrones.
Ahora rezo mucho
prospero en la oración
visito en verano extensos pantanales
buscando incasable la fuente
la perla de gran precio que me ayude a concluir
Libro de la confusión
para el que ya dispongo
de dos inicios
‘Edith lo ama (luego volveremos a ello)’
y ‘Muchas aves hay allí’.
Un protagonista
pérfido vástago
hijo del rayo de la guerra
compadre de Tumbalobos, Culocontento, Moniche y Tío Momo
describe el animal llamado “Gran Bestia”
superior al perro de arbusto
pero tengo miedo
no sea que las palabras de Sócrates de Atenas
‘nada extravagante perdura’
caigan sobre mí como losa férrea.
Quizá el éxito
venga de la mano
de Susan Trombino
de sintagmas como
‘Tere, la cuñada, nunca fríe de noche’
habituales hallazgos de la vida diaria.
Qué angustia no dar con la clave
no hallar el camino
el desarrollo fácil de conceptos como “Besos humanos”
o “Razón y combate”
que me abran las puertas del cielo
que hagan buena la expresión coloquial
“Deo volente
será un gran libro”.
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