PATRICIA ESTEBAN: UN DIÁLOGO DE SOMBRAS
Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1972) presenta la reedición de su primer libro: ‘Manderley en venta y otros cuentos’, que publica el sello Páginas de Espuma, galardonado ayer con el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial de 2019. El acto será hoy miércoles 18, a las 19.30, en el Paraninfo, en compañía de la periodista Ana Segura, directora del programa ‘La torre de Babel’, de Aragón Radio. El volumen había aparecido anteriormente en Tropo Editores.
Dice que de ‘Manderley en venta’ lo primero fue el título, la carpeta que se abre… ¿Qué quería guardar ahí?
El día en que la abrí, en que surgió el título, casi como una revelación, solo supe que iba a contener historias, cuentos que reflejaran mi fascinación por algunos seres, reales o fantasmales, y los lugares por los que se pasean, arrastrando vidas ingratas o maldiciones. Esa querencia a los personajes abismados, a los que guardan secretos, amores y odios inconfesables, sumada a la que siento por los espacios cómplices, por esos sitios que se quedan con parte de nosotros cuando nos mudamos, que nos arrancan jirones de vida, hizo que decidiera que el núcleo temático de ese libro del que solo tenía el título fuera un homenaje a la mejor historia que, en mi opinión, se ha escrito sobre una casa y el espectro que nunca la abandonó del todo.
¿Qué escritora era entonces, o cuentista, y cuál es ahora?
Era una autora que envidiaba a muchos escritores por haber encontrado antes que yo esas historias prodigiosas que se iban quedando conmigo. Leía con una vocación predadora, quería alimentarme de novelas y relatos, filtrarlos, convertir en otra cosa, en algo mío, toda la literatura que me interesaba. Me sigue pasando, leo para crecer como autora, porque en otros y otras encuentro personajes, líneas, a veces una atmósfera, que activa algo dentro de mí que me permite contar a mi manera. Es un proceso de sugestión apasionante, en ocasiones un estímulo inmediato, exprés. Sigo admirando con pasión, que es como debe hacerse, y procuro avanzar, dar pasos hacia mí misma, hacia la que quiero ser como escritora. Entonces dudaba todavía entre la realidad tal cual y sus recovecos inusitados, las rendijas por las que se cuela lo fantástico. Me he decantado casi definitivamente por la fractura de lo mimético, prefiero desde hace tiempo ese mundo insólito que creo que se encuentra contenido en otro en apariencia prosaico, más previsible, por el que transitamos cada día, creyendo que estamos más o menos a salvo. Me siento más cómoda en las galerías y pasadizos de lo inusual, que diría la profesora Carmen Alemany.
¿Qué le debe a Hitchcock y a su película ‘Rebeca’?
La fascinación por el espacio como personaje. Cualquiera que vea o lea ‘Rebeca’ entiende eso, lo intuye. Manderley es un lugar hermoso, lleno de lujo, de objetos bellos. Rige en él un orden ilusorio, porque en realidad es la mansión que siente para siempre el dolor de una pérdida. Manderley es una casa enferma, que añora a Rebecca y contagia su mal a quien entra en ella. Eso me fascinó siempre, la habilidad con la que la autora primero y el director de cine después supieron insuflarle vida, una vida patológica, tristísima y peligrosa, a ese lugar de escalinatas, alcobas infinitas y corredores llenos de retratos.
En los últimos tiempos ha adoptado una inequívoca postura de defensa de las mujeres en la vida y en la literatura. ¿Cuál es su vínculo con Daphne Du Maurier, autora de la novela, y a quién coloca a su lado entre sus influjos?
Creo que hay una caterva de autoras interesantísimas que han sabido contarnos la historia de la mujer como pájaro encerrado en una jaula, la casa, a través de la ficción. Me interesan mucho esas escritoras que saben mirar el ámbito doméstico e interpretarlo no como refugio, como lugar en el que sentirse a salvo, sino presa del cuidado de una familia, del propio hogar. Cuando esto consigue expresarse utilizando un molde fantástico me fascina especialmente, porque lo que se logra es perfilar el personaje/mansión casi como ente con una personalidad (y a menudo una maldad) propia. Hay cuentos magníficos en este sentido de Silvina Ocampo, que escribió un relato, ‘La casa de azúcar’, donde el hogar blanco y brillante como un terrón de azúcar al que se mudan unos recién casados se rebela contra ellos, ya que guarda aún la memoria de su anterior propietaria. Es una historia acerca de la mujer, sus aspiraciones, la dificultad de encontrar su propia identidad, todos ellos temas candentes ahora mismo, en la que la casa maldita y el doble aparecen como aliados fantásticos de la trama. Ni que decir tiene que Shirley Jackson, auténtica señora de las casas encantadas, borda el mismo asunto en novelas muy conocidas como ‘La maldición de Hill House’ o un texto a medio camino entre la autobiografía y el cuento fantástico, ‘Una casa vieja’, que aparece en el volumen que contiene toda su narrativa breve. Creo que la amargura de Jackson al tener que ser solo una escritora a tiempo parcial, cuando sus muchas obligaciones como esposa y madre de cuatro hijos se lo permitían, sobrevuela toda su obra, refleja un problema acuciante: seguramente nos hemos perdido muchas grandes historias porque sus autoras debían anteponer una colada o la limpieza de armarios a su escritura.
¿Resaltaría a alguna más Patricia Esteban?
Cristina Fernández Cubas también es una maestra en la creación de atmósferas y lugares fatídicos, pero recientemente he conocido también cuentos de una escritora, Cecilia Eudave, que añade al espacio doméstico simbólico el jardín, casi como remedo del bosque, de la libertad femenina, en sus relatos, muy muy singulares.
¿Tienen todas las casas un fantasma? ¿Cómo es el suyo?
Hay casas que lamentablemente no lo tienen. Son casas nuevas, con armarios precintados y que huelen a nuevo. Esas no me interesan nada. Yo prefiero las otras, esas en las que entras y percibes que guardan esqueletos, cartas que nadie puede leer, objetos malditos porque seguramente pertenecieron a alguien que ya no está. El mío eme sigue en cada mudanza, un poco más crecido que en la anterior. Está bien alimentado de recuerdos, de miedos que prefiero que no me abandonen porque son un vivero constante de historias. Podría decirse que estamos muy bien avenidos, él y yo.
¿O una vecina borde, casi psicópata, como en el libro?
Sí, me curé de ese mal gracias a Ada Neuman, que da nombre a uno de los cuentos, donde de alguna forma relaté la historia del miedo que llegué a sentir cuando me di cuenta de que los vecinos de la vida real no son siempre los buenos samaritanos que nos guardan una llave o nos riegan las plantas. Es inquietante lo cerca que vivimos de otros, las cosas que podemos saber de ellos, lo fácil que es traspasar el espacio ajeno y provocar el terror tan solo, por ejemplo, dejando todas las luces de la casa encendidas..
¿Cómo nos damos cuenta de que en la rutina o en la normalidad también hay inquietud, la posibilidad de un crimen mismo?
Estando muy atentos. Muchas de las cosas que escribo no surgen de mi imaginación calenturienta, qué va. En realidad estoy siempre pendiente de lo que me cuentan personas de mi entorno, de esos casos inexplicables, de esas casualidades o enigmas que nos salen al paso cada día. Por qué desaparece alguien y no vuelve a saberse de él. Por qué entramos en un edificio y empezamos a sentirnos mal como si sus cimientos rezumaran un mal contagioso. Por qué a veces alguien nos lee el pensamiento o nos cruzamos por la calle con alguien que se nos parece mucho. Por qué nos confunden con otros. Son innumerables los motivos que nos da la realidad para ser fantásticos.
En sus cuentos, en sus libros, en sus columnas dominicales en HERALDO, que ha recogido en ‘Fondo de armario’ (Contraseña), hay una explícita pasión por los hombres. Una inclinación al amor. ¿Puede suceder que imagine al hombre ideal e irrumpa en su vida?
Me atrae el ser humano en general, en todo lo que escribo suelo reparar en lo singular de algunos hombres y mujeres difíciles de olvidar. Curiosamente suelen gustarme las fragilidades, los rincones oscuros, la belleza que contiene en sí misma una maldición. Muy lejos, como ves, del idealismo, de la perfección. Nada me gusta más que una cicatriz o una sonrisa irregular.
¿Qué le da la sombra, no temes que un día se pierda en esas oscuridades que fabrica y no sepa salir?
Corro el riesgo muy a gusto, me parece el tema más apasionante sobre el que escribir, el lado sombrío que todos tenemos y su aceptación. Creo que siempre hay una luz que nos permite encontrar el camino de vuelta. Seguramente tiene que ver con la calma que da comprender lo ambivalentes, lo luminosos y oscurísimos que somos todos, según quién y cuándo nos mira.
¿Cómo se maneja en esa alianza entre realismo escrupuloso y fantasía, visión onírica o imaginación, y los mezclas con fragmentos de su autobiografía?
Siempre me han pasado cosas extrañas, inexplicables, a veces directamente absurdas, que me han llevado a integrar el componente de lo inesperado, de lo que no sabré comprender nunca, como elemento de mi propia vida y que desde allí pasa a lo que escribo en un proceso natural. Me gusta lo poliédrica que es la realidad, como macroestructura, los misterios que encierra, y combinarlos con los de mi propia cosecha. Es en ese mundo nada seguro pero honesto donde más a salvo me siento.
¿Tiene la sensación de que está en estado de gracia: ‘Las madres negras’, ‘Fondo de armario’, y de que los lectores y editores ya saben quién es Patricia Esteban Erlés?
Pienso que soy alguien muy afortunado, que creyó que era posible escribir y se ha encontrado con una fantástica realidad que le da palmadas en la espalda, toquecitos de ánimo para que siga haciendo lo que le apetece al escribir. Me siento respetada y cada día doy las gracias por eso, y procuro trabajar en la misma dirección, para que la buena racha dure y pueda seguir disfrutando tanto como lo hago gracias a la literatura.
¿Podrías darnos dos o tres definiciones del cuento, cómo lo vive, cómo lo siente, qué es para usted?
Es el género de los silencios inteligentes. Allí donde la novela es generosa, a veces excesiva, el cuento calla, te obliga a pensarlo, a escribir algunas de sus partes.
Es un lugar en el que me siento a salvo como lectora. En el que encuentro mis propios caserones llenos de fantasmas, como autora.
¿Cómo define su idilio con la premiada Páginas de Espuma?
Como un salto al otro lado del espejo. Siempre recuerdo cuando miraba los libros de cuentos de Páginas en la mesa de novedades de la librería Cálamo, sin sospechar que un día publicaría allí. Este es mi tercer libro como autora en el mejor de los lugares, en esta casa donde se acoge a mis criaturas oscuras con auténtico entusiasmo. Páginas de Espuma es el hogar de los cuentistas porque allí nos sentimos huéspedes de primera, invitados de lujo. El trato personal, la pasión que se pone en cada obra, en cada momento del proceso de creación, son oro puro para quienes tenemos la suerte de formar parte de un catálogo deslumbrante, que apuesta por las autoras decididamente, que une orillas del mundo y nos recuerda que el cuento no es el hermano menor de nadie.
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