'DIÁLOGOS EN CAUTIVIDAD'. MANUEL VILAS
El coronavirus le cogió en un momento de promoción del premio Planeta. ¿Qué ha supuesto para usted, qué ha dejado de hacer?
Tenía un montón de actos programados, y tenía la promoción de mi novela “Alegría” en México, Colombia y Argentina. Un montón de viajes suspendidos. También se han retrasado las traducciones, ahora tenía que salir la traducción al portugués, italiano y alemán, que se han retrasado para después del verano.
-¿Cómo está viviendo la reclusión, cómo la enfrenta y la supera?
A mí me afecta mucho. Intento trabajar, pero cuesta escribir con un mundo cercado por la pandemia y por el sufrimiento de miles de muertos y por la desesperación de tanta gente que ha perdido a sus seres queridos.
-¿Le estimula para la escritura? ¿Piensa el escritor que aquí podría haber un gran metáfora de la vulnerabilidad universal o algo semejante?
Sí, de hecho estoy escribiendo sobre la pandemia. Porque la pandemia va a cambiar muchas cosas. Efectivamente, nos hemos dado cuenta de que somos de una vulnerabilidad terrible. Además, hay un tema oculto del que no se habla porque nos aterra: pensar que el Covid-19 es el comienzo de otras pandemias que vendrán. De modo que la vida puede llegar a convertirse en una convivencia perpetua con los virus. El virus además es invisible y exige un acto de fe. Creer que existe un virus es también un acto de fe. La ciencia dice que los ve, pero yo no los veo. La ciencia a veces se parece a la religión. La ciencia no puede sustituir a la filosofía. Quiero decir que la gente tiene que seguir pensando más allá de lo que diga la ciencia. El virus es una construcción científica, revalidada de acuerdo a unos protocolos de verificación que son también construcciones intelectuales, son modelos. Dentro de 50 años estos modelos se revelarán ingenuos y de época. La ciencia es también contexto cultural.
-¿En quién ha pensado más estos días, en Kafka, uno de tus dioses, el autor de la sinrazón, el absurdo y la imposibilidad, o en Javier Tomeo, el escritor de los espacios cerrados?
Pues yo creía que volvería a Kafka o a Tomeo, pero lo que hago es releer el Quijote. Todavía no entiendo qué me ha llevado a releer el Quijote. Y lo recomiendo en estos días. Hay algo en Cervantes, puede que una infinita misericordia, que puede servirnos en esto días. También Cervantes es la duda permanente.
-Sorprendió cuando Le pidieron una palabra para definir el momento y elegió: ‘Alegría’. ¿Era autopromoción o un ejercicio de sinceridad? ¿Es de veras la palabra clave de una crisis como ésta?
Alegría era el sentimiento que yo tenía antes del confinamiento, y es el sentimiento que tendré después. También he dicho que durante el confinamiento lo que tengo es un sentimiento de alegría congelada. Siempre la alegría, es una obligación moral.
-Todo hemos mirado en la historia de la literatura y del cine donde se había anticipado un hecho semejante. ¿A usted qué le ha interesado? Me suena que hace años, era lector de ‘La peste’.
Pues he intentado en el cine que veo estos días alejarme de películas de pandemias y de distopías. Ayer vi ‘La Strada’ de Federico Fellini, y me quedé fascinado. Contra la pandemia, recomiendo a Federico Fellini. Además se cumplen los cien años de su nacimiento.
-¿Qué poetas que hayan escrito su obra en reclusión le conmueven y ha dialogado más que nunca con ellos?
Tal vez los místicos, que vivían en una reclusión filosófica. Por ejemplo, soy muy lector de Teresa de Jesús. También soy muy lector de Proust, que pasó sus últimos años recluido en su casa. Hay un dato biográfico en Proust que me fascina: su pasión por el silencio. Colocó corchos en las paredes de su apartamento parisino. Estoy leyendo estos días un ensayo magnífico de Alain Corbin titulado “Historia del silencio”.
-¿Qué diferencia hay entre una reclusión forzada, casi cósmica o apocalíptica, y la que decide un escritor para redactar ‘Ordesa’ y ‘Alegría’, por ejemplo?
La reclusión forzada tiene mucho de penal, de cárcel. La escritura de libros como “Ordesa” y “Alegría” fue una exploración de la memoria, hecho en soledad. El denominador común puede ser la soledad. Pero yo escribí ambas novelas en medio de un montón de viajes. Para mí viajar es un acto de conocimiento. Ahora el único viaje que hago es al supermercado una vez a la semana. Es curioso, porque aun cuando estoy en el supermercado, rodeado de gente con mascarilla, tengo la sensación de que estoy viajando. Pero no sé adónde estoy viajando, y me parece que no me gusta el destino final.
-¿Qué está suponiendo ‘Ordesa’ y ‘Alegría’ en su vida? ¿De qué modo le han afectado y le transforman?
‘Ordesa’ y ‘Alegría’ me han cambiado la vida. Muchas veces es abrumador. Yo llevo escribiendo toda la vida. Hay un azar en la literatura, y en la vida en general. Menos mal que el éxito me ha pillado en la edad madura. Te pasa de joven y puede idiotizarte.
-Hace un tiempo en una conversación, decía que le habían faltado lectores. ¿Tiene la sensación al fin de que tiene los suficientes y que eso le hace feliz, o la ambición del escritor de más y más no acaba nunca?
Concibo la literatura como comunicación. A mi amigo Javier Cercas le gusta decir que en las novelas un 50% lo pone el escritor y el otro 50% lo pone el lector. No puedo estar más de acuerdo. Estoy infinitamente agradecido a los lectores de mis libros. Sin lectores, ya no podría escribir. La literatura comienza cuando un lector abre un libro tuyo, lee una página y se emociona. Hasta ese momento, la literatura no existe. La literatura es un encuentro.
-‘Alegría’ es un libro que nace, dentro de su introspección en la memoria de sus padres, de sus viajes, de ese ir de hotel en hotel. ¿Qué supone para usted este parón, qué le roba?
Ayer estuve comprando comida en el supermercado. Lo de menos ya es el parón, pensé. Lo peor es el miedo. Gente con su mascarilla. Los dos metros de distancia. El miedo en los gestos. El miedo por todas partes. La compra a toda velocidad. Me dejé los limones y los tomates. Compras con sofoco. A mí siempre me ha gustado hacer la compra, sonreír a los dependientes, a las cajeras. Ahora hacer la compra es algo terrorífico. Para mí comprar en un supermercado siempre fue una fiesta, ahora es un horror. Me acuerdo de cuando compraba en los supermercados de Estados Unidos: me podía pasar dos horas mirando cosas. Luego compraba poco, me gustaba mirar los precios, las marcas. He vivido en Roma unos meses, y allí hacía lo mismo: iba a los supermercados a mirar precios y cosas. No le pido mucho a la vida. Con dar un paseo y entrar en una tienda a mirar y no comprar nada me conformo.
-¿Qué le emociona especialmente de la reacción de la gente?
La solidaridad. La gente que arriesga su vida por los demás. Especialmente los médicos, los enfermeros y enfermeras, todo el personal sanitario, y todos los trabajos esenciales, desde cajeros de supermercado a repartidores, limpiadores, etc.
-¿Qué le enoja y le desconcierta?
Enojo no, más bien perplejidad o desconcierto. Me desconcierta que hayamos renunciado a la libertad de una forma tan rápida. Me desconcierta que la vida de repente esté sucia, se haya ensuciado. Y el miedo.
-¿Percibe en este conflicto la vieja trifulca de las dos Españas? ¿Existirá en este país algo que nos lleve a todos a remar en la misma dirección o estamos condenados a la maldición de no entendernos?
Sí, eso es lamentable. Casi es una maldición bíblica. No obstante, veo que en otros países también hay desencuentros, como en Francia y Reino Unido. El problema es que nuestros desencuentros tienen un pasado sangriento, como fue la guerra civil. Las broncas políticas en otros países no tienen detrás una guerra civil. La política tiene que ser el lugar de la palabra y de la razón.
-¿Lo hace bien el Gobierno?
Creo que sí. Y hay que estar con el gobierno y apoyarlo en todo, eso es fundamental. Ya están bajando el número de muertos y de contagios. Las medidas están dando sus frutos. Todos los países están viviendo lo mismo. No obstante, hay un hecho que me preocupa: por qué España es el país, en proporción con el número de habitantes, más perjudicado de todo el mundo por la pandemia. Ese dato es terco, porque es un hecho y los hechos no son opinables. ¿Qué le ha pasado a España para que arroje las peores cifras del planeta?
A Manuel Vilas siempre le han interesado las lecturas simbólicas. ¿De qué sería sinónimo esta plaga?
Es símbolo de que los estados y las naciones y la civilización y la ciencia son frágiles, muy frágiles. Son creaciones humanas que ante los misterios de la naturaleza se revelan como inútiles. La naturaleza sigue conservando sus misterios letales. No la hemos dominado del todo. Ha irrumpido con una fuerza devastadora.
-El mundo cultural le ha reprochado al ministro Uribes el olvido del sector. ¿Qué le reprochas used?
Yo creo que si algo ha demostrado la pandemia es la utilidad de la cultura. Podríamos empezar por reconocer que la cultura es un bien absoluto, imprescindible. España necesita cultura, necesita ciudadanos cultos. Un ciudadano culto no se va de vacaciones en plena pandemia, como hemos visto. La cultura también produce bondad y compromiso cívico.
-¿Cuál es la importancia de la cultura siempre, claro, y más ahora en tiempo de confinamiento?
La cultura es civilización. Es un espejo de la vida. Sin ese espejo, la vida es pobre.
-Manuel Vilas un cronista de lo cotidiano, un observador. ¿Qué rescataría, qué cree que podrá pasar a sus ficciones de todo lo que estamos viviendo?
Las ciudades desérticas son un espectáculo que habrá que contar en las novelas que vengan. Bob Dylan ha elegido estos días para publicar su canción sobre Kennedy. No trata directamente del coronavirus, pero indirectamente sí. Es una canción bellísima. La belleza tiene que seguir allí, en lo más alto de la vida.
-¿Cómo le cuentas a sus hijos lo que está sucediendo y cómo se lo contaría a sus padres?
Mis hijos tienen ya su propia visión de lo que está pasando. Me gusta más escucharles a ellos, porque tienen una visión nueva del mundo que me deslumbra. Mi madre era una anarquista cósmica. No hubiera aceptado que nadie atentara contra su libertad de tomar el sol en medio del campo. Hubiéramos tenido que atarla para que no saliera a la calle. En realidad, llevo un montón de días intentando averiguar cómo se hubiera tomado esto mi madre, y no acabo de verlo. No acabo de visualizarlo, tal vez eso pasa porque ya le estoy diciendo un adiós completo. Ya no consigo verla allí donde está, entre los muertos. Ya no la veo. Los muertos se mueven dentro del tiempo de los vivos. Va a hacer seis años de la muerte de mi madre, ella ya está entrando en la muerte profunda. Cuando un ser amado entra en la muerte profunda, ya no puedes verlo.
-Vive con una escritora. Profesora, poeta y narradora como usted, Ana Merino. Mo en sus ficciones. Mo de Mozart. ¿Cómo se lleva eso en una situación tan insólita? ¿Cómo modifica o enriquece el virus la convivencia de las parejas?
Pues lo llevamos con un poco de pragmatismo y resignación. Comentamos lo que pasa, las noticias, los datos, la información diaria. Hablamos de libros, de películas. A ella esto le ha sorprendido en mitad de la promoción de su novela “El mapa de los afectos”, con la que ganó el último Nadal. Es una estupenda compañera de aislamiento.
-Recuérdenos dos o tres libros, dos o tres canciones, dos o tres circunstancias (viajes, conciertos, amistades) que le hayan cambiado un poco la vida.
Me parece que estoy en ese momento de las relecturas. Necesitaba releer el Quijote. Me gusta recomendar literatura en español. Por ejemplo, recomendaría ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo, o cualquier novela de Miguel Delibes, porque este abril se tenía que celebrar los 100 años del nacimiento del autor de ‘Los santos inocentes’ . Ahora estoy escuchando mucho a Vangelis, es música electrónica de una belleza extraordinaria. En cuanto a países, he de decir que vivir en Estados Unidos cambió mi manera de ver el mundo. Aunque lo más importante que me ha pasado en la vida se llama ‘Barbastro’, mi pueblo. Ahora en Barbastro reinará la primavera, que en el Somontano es la estación más hermosa.
-¿Qué nos pasará cuando pase todo?
La verdad es que no lo sé. No sé cuál es el tamaño histórico de esto. La cancillera alemana Merkel dijo el otro día que desde la Segunda Guerra Mundial no había habido nada comparable. Mucha gente está repitiendo eso como un mantra. Todo dependerá de la recuperación económica. Todo dependerá de que sepamos recuperar un sentimiento, el de la alegría.
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