DOS DIÁLOGOS CON LANA MATICH
lana matich privitera. Dos entrevistas con ella.
Pintora
«Cada vez que vengo a Zaragoza no hago más que pasear y pasear y hacer fotos. Quiero captarlo todo. Esta es mi ciudad, aquí nací y fui muy feliz, aquí me inicié en el arte. Gracias a mis padres descubrí el teatro, la danza, la música, la arquitectura. Aunque ya sea norteamericana, porque llevo en Estados Unidos más de un cuarto de siglo, tengo corazón aragonés. Llego aquí y ya empiezo a usar el ico. Segundico. Paseíco», dice Lana Matich Privitera (Zaragoza, 1961), pintora a la acuarela, que acaba de volver a casa para visitar a su madre y a sus hermanos; uno de ellos es el pintor abstracto Zvonimir Matich .
Explíquenos cómo trabaja.
Siempre tomo fotos, muchas fotos, y hago una selección de cosas: paisaje urbano, fachadas, los edificios más antiguos del pueblo elegido y alguna iglesia. Y los mezclo con otras cosas, según el fluir de las estaciones. Hago también bodegón. Eso sí, siempre a la acuarela. Es rápida, limpia, eficaz, te tiene en vilo. Me siento muy cómoda con ella. Uso la técnica hiperrealista pero la imaginación también interviene.
Usted es una pintora de arquitecturas. ¿Por qué?
Se va a reír. Cuando fui a Estados Unidos en 1990 me quedé impresionada con la cantidad de edificios tan distintos que hay: te encuentras con el estilo Tudor, con el alemán, con el francés. Es como si todos los países del mundo estuvieran metidos en las fachadas y en las líneas de las casas. Aquello me impresionó, las casas son preciosas. Así que empecé a hacer retratos y estampas de viviendas para ganarme la vida.
Aún no ha parado…
No. Empecé a hacer pueblos enteros. Las calles principales, las iglesias, los palacios, una estación, árboles… Y me divierto. Son como cartografías minuciosas de un lugar. Parto de lo real y a veces invento.
¿Le encargan la obras, las decide usted?
De todo hay. A veces, como me sucede ahora con Middletown y Ellenvield, donde expondré el próximo otoño, me hacen algunos encargos porque han visto mis obras. Me compran piezas originales y también me piden litografías o impresiones de imprenta, láminas. Trabajo todo lo que puedo: hago medio centenar de acuarelas al año, suelo dar talleres para diez o quince personas y hago demostraciones públicas, a partir de una fotografía, ante 150 o 200 personas.
¿Qué colores le gustan?
Me gustan los colores tierra, los colores de la naturaleza. Pero lo que me preocupa siempre es el contraste de luz, eso lo verá en todos mis cuadros. Si hay nubes al fondo del paisaje, verá que hay un estudio exhaustivo de cómo entra la luz. El diálogo de la luz y la sombra es mi auténtico tema.
¿Cómo son sus bodegones?
De varios tipos. De objetos. Por ejemplo, a veces aparecen gatos. En Estados Unidos tienen una obsesión con los gatos. Les encantan. Esos cuadros los vendo muy bien. Además coincide que tengo un gato y le gusta posar para mis fotos, así que aprovecho. Como es un gato simpático, las fotos salen tan bonitas que no puedo resistir pintarlo. Sobre el papel, asumo el desafío de sacar toda la piel, sus brillos y sus texturas, y que parezca que la puedes tocar. Es como si fuera casi una pieza tridimensional.
¿Por qué emplea ese estilo naturalista, hiperrealista? ¿Ha explorado otros o ahí se siente plenamente a sus anchas?
Soy hiperrealista, sí. A mí siempre me ha gustado el detalle. De pequeña, en Zaragoza, dibujaba hasta arruguitas en la camisa de la gente. Está en mi naturaleza ser detallista y observadora. Algún día, cuando no pueda ver bien, me volveré impresionista o expresionista.
¿Quiénes son sus pintores?
A mí me gusta Sorolla. De toda la vida. La claridad, los matices y los temas de Sorolla. El cuadro que más me impresiona es ‘Y aún dicen que el pescado es caro’. El tema social, que es algo que me interesa desde niña, mezclado con maestría cromática y con esos contraluces que usa Sorolla, me conmueve. El asunto del cuadro me da una pena horrible, impacta muchísimo, pero está resuelto con la grandeza del arte. Para mí, Sorolla es un maestro.
¿Alguna otra referencia?
Muchas, claro. Vermeer, los holandeses, etc. Siempre he sido realista y he intentado representar algo reconocible. Lo que me gusta es recrear la realidad para que la gente tenga una buena memoria de su vida. Quiero que las cosas de mis cuadros le traigan recuerdos de otra época, de una atmósfera, de una forma de belleza. Me gusta que mi obra despierte evocaciones en las personas; si son sensaciones agradables, mejor que mejor. Pinto la realidad para hacer feliz a la gente.
Antón Castro
el personaje
La pintora zaragozana lleva un cuarto de siglo en Estados Unidos. Es acuarelista y le apasionan la arquitectura, el hiperrealismo y el contraluz
11/12/2016
HA DICHO
«Historia y arte siempre han estado entrelazados en mi vida. Recuerdo con cariño viajes a Alquézar, Albarracín y otros pueblos milenarios de Aragón. Pero mis visitas a la Aljafería y la Lonja fueron las que propulsaron con fuerza mi amor por el arte y la historia»
«Acudí a la academia de Alejandro Cañada el mismo tiempo que iba a la Escuela de Artes y Oficios. No fui a las clases muy a menudo, pero sí lo suficiente para tomarle gran cariño»
«La acuarela no huele, es fácil de limpiar y de guardar. Pocos pintan el híperdetalle y pocos son capaces de pintar edificios correctamente, lo cual hace que mis acuarelas les parezcan más únicas a mi público. Me gusta ver cómo los colores se funden en el papel»
La pintora zaragozana, junto a una de sus obras.
Es una pintora zaragozana nacida en 1961, instalada en Nueva Jersey, donde imparte clases y desarrolla su carrera. Se ha especializado en la pintura al agua, de casas, pueblos y bodegones, en un estilo hiperrealista.
Lana Privitera «Con la acuarela, estás en vilo hasta la última pincelada»
entrevista
Antón Castro
«Mi padre, Zvonimir Matich , era croata y se vino a España a estudiar Medicina al terminar la II Guerra Mundial. Aunque mi madre, María Luz Calvo Blanco, es de Madrid, ellos decidieron mudarse a Zaragoza después de casarse. Con los años, él llegó a ser bien conocido como cardiólogo y periodista de política internacional, y también como concejal de Festejos y de Sanidad en el Ayuntamiento de Zaragoza en los años 70». Así inicia su historia Lana Matich (Zaragoza, 1961), que firma sus cuadros como Lana Privitera y reside en Estados Unidos. Es pintora y profesora de arte, y realiza una pintura más bien hiperrealista centrada en casas, paisajes e interiores. Posee una gran técnica a la acuarela.
¿Qué recuerdos tiene de Zaragoza?
Se me vienen a la cabeza nuestras tardes paseando por la Gran Vía. Y nos veo a nosotros, hordas de niños, jugando al escondite o intercambiando cromos con algún amigo, mientras que nuestras chachas, en vez de vigilarnos, se dedicaban a coquetear con los soldadillos con tarde de permiso.
Esa Zaragoza ya se antoja lejana, casi onírica.
Muchos de los mejores recuerdos tienen que ver con nuestra conexión con el Ayuntamiento y con toda la gente increíble que conocíamos: los ancianitos y las monjitas de la Casa Amparo, los artistas que actuaron en el Principal, y nuestro querido amigo Luis Galve, pianista emérito y persona incomparable. Y, por supuesto, mis personajes favoritos: por un lado Pablo Serrano, que con sus esculturas mágicas me abrió los ojos al mundo del arte; por otro lado, las momias egipcias que vi en La Lonja. Me fascinaron y avivaron mi amor por el estudio de otras culturas y sus artes.
¿Desde cuándo le interesaba el arte?
En mi vida, historia y arte siempre han estado entrelazados. Recuerdo con cariño viajes a Alquézar, Albarracín y otros pueblos milenarios de Aragón. Pero mis visitas a la Aljafería y la Lonja fueron las que propulsaron con más fuerza mi amor por el arte y la historia. En los años 70, mientras mi padre era concejal de Cultura y Festejos, tuve la oportunidad ver una muchas y variadas exposiciones en la magnífica Lonja y esas fueron, sin duda alguna, la razón por la que hoy dedico buena parte de mi tiempo al arte.
Estudió diseño e historia del arte en la Escuela de Artes y Oficios. ¿Cómo era aquel ambiente, a qué profesores recuerda con especial cariño?
Mis dos años en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza pasaron rápido. Aún así, había clases que nunca me perdía. Mi profesor de Historia del Arte era un hombre con un carácter muy original, pero extremadamente eficiente. No me acuerdo de su nombre y no lo he podido encontrar en internet. Tengo que mencionar mi querido profesor Alejandro Cañada. Acudí a su academia al mismo tiempo que iba a la Escuela de Artes y Oficios. No fui a las clases muy a menudo, pero sí lo suficiente para tomarle gran cariño. En mi evolución artística, las acuarelas ganaron la batalla.
Dando un salto en el tiempo, sabemos que usted se fue de la ciudad en 1990. ¿Qué pasó?
Aparte del arte, leer y viajar son otras de mis pasiones. Aunque me fui de Zaragoza en 1987, hice escala en Madrid casi dos años antes de pegar el salto a los EE. UU. Acabé en 1989 en New Jersey, en casa de unos familiares lejanos, con intenciones de aprender inglés y de disfrutar de la vida un rato. Y ya en USA, el destino de nuevo dio un giro de 90 grados sin previo aviso y tuve la fortuna de encontrar trabajo de ‘nanny’ con una familia maravillosa. Y un buen día, en las cercanías de la Universidad de Princeton, en mitad de un campo inmenso lleno de nieve y ciervos, me di cuenta de que yo era más feliz cuando estaba rodeada de espacios abiertos y casitas de cuento. No tardé ni dos días en empezar a pintar de nuevo.
¿Qué le da, por qué se inclina con tanta insistencia por la acuarela?
Rapidez. No huele, es fácil de limpiar y de guardar. Pocos pintan el hiperdetalle en acuarelas y pocos son capaces de pintar edificios correctamente, lo cual hace que mis acuarelas les parezcan más únicas a mi público. Me gusta ver cómo los colores se funden en el papel, moviéndose como jirones de neblina con voluntad propia. Nunca estoy segura del todo en qué dirección irán. Siempre con el alma en vilo hasta la última pincelada.
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